domingo, 2 de noviembre de 2014

Expedición polar - ¿Qué fue del marinero Crocket?



Cerraron el diario. La historia acababa ahí, tras la muerte del capitán. Nunca descubrirían cómo sobrevivió el marinero Crocket. Miraron por última vez la cubierta del barco; donde aún se podían ver las cenizas congeladas del último cigarrillo que se fumó el capitán antes de tirarse. Se dispusieron a marcharse de aquel lugar, dejando la historia a medias, permitiendo que el final fuera un misterio.
Pero no debe ser un misterio para todos, he aquí lo que fue del último marinero del North King. Cuando el catorce de agosto de mil novecientos catorce Boby Crocket se levantó supo que algo había pasado. Fue a buscar al capitán, pero no lo encontró: No estaba en su camarote ni en el comedor, recorrió todos los pasillos y todas las salas sin éxito; subió a la cubierta y lo único que vio fue un cigarrillo apoyado en la barandilla.
Estaba solo, los demás no habían soportado la presión, pero él no se rendiría tan fácilmente. No pensaba dejarse morir como los otros, tenía que hacer algo, luchar por su vida. No podía marcharse en el barco, hacían falta casi cuarenta hombres para manejarlo en condiciones y una veintena para hacer que se moviera. Había oído que personas en su situación habían logrado sobrevivir subiéndose a un trozo de hielo y dejando que la marea los arrastrase, estaba convencido de que era una patraña, se habrían congelado mucho antes de alcanzar tierra firme. Tenía que haber otra forma.
Miró el North King cubierto de nieve, parecía majestuoso, solo y en silencio, la imponente nave de guerra que debió ser. Observando el costado del barco descubrió cómo iba a salir de ahí. ¡Impaciente! Ya descubrirás cuál fue esa idea más adelante, no quieras saberlo todo ya. Bueno, después de esta interrupción ¡Gracias!, continuemos con nuestro marinero. Como iba diciendo, Crocket había descubierto cómo salir de ahí, así que corrió a prepararlo. Subió al barco y corrió por sus pasillos interiores. Visto por dentro el North King había perdido toda la clase que se apreciaba en el exterior, convirtiéndose en una madriguera apestosa. Crocket estaba tan ansioso por llevar a cabo su plan que se perdió un par de veces por los pasillos. Cuando por fin logró tranquilizarse y llegó a la puerta de la despensa se dio cuenta de que la llave la tenía el capitán. Se había tirado al agua con el único acceso que tenía a la comida. ¡El único! Era irónico, estaba en un barco lleno de comida y se iba a morir de hambre. Golpeó la puerta furioso ¿Cómo había podido hacerle eso? Le dio un último puñetazo a la puerta, desesperado, y entonces oyó como algo caía al suelo. Era un sobre en el que el capitán había puesto ‹‹Llave de la alacena››. Ni siquiera una despedida, solo información útil, muy típico del capitán. Lo abrió, efectivamente dentro del sobre estaba la llave, no iba a morir.
Crocket ya podía realizar su plan. Entró en la despensa y cogió todas las cajas de madera que había disponibles. Llenó la mitad de alimentos no perecederos y las llevó todas a cubierta. Salió corriendo, iba a necesitar muchas cosas. Arrancó varios paneles metálicos de las paredes, reunió todos los cabos que pudo encontrar, sacó la caldera pequeña de la cocina y arrastró como pudo uno de los hornos, cogió prestado el alambique del marinero Argin y acaparó todas las herramientas y piezas de recambio que pudo encontrar. Cuando hubo colocado todos estos materiales en la cubierta soltó tres de los seis botes salvavidas y los bajó con cuidado. Esperaba que no nevara mientras estaba llevando a cabo su plan, porque si no iba a ver todas sus esperanzas enterradas bajo un gélido manto blanco.
Se puso a trabajar. Ató dos de los botes en paralelo y el tercero lo amarró delante, en el centro de los dos anteriores. Una vez unidos los tres botes colocó una tubería arrancada de la sala de máquinas en la proa y la popa de cada uno de ellos. Las tuberías servirían de postes para colocar las lonas que defenderían su embarcación de la nieve y el viento. Se paró un momento a contemplar su obra, tenía un aspecto raro, pero su vía de escape iba tomando forma. Rellenó los botes traseros con las cajas de alimentos y con las cajas vacías en las que metió todo el carbón que pudo; iba a necesitar todo el combustible posible si conseguía que su idea funcionara. Respiró hondo, había llegado el momento más complejo de su plan: montar un motor de vapor con un horno y un alambique. No voy a describir aquí las más de doce horas que Crocket se pasó soldando, cortando y empalmando; lo único que diré es que después de ese tiempo consiguió poner un motor a su barco improvisado. Quizá no fuese el más rápido o el más eficiente, pero funcionaba, que era lo importante. Para completar su embarcación Crocket le añadió la caldera pequeña al bote de delante para no pasar frío. Ya lo tenía todo listo, era el momento de marcharse de aquel maldito infierno de hielo.
Empujó el bote dentro del agua y encendió el motor casero. La enorme hélice fabricada con tableros de mesas empezó a girar, al principio lentamente, pero fue cogiendo velocidad y el barco comenzó a alejarse de la orilla. El marinero Crocket miró por última vez el North King. Se alzaba perfectamente vertical en el hielo, dispuesto a adentrarse en las frías aguas que lo rodeaban; enmarcado por su nítido reflejo, un hermano gemelo prisionero en el agua congelada, y en las difusas luces del norte de colores cambiantes que se deshacían en el día eterno el barco fue desapareciendo a los ojos del hombre.
Nuestro marinero enseguida se vio completamente rodeado por agua, solo. El tiempo pasó, simplemente pasó. Al principio Crocket intentó seguir la cuenta de los días, pero se perdió, todo era igual, la misma luz, las mismas olas. Con el tiempo dejó de intentarlo, dormía cuando tenía sueño y comía cuando tenía hambre. Así fue navegando, con ayuda de su pequeño ingenio, mientras se agotaban lentamente las provisiones. Nunca llegó a saber cuánto tiempo llevaba en altamar cuando un día se le gastó el carbón. Su motor era casero y se notaba, gastaba tanto combustible como una fábrica, o eso le pareció a Crocket la mañana que descubrió que ya no quedaba qué quemar. Entre nosotros, el marinero había gastado gran parte de su provisión en calentar su hogar y no pasar frío. A lo que íbamos, una mañana Crocket descubrió que no le quedaba carbón. Estaba a la deriva en mitad del océano ¿Para qué se había esforzado? ¿Para qué había construido un motor? ¿Para qué? Nada había tenido sentido, al final iba a morir en mitad del mar, y lo peor era que ya no tenía opciones, no podía construir un motor que no necesitara combustible, únicamente podía dejarse morir como el doctor, como el capitán.
El barco improvisado navegó a la deriva durante semanas. Crocket había perdido toda esperanza, se pasaba todo el tiempo en un estado de duermevela, temblando por el frío y recordando a todos los hombres que había visto morir. Cuando se apuntó a la expedición nunca esperó que acabara así, únicamente quería conseguir un poco de dinero para que su padre pudiera abandonar la fábrica. Pero las cosas nunca salen como uno desea, aunque ¿Quién desea morir en un barco a la deriva?
Los días seguían pasando. La comida se agotó. Sin alimento Crocket perdía el conocimiento durante jornadas enteras. Ya no sabía quién era o dónde estaba, la muerte le rondaba cada vez más cerca. Hasta que un día el barco encalló en una playa del norte de Francia. Era una imagen deplorable: El aspa inútil sobresalía sobre todo el conjunto, las lonas estaban rotas por varios sitios y los jirones se movían por la brisa como restos de bruma. Las cajas vacías estaban volcadas formando un castillete de maderas viejas y presidiendo la embarcación Crocket estaba tendido, inconsciente, con una barba enmarañada donde podía vivir un mochuelo y respirando con dificultad bajo unas enormes prendas embarradas. Parecía un loco, alguien que se había subido a una embarcación que no debería flotar y se había perdido en el mar

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