domingo, 27 de septiembre de 2015

Juicio



– Aquí estamos reunidos para juzgar su comportamiento y decidir su destino. Por favor, cuéntenos su historia. – La voz había salido del asiento central, solicitándole que explicase por qué habían acabado todos ahí.

No se extrañó, sabía a qué había ido, pero en ese momento deseó poder salir corriendo de esa sala. No podía, solo podía decir la verdad, así que empezó a hablar.

– Podría contar toda mi vida, pero me parece una pérdida de tiempo, así que empezaré en el momento adecuado, hace tres años.

Cerró los ojos y recordó todo lo que pasaba por aquel entonces, quizá solo lo estuviera narrando, pero para él era casi tan real como por aquel entonces, quizá incluso un poco más.

– Introducirme en este mundo de locos no fue algo previsto, simplemente fue una terrible y estúpida casualidad. Un día fui a cruzar la calle sin mirar y un coche estuvo a punto de atropellarme, pero no me hizo nada, básicamente porque yo ya no estaba ahí. Cuando quise darme cuenta estaba en la otra punta de la ciudad. Esa fue la primera vez que me vi envuelto en un suceso extraño, pero ni mucho menos la última. En los meses siguientes siguieron ocurriendo cosas inexplicables a mí alrededor, hasta que me vi obligado a reconocer que yo era el único elemento común.

A partir de ese momento busqué momentos de tensión para provocar esos episodios en un ingenuo intento de conseguir controlar esa especie de poder que al parecer tenía. Evidentemente no funcionó, al menos como yo esperaba, solo conseguí arriesgar mi vida de forma estúpida; aunque cuando estaba a punto de darme por vencido obtuve mis resultados, o mejor dicho ellos me encontraron a mí.

Una mañana, en hora punta estaba paseando sin hacer nada cuando vi a un tipo robar una cartera, lo curioso es que ni siquiera necesitó acercarse a su víctima, el botín se dirigió a él. No lo dudé y me dirigí a hablar con él, para contarle todo lo que me había pasado. Al principio, como era de esperar, no me escuchó, pero acabé por llamar su atención. Nunca me dijo su nombre, pero me enseñó todo lo que sabía, que ahora veo que tampoco era mucho.

Cuando hube terminado mi primera formación, que duró menos de un mes, me marche para explorar el nuevo mundo que había descubierto. Practiqué por mi cuenta mis nuevos poderes, que por aquel entonces se ajustaban por completo a su legalidad. Fueron creciendo, más rápido de lo que habría esperado y me permitieron desarrollar técnicas propias, que inevitablemente me condujeron al desastre.

Sigo repitiendo que no me salté ninguna norma, al menos intencionadamente. Pero no fui capaz de mantener una vida normal con mis conocimientos. Quise usarlos para ayudar a los demás, un objetivo noble, pero cuanto más intentaba mejorar las cosas más se torcían. Acabé huyendo de la gente que quería proteger. Vi como mi secreto fue descubierto y me perseguían por ser diferente. La situación llegó a un punto crítico, estaba acorralado, a punto de caer, así que en un momento desesperado tomé medidas desesperadas y no tuve más opción que saltarme las normas, como cualquier otro hubiera hecho.

Fue entonces cuando creé a mi pequeño ejército. Cientos, miles de puntos de energía capaces de lanzar un ataque combinado para defenderme. Funcionaron, sin ellos seguramente habría muerto. Sé que lo más correcto habría sido destruirlos en cuanto estuve a salvo, pero no pude, de alguna forma al crearlos había hecho algo demasiado único como para borrarlo como si no hubiese existido, así que decidí darles un uso. Donde yo había fracasado mi ejército triunfó, consiguió ayudar, salvar gente. A la larga lo mantuve por eso y por eso estoy aquí, porque me salté las normas para poder hacer el bien. Solo quiero decirles que no soy responsable de nada de lo que pasó, yo soy la verdadera víctima que se vio arrastrada a esta situación.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Noche de reflexión



Abrió la vieja lata de té, dejando que el diminuto ejército entrara por última vez en su hogar. Se sentó en el último escalón con la lata en el regazo y la ajada mochila a su lado. Ya solo podía esperar, había gastado todas sus oportunidades en el pasado.

Las campanas empezaron a tocar con ganas, avisando a todo el que quisiera oírlo de que llegaba un nuevo día. A parte del ruido no parecía haber cambiado nada, el cielo seguía igual de negro y los grillos todavía le cantaban a la luna. Era decepcionante, era el día que se lo jugaba todo, el día en el que se decidía su futuro y no tenía nada especial, nada que lo diferenciara del día anterior. Tendría que conformarse, viviría ese momento como una persona corriente, aunque hacía mucho que no tenía nada de corriente.

Una figura se aproximaba por el fondo de la calle, no le precedía el ruido de truenos apocalípticos, pero no cabía duda de que se trataba de su destino. No iba a tratar de huir, ese tiempo había pasado. Se levantó y cogió la mochila por uno de los tirantes, no era cosa de darle un mal recibimiento a su visitante. La lata vibraba en su mano con la energía poco contenida de sus habitantes que deseaban salir, pero esa noche no iba a pasar y quizá nunca fuera a pasar de nuevo.

El hombre llegó a las escaleras. Se miraron a los ojos sin decir nada, no querían estar ahí, y sin embargo estaban, de pie en la acera antigua, solo iluminados por la luna. Sin decir nada el recién llegado le indicó que le siguiera, no discutió la decisión, ni siquiera preguntó hacia donde se dirigían, simplemente obedeció la orden, resignándose a no tener ninguna influencia en lo que pasase a partir de ese momento.

Se había cansado de huir, de no dejar de mirar hacia atrás; por eso se comportaba con semejante docilidad, por eso se dejaba conducir hasta su fin. Ya era hora de asumir las consecuencias de sus actos. Su pequeño ejército no estaría de acuerdo, pero una vida a la fuga ya no le parecía apropiada. Tanto le había agotado que había llamado por voluntad propia a esa especie de justicia para entregarse.

La caminata no fue muy larga, enseguida llegaron a la puerta de un edificio majestuoso que nunca antes había estado ahí. El hombre se paró, ya no necesitaba un guía, su camino volvía a ser solitario. Miró la enorme puerta que se erigía delante, era recargada a posta, preparada para intimidar a todo aquel que quisiese entrar. Abatió con cuidado las dos hojas, provocando un chirrido que resonó por todo el pueblo abandonado. Cuando los ecos del sonido se agotaron decidió que era el momento de entrar. Se encontraba en un pasillo oscuro que serpenteaba indefinidamente, lo recorrió con calma, no había prisa para llegar al final. Después de más de diez minutos de andar en penumbra apareció una luz al fondo, sabía que era la única sala del edificio, la sala a la que debía ir.

Dentro de la estancia la luz era cegadora, aun así continuó con su camino hasta situarse en el centro. Enfrente tenía cinco asientos enormes en los que se sentaban los que iban a ser sus jueces.

– Aquí estamos reunidos para juzgar su comportamiento y decidir su destino. Por favor, cuéntenos su historia. – La voz había salido del asiento central, solicitándole que explicase por qué habían acabado todos ahí.