domingo, 9 de noviembre de 2014

El bosque



Se paró. Dejó que el aire le hiciera ondear el pelo a la espalda. Disfrutó de la sensación de libertad que le proporcionaba ese momento: notar como cada uno de los mechones latigueaba en una dirección, sentir como se le enrojecían las mejillas por la caricia del viento, apreciar el susurro de las hojas agitadas sin parar. Disfrutó de esos segundos maravillosos que parecían extenderse de forma infinita. Disfrutó temiendo que el momento terminara y la realidad volviera llevando consigo las prisas y el ruido del mundo. Abrió los ojos y miró al cielo, vio una bandada de estorninos volando a través de las nubes, dibujando una flecha con sus cuerpos negros.
Sonó una alarma. La magia del momento se rompió para siempre. La realidad regresó, imponiéndose a cualquier sensación de paz o tranquilidad que hubiera antes. La alarma seguía sonando, avisándole de que debía marcharse. Volvió a andar mientras miraba a su alrededor. Conforme avanzaba la masa de árboles iba disminuyendo, convirtiéndose en un mero recuerdo de naturaleza en mitad de la incontestable presencia del metal. Adoraba visitar el bosque siempre que podía, todos los meses compraba todo el tiempo de estancia que tenía disponible. Cada vez el gobierno sacaba menos horas a la venta y resultaba más difícil comprarlas. Aun así debía considerar que tenía suerte, vivía al lado de bosque más grande del planeta con más de 20 hectáreas, la mayor parte de la gente visitaba un bosque una única vez en su vida, con suerte; ella lo hacía una vez al mes.
El despertador sonó, eran las cinco de la mañana. Se vistió deprisa, tropezando al ponerse el pantalón. No desayunó, ya lo haría más adelante. Salió corriendo de casa. Eran las cinco y media cuando llegó a la oficina gubernamental, aún no habían abierto pero ya se podía ver a un par de personas esperando en la puerta. Se puso a la cola y esperó. A las siete de la mañana abrieron las puertas. Había hecho bien en llegar pronto, a su espalda se había formado una cola muy larga, vio familias enteras con niños somnolientos y millonarios con traje. Nada más abrirse la entrada el panel luminoso le indicó que tenía disponible el mostrador número 3. Se situó delante del vendedor y se dispuso a realizar la compra:
Buenos días, bienvenida a la oficina gubernamental de ventas. Aquí encontrará a su disposición múltiples servicios y artículos de venta controlada –dijo el hombre antes de que diera al pulsador solicitando sus servicios –hoy puede comprar de forma exclusiva una consulta sanitaria a mitad de precio o reservar nuestro nuevo producto: una auténtica hoja de papel
Perdone –le interrumpió como pudo –venía a comprar tiempo de estancia en la reserva natural amazónica
Siento comunicarle que a raíz del decreto B3-37-2092 se anula la excepción 5-42 del decreto D2-41-2079 con lo que se prohíbe de forma tajante cualquier visita a las reservas naturales.
Se sintió decepcionada ¿No iba a poder visitar el bosque nunca más? ¿Por qué hacían eso? Su vida le estresaba y su visita mensual al bosque era el único momento de paz que había logrado encontrar, pero ahora se lo arrancaban de las manos. A su alrededor la noticia empezaba a hacer efecto; varias personas, las identificó como compradores habituales, estaban vociferando y exigiendo explicaciones sobre la medida; en poco tiempo el ambiente se había caldeado, la mayor parte dela gente estaba ahí para comprar tiempo de estancia, recorrían kilómetros solo para estar en esa oficina y cuando llegaban se encontraban que todo había sido inútil, normal que se enfadaran. Se marchó, no hacía falta ser muy inteligente para saber que alguien insultaría a uno de los vendedores, este llamaría a seguridad, una persona empujaría al de seguridad y este llamaría a la policía; y ella no quería estar ahí cuando pasase.
Había pasado una semana desde que no pudo comprar tiempo de estancia. En la tele habían dicho que la medida intentaba impedir la aparición de desprecio hacia la vida urbana y la consiguiente bajada de productividad. A pesar de eso seguía siendo incapaz de comprender la medida. Un momento de descanso no podía ser antiproductivo. Ella lo necesitaba. Llevaba días pensando que no volvería a aquel lugar, que no podría sentir esa libertad de nuevo y le resultaba insoportable. Nunca se había saltado una sola norma, pero no podía más; no podía esforzarse, dar su vida por la sociedad, cuando esta no le devolvía nada a cambio; únicamente le quitaba sus derechos para poder exprimir más su trabajo. No podía. Iba a saltarse las normas, a hacer algo ilegal. Tampoco pensaba cometer un gran delito; solo quería volver al bosque una última vez, sin tiempo límite, sin hora de llegada, sin itinerario; libre. No iba a ser fácil, todas las entradas estaban vigiladas de forma informatizada y algunos árboles incluían sensores de movimiento, pero tenía una gran ventaja: conocía el lugar. Estaba decidido, la semana siguiente entraría en el bosque.
La luz iba cayendo lentamente, dejando que el cielo pasara de un dorado brillante a un púrpura oscuro antes de que las farolas se encendieran dibujando círculos blancos en el suelo. Era el momento. Se levantó del banco en el que había estado sentada y caminó tranquilamente en dirección al parque. Durante esos días había desarrollado un plan para entrar. Todo el perímetro estaba vigilado a excepción de un punto: el rio, esa sería su puerta de entrada. Cuando llegó a la orilla se quitó la ropa lentamente, guardándola con cuidado en una bolsa impermeable que llevaba para ese propósito. Se sumergió de un salto en el agua helada y agitó con fuerza sus piernas desnudas para bucear lo más rápido posible. Cuando sus pulmones ya no podían más y sentía la imperante necesidad de inhalar aire subió. Estaba dentro del bosque. Se vistió deprisa porque la humedad y el frío de la noche le estaban poniendo la piel de gallina. A esas horas el lugar parecía distinto, más siniestro; pero también tenía una belleza única. La escasa luz que llegaba se reflejaba en las hojas de los árboles perfilando su contorno con un conjunto de manchas plateadas. Escuchó, el silencio propio del lugar parecía más intenso, más auténtico. Empezó a andar despacio, dejando que sus pies le llevaran como movidos por la inercia. Mientras paseaba fue acariciando con suavidad la corteza de los árboles: Algunos eran ásperos, otros lisos; sintió las cicatrices de varios, símbolo de los años que habían vivido, desde antes de que ella naciera; mucho antes. Disfrutó de las maravillas de ese lugar, su paraíso particular.
Continuó avanzando tranquilamente, sin necesidad de seguir los senderos; hacia el corazón del bosque. Se paró de golpe. Algo había perturbado su paz…, un sonido ¿Era una máquina? ¿Qué podía hacer ahí? Siguió con cautela el sonido, procedía de una zona elevada. Vio una enorme excavadora arrancando los árboles de raíz y desechándolos sin ningún cuidado a un enorme contenedor ¡Estaban destruyendo el bosque! Se quedó observando la operación boquiabierta, hipnotizada por la destrucción que estaba teniendo lugar. Vio como la pala de la excavadora se hundía en la tierra y subía levantando una gran nube de polvo mientras un tronco centenario se derrumbaba contra la hojarasca del suelo, despidiéndose de la existencia.
Triste ¿Verdad? –dijo una voz a su espalda
Se volvió rápidamente. El que había hablado era un anciano de casi ochenta años que se apoyaba en una gayata ¿Cómo habría podido entrar?
Si, mucho. Entonces ¿Prohibieron la entrada para hacer esto? ¿Mintieron al decir que querían aumentar la productividad solo para que la gente no protestara? ¿Para qué no se supiera lo que iban a hacer?
Claro –dijo el anciano tranquilamente
Pero ¿Para qué lo hacen?
– ¿Para qué se hacen las cosas? Para sacar un beneficio. Despejan una parte del bosque y construyen un edificio de viviendas de lujo en el terreno, además utilizan los troncos para fabricar papel que venden como artículo de lujo.
Estaba sorprendida, no entendía como podían destruir la mayor reserva natural del planeta solo para ganar dinero; no comprendía en absoluto que fueran capaces engañar a la ciudadanía que representaban para poder beneficiarse
¿Cómo son capaces de hacerlo? –preguntó
Nadie le contestó. Miró para atrás, el anciano se había ido tan sigilosamente como había llegado. Solo quedaba un papel en el suelo que ponía: REBELATE.

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