domingo, 22 de febrero de 2015

La persecución

La lluvia arreciaba. Un relámpago partió la noche por la mitad, iluminando momentáneamente el viejo edificio de ladrillo. En ese mismo instante en su interior dos hombres bebían en silencio mientras un camarero frotaba desganadamente la barra con un trapo sucio. Se oyó un relincho a lo lejos, los hombres no se percataron. Una figura encapuchada atravesó la puerta, provocando que una ráfaga de aire frío entrara en la sala.

-Busco a Clamon. Será detenido por sustracción de secretos- dijo con una voz ronca

Uno de los hombres se levantó del asiento y corrió hacia la puerta, esquivando al visitante. Este lo siguió al exterior caminando con mucha calma.

-Resistirse es inútil- dijo a la noche donde ya se había perdido Clamon

Avanzó con paso decidido hacia los establos donde había dejado su montura. Le rozó el cuello, los sensores identificaron su huella palmar y encendieron el cibercaballo. Los segmentos metálicos tintinearon mientras coceaba el suelo y estiraba el cuello para soltar un relincho que parecía real. No era necesario, evidentemente; pero el efecto dramático era muy útil en su trabajo. Subió a él, en la pantalla táctil seleccionó velocidad de galope y se puso a silbar una canción infantil mientras calculaba cuanto iba a tardar en alcanzar su objetivo.

Clamon corrió un par de minutos. Paró. No tenía sentido, los sistemas de rastreo le habían localizado una vez ¿Por qué no iban a hacerlo una segunda vez? Tenía que ser más inteligente que el cazador; no iba a poder escapar, era imposible; pero podía luchar. No iba a ser fácil, la tecnología a la que tenía acceso su rival era aterradora; pero el conocía los secretos de lo arcano, y eso seguramente iba a ser su salvación. Pero primero tenía que prepararse, y para ello debía esconderse, por lo que bajó a una pequeña hondonada al pie del camino.

Los datos que le proporcionaba el caballo eran decepcionantes. Parecía que su objetivo no tenía ganas de huir. Se había cansado rápido; que aburrido. Pero no podía engañarse, este no era un fugitivo cualquiera que decidiera entregarse; estaba tramando algo. Tenía que prepararse, y para ello abrió una de las alforjas donde tenía la mayor parte de sus gadgets.

La depresión del terreno era perfecta, lo suficentemente profunda para que nadie le viera y lo suficientemente ancha como para montar su defensa. La pequeña bolsa de cuero que llevaba para emergencias estaba en el suelo delante de él. De ella había sacado varios saquitos de esparto, un par de fardos de hierbas diversas, algunos botes con pócimas y tres velas amarillas que había puesto a su alrededor. Repasó todo el material que tenía. Parecía suficiente; por lo menos eso era lo que esperaba, porque no iba a tener acceso a nada más. La suerte estaba echada, solo podía esperar a que llegara el cazador; entonces se decidiría todo.

El repiquteo constante de los cascos de aluminio contra la tierra apelmazada, que normalmente le adormecía, aumentaba su inquietud ante el encuentro al que se dirigía. Había comprobado con esmero que cada una de sus armas estuviera en buen estado, que el motor del campo de fuerza portátil tuviera combustible de sobra, que el lazo eléctrico alcanzase el voltaje necesario; pero aun así la inquietud no le abandonaba, sentía que iba a encontrarse con problemas, sentía que había una posibilidad de que no saliera. Para tranquilizarse encendió el indicador de proximidad de la montura y se puso a mirar distraido el paisaje. Los árboles parecían alejarse a gran velocidad solo para dejar paso a nuevos árboles que parecían idénticos, como si realmente estuviera avanzando en círculos; los márgenes del camino caían en una ligera pendiente que algunas veces era más pronunciada, como creando pequeñas hondonadas; y todo esto estaba acompañado con los pitidos agudos que cada vez eran más frecuentes y que le avisaban de que se estaba acercando al final del viaje. La suerte estaba echada, solo podía esperar a alcanzar a aquel hombre; entonces se decidiría todo.

ya llegaba, lo supo mucho antes de verlo. Esas máquinas no estaban diseñadas para ser silenciosas, y sus sonidos llegaban desde muy lejos, quizás con el objetivo de asustar; lo que ciertamente funcionaba. Cada ruido que emitía la máquina resonaba entre los troncos, llegando a sus oídos multiplicado, como si en vez de un hombre le buscaran mil. Miró una última vez todo lo que había preparado, preguntándose si sería suficiente. Ya no tenía tiempo; podía distinguir un brillo metálico acercándose a toda velocidad por el camino de tierra.

Los pitidos sonaban con tal frecuencia que parecía que fuesen un solo ruido continuo, como el zumbido de un centenar de avispas; por lo demás la noche guardaba silencio, como si aquel día solo hubiera dos personas en el bosque. La pantalla mostraba que su objetivo estaba a menos de trescientos metros, menos de doscientos metros, menos de cien. Detuvo el caballo en seco, obligando a la máquina a levantar las patas delanteras que brillaron blanquecinas por la luz de la luna. ¿Estaría suficientemente preparado? se preguntó intranquilo. Ya no tenía tiempo; podía distinguir los movimientos nerviosos de su objetivo en una hondonada que tenía enfrente.

El cazador bajó del caballo. Siempre con calma, ocultando su preocupación en su interior.

Clamon se puso de pie. Irguiendose para demostrar un valor que no tenía.

Se encontraron frente a frente, a media distancia del camino y la hondonada.

-Dije que resistirse era inútil- Habló el cazador con una voz tan profunda que hizo que hasta las rocas temblaran de miedo

-Me has encontrado, pero no me has capturado; no adelantemos acontecimientos, porque puedes equivocarte- contestó Clamon con una voz que en comparación resultaba ridícula

-Eso ya lo veremos- contestó el cazador mientras empezaba su ataque

domingo, 15 de febrero de 2015

NewGen



Miró por la ventana y comprobó que por la noche habían vuelto a pintar la fachada. Hacía menos de un mes que vivía ahí. ¿Cómo se habían enterado tan pronto? Por muy amable, por muy respetuosa que pareciera una comunidad siempre había algún fanático entre sus miembros y le tocaba convertirse en su objetivo. Lo peor era que nunca había sido culpa suya. ¿Cómo iba a ser responsable de la ignorancia de la humanidad? Algunos locos le habían dicho que sus padres eran el origen de todos sus males, pero sabía que no era así. Todo lo que hicieron ellos había sido para que pudiera tener una buena vida y por eso le dolían tanto los insultos y las burlas, porque lo que criticaban era todo el esfuerzo de sus progenitores.

Sus padres siempre habían querido tener hijos, pero después de unos análisis genéticos de rutina descubrieron que si se reproducían sus descendientes tendrían una elevada probabilidad de morir al poco de nacer por culpa de una enfermedad. Tras esa noticia parecía que no tenían más opción que renunciar a formar una familia, pero la investigación les dio una nueva oportunidad: “NewGen”, una técnica pionera para esquivar enfermedades hereditarias. Ilusionados rellenaron miles de impresos, se sometieron a cientos de pruebas médicas, demostraron decenas de veces que era la única solución y después de tres largos y angustiosos años nació un niño sano y regordete que en ese momento estaba limpiando las pintadas de la pared de su casa.


– ¡Monstruo! ¡Basura NewGen!

No se giró. Había reconocido la voz. John. Vivía dos calles más abajo y celebraba una barbacoa en su jardín todos los domingos, el típico habitante de un barrio periférico. No parecía un fanático religioso, pero con los años había aprendido que nunca lo parecían.

– ¿Qué pasa? ¿El engendro es demasiado importante como para mirarme?

Se estaba poniendo feo así que entró rápidamente a la casa y cerró con llave.

– ¡Vuelve al laboratorio del que saliste ser inmundo! –Gritó su amable vecino mientras aporreaba la puerta.

Siempre era así, la gente perdía la razón y actuaba por impulso. Había empezado a pasar poco después de que él naciera. Apareció una organización que se hacía llamar “comité por la defensa de la vida orgánica”. Hizo varios atentados contra la sede de NewGen que llevaron a la quiebra de la empresa por no poder costear las reparaciones constantes de sus laboratorios. Pero el CDVO no se conformó con eso, empezó a atacar a los niños que habían nacido bajo ese proyecto, diciendo que estaban diseñados para superar e incluso destruir a los niños normales, que eran una abominación. Con el tiempo el mensaje repetido mil veces, sumado al bajo interés por los gobiernos hacia la educación científica llevó a que una gran parte de la población empezara a mirar a los niños NewGen con malos ojos. Por mucho que la comunidad científica intentara informar a la población y deshacer los malentendidos se creó una espiral de violencia imparable que llevó al asesinato de una niña de seis años. Los miembros del CDVO sumados a varios líderes religiosos llenaron todos los medios de comunicación presentando a los criminales como víctimas y consiguiendo que cierto número de personas considerara mártires a todos aquellos que fueran detenidos luchando contra la “amenaza” NewGen. Durante esa época de terror su familia se mudaba de casa una vez al año como mínimo para evitar a los “cazagenes”, locos dispuestos a morir si se llevaban consigo a algún NewGen. Con el tiempo los ánimos se calmaron un poco y pudieron establecerse en una pequeña ciudad donde sus padres murieron hacía diez años en un accidente de tráfico. Creía que podía llevar una vida normal, pero con el tiempo el CDVO viendo que perdía poder decidió azuzar a sus seguidores y con el tiempo la intolerancia subió, llevando a cotas que no había alcanzado antes. Convirtiendo su vida en una carrera contrarreloj para escapar de hombres normales enaltecidos por eslóganes que estaban dispuestos a matar.

– ¡Escóndete! ¡Vamos, escóndete entre esos muros todo lo que quieras! Pero ten en cuenta que no te protegerán, que no impedirán que libre al mundo de tu presencia.

Mientras aquel loco enfurecido terminaba de gritar se escuchó el ruido de un motor. ¿No sería capaz? Pero antes de terminar de hacerse la pregunta supo que si era capaz, y que iba a hacerlo. Para ese hombre su vida no importaba, era algo que se debía destruir; era terrible, pero era la verdad. No tenía escapatoria, nadie podía correr tan rápido así que se sentó en el suelo esperando a que el todoterreno atravesara la puerta directo hacia él.

domingo, 8 de febrero de 2015

El mago de dos mundos - ¿Dónde está mi magia?



Era noche cerrada y sin embargo la luz lo inundaba todo; no se veía ni la luna ni las estrellas, solo una claridad naranja, como un ocaso eterno. En el terreno, desértico por naturaleza, había crecido un círculo de hierba verde y la arena se había amontonado formando dunas concéntricas. Aquel momento único rezumaba magia, con solo respirar se podía saber que algo extraordinario había pasado en aquel lugar. De repente un hombre se materializó en el centro del círculo. Iba vestido con una larga túnica negra que arrastraba por el suelo y una capa cuya superficie ondulaba por todos los tonos de oscuridad. Empezó a caminar decidido, convenciendo a la realidad de que era su dueño. Mientras avanzaba, bajo sus pies la hierba recién nacida se marchitó y los montones de arena se deshicieron.
Alcanzó enseguida su objetivo. Estaba cubierto por una lona vieja de color ocre. Se agachó y levantó delicadamente la tela tirando de una de sus esquinas. Apareció un brillo metálico cuando la luz anaranjada incidió sobre el objeto. Terminó de retirar el tejido y miró orgulloso el todoterreno que había debajo. Abrió el maletero y se puso la ropa que estaba ahí guardada. Cuando terminó tenía un aspecto totalmente distinto con los pantalones vaqueros y la camiseta de Star Wars; otro mundo, otra ropa. Ya estaba listo para subir al vehículo y conducir hasta la ciudad.
Cuando llegó ya estaba amaneciendo y las calles estaban atascadas. A él le daba igual, no iba a necesitar más el todoterreno. Miró a su alrededor en busca de un sitio para aparcar, no había nada así que entró en una bocacalle. Era el lugar que necesitaba su vehículo: poco transitado, llano y preparado para aparcar en línea; lástima que estuviera ocupado. ¿O no? Se concentró introduciéndose en su mente y movió su mano como si estuviera girando una llave en el contacto del coche, se escuchó el ruido de un motor poniéndose en marcha, sin duda era el mejor; a continuación manejó un volante imaginario y uno de los coches aparcados comenzó a rodar sin conductor hacia la avenida principal. Ya tenía sitio. Aparcó, se bajó del coche y comenzó a alejarse andando ¡Puuum! Quizá no debería haber dejado el coche en marcha y sin conductor; bueno, ya estaba hecho, no podía preocuparse más, sobre todo porque todavía tenía muchas cosas pendientes.
Ya en el centro de la ciudad se preparó para buscar el dinero que necesitaba. Observó a todas las personas que pasaban a su alrededor hasta que descubrió a las víctimas perfectas. Era un grupo de turistas jóvenes que le hacían fotos a todo lo que encontraban delante, ingenuos y emocionables ¿Podía encontrar algo mejor?
--¿Os gustaría ver un truco de magia? –les preguntó mientras utilizaba todo su poder en colocarse un sobrero que estaba en una tienda cercana sobre la cabeza
Se sorprendió del esfuerzo que le había costado un gesto tan simple aunque ya sabía que en ese mundo la magia era mucho más cara. Sacó una baraja de cartas que ya llevaba preparada en el pantalón y se dispuso a sorprender a los jóvenes. Empezó con un repertorio de trucos de cartas, nada de magia, solo movimientos de manos e ilusiones ópticas; pero cuando vio que empezaba a rodearle cada vez más gente decidió sacar la artillería pesada.
 --Los trucos no están mal, pero ahora verán magia de verdad –exclamó mientras hacía una reverencia. --¿Ven esta baraja? Ya no la necesitaré así que dejemos que vuele.
Quemó en secreto las cartas mientras las lanzaba al aire, un pequeño truquito siempre era bienvenido. Se concentró en el humo que había salido, siempre era fácil de manipular, y dibujó con él un dragón al que hizo dar un par de vueltas alrededor de su público antes de dejar que se desvaneciese. Como magia era muy simple, pero resultaba muy bien.
--Hay magia bajo vuestros pies aunque no la veáis, sentirla dejar que fluya, que crezca con vosotros. ¡Que crezca!
Se volvió a concentrar, esta vez lo que tenía en mente requería gran parte de su poder. Las baldosas empezaron a levantarse y bajo los pies de los sorprendidos espectadores brotaron diversas plantas florales. Por las caras de la gente supo que había triunfado. Se quitó el sombrero robado y lo mostró al público, quería que el efecto del último hechizo estuviera bien fresco en su memoria. El cuenco improvisado enseguida se llenó de monedas, pero por desgracia la mayoría de ellas eran de pequeño valor. ¿Cómo podían ser tan tacaños después de lo que les había mostrado? Iban a darle el dinero que necesitaba quisieran o no. Utilizando todas las fuerzas que le quedaban después del espectáculo sacó el dinero de las carteras de todos los espectadores. Ya tenía suficiente, el problema era que alguno se diese cuenta de que le habían robado.
--Damas y caballeros, niños y niñas; el espectáculo ha terminado.
Se alejó corriendo, llevándose consigo todas las ganancias y dejando a un grupo de personas sorprendidas sobre unas plantas que empezaban a marchitarse.
Caminó despacio, había desperdiciado la mayor parte de su magia y estaba muy cansado; y sin embargo no podía permitirse descansar. Se paró delante de un adosado blanco con tejado negro, parecía adorable por fuera pero él sabía que por dentro era un lugar horrible.
Llamó con los nudillos porque sabía que el timbre estaba desconectado. La puerta se abrió sola, invitándole a entrar. Pasó dentro, sabía que le estaban esperando. Todo estaba oscuro, aun así avanzó como pudo hasta la sala principal, donde debería estar él.
--Por lo que veo el mago ha vuelto de su mundo de cuento—dijo una voz que parecía no provenir de ningún sitio en concreto --¿Has traído el dinero que faltaba?
Dejó el sombrero lleno de dinero en mitad del suelo y enseguida una mano lo cogió.
--Ya veo, ya veo. Parece que está todo aunque sea calderilla. Muchas gracias.
--¿Y lo mío? –Preguntó asustado ¿pensaba quedarse con el dinero y no darle nada a cambio? –Hicimos un trato. Dámelo.
--Hicimos un trato. –Le imitó la voz. –A veces los tratos se pueden romper, ¿No es lo que hizo cuando no trajo todo el dinero?
--Ya te he traído el resto.
--No sé si lo sabe, pero en este mundo existen unas cosas llamadas intereses de demora, ahora quiero más dinero.
--¿Más dinero? Ya le he dado más de lo que tenía.
--Vale lo entiendo, no quiere recuperar el resto de su magia.
--¡Claro que quiero recuperarla! –Gritó enfurecido –Pero de dónde quiere que saque el dinero.
--He investigado por qué en su mundo decidieron quitarle su poder; me ha dejado algo muy claro, si se lo propone usted es capaz.
--¡Lo de mi mundo fue un error! ¡Yo no fui el responsable!
--No me importa lo que hiciera o no. Yo estoy en esto para forrarme. Si no se cree capaz de conseguir el dinero siempre puede pagarme en especias.
--¿Qué es lo que quiere?
--Algo muy sencillo. Quiero que vayas a tu mundo y me traigas una caja de oro de enanos.
¿Oro de los enanos? Tuvo la sensación de que ese había sido su objetivo desde el primer momento. Un oro vivo que no paraba de crecer si lo cuidabas adecuadamente. ¿Quién no quería algo así?
--Las granjas de minerales son los lugares más protegidos de mi mundo. Con la magia que tengo ahora no podría entrar en una. Necesitaría más poder.
--JA JAAA JA –La risa resonó por toda la habitación --¿Quiere que le devuelva toda su magia y pagarme después? Los negocios no funcionan así, necesito tener algo para asegurarme de que pagará. Y Ahora márchese y no vuelva sin mi oro. Entonces quizá tenga esto.
Su interlocutor salió de entre las sombras. Era un hombre corpulento de mirada torva. En la mano llevaba una botella de cristal. No pudo verla bien, pero sintió que llevaba su magia. ¿Cómo podía burlarse así de él? No pudo soportarlo. Quizá no tenía todo su poder, quizá no estuviera en el mejor sitio para usarlo; pero nadie se reía así de un mago. La furia se convirtió en fuerza y una pared de aire empujó al hombre contra el techo. Se acercó despacio al lugar donde había estado y recogió la botella.
--Nadie se ríe de un mago –le espetó al hombre del techo
Salió de la casa más seguro de sí mismo de lo que se había sentido nunca. Cuando se hubo alejado lo suficiente miró la botella que tenía en la mano. El cristal era verde oscuro, pero dejaba pasar un curioso resplandor dorado; ¡Era su magia! Destapó la botella y se bebió el contenido de un sorbo. Tenía un sabor amargo, casi doloroso al pasar por la garganta, con un toque ácido y un fino regusto dulce en el paladar. No le sorprendió, se conocía a sí mismo.
Ya podía volver a casa, ya estaba completo. Volvió con su todoterreno al desierto y esperó a que oscureciera. Tenía que esperar a que fuera el momento propicio.
Miró a su alrededor, no quería que nadie contemplase lo que iba a hacer. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. Cerró los ojos. El aire empezó a arremolinarse a su alrededor, el cielo se iluminó de repente y a sus pies creció vegetación; todo marchaba. Se centró aún más en su hechizo y empezó a sentir su objetivo, su mundo. Dio un pequeño empujón, un chorro de magia perfectamente controlado y ya no estaba ahí.
Era noche cerrada y sin embargo la luz lo inundaba todo; no se veía ni la luna ni las estrellas, solo una claridad naranja, como un ocaso eterno. En el terreno, desértico por naturaleza, había crecido un círculo de hierba verde y la arena se había amontonado formando dunas concéntricas. Aquel momento único rezumaba magia, con solo respirar se podía saber que algo extraordinario había pasado en aquel lugar.

domingo, 1 de febrero de 2015

Primer contacto



Le empezaron a escocer los ojos. Encendió la luz, así mejor. Miró su mesa. El elemento principal era su portátil, con sus teclas negras y su superficie plateada tapada en parte por un par de hojas de cuadros; el resto de la mesa también estaba tapada por papeles, pero no en parte, se podía ver lo que en un principio fueron tres montones de folios varios ahora mezclados entre sí formando un manto compacto de palabras revueltas que amenazaba con colonizar el suelo. Aunque parecía imposible sabía dónde estaba cada papel, pero aun así tenía que reconocer que era un desastre. No podía evitarlo, le pasaba siempre que llegaban los exámenes; empezaba el estrés, dudaba de su capacidad y en pleno ataque de ansiedad empezaba a rebuscar entre todos sus apuntes un dato concreto y estúpido que probablemente no había copiado.
En ese momento no podía decirse que no tenía estrés, sería mentir de forma descarada, pero no era su peor momento; y por eso mismo podía centrarse en el problema que estaba intentando hacer. Si hubiese sido uno de los momentos malos, cuando estaba fuera de sí y todo parecía imposible, se habría dado cuenta; pero se había relajado lo suficiente como para abstraerse en el estudio. Así que no levantó la cabeza del folio cuando sonó un ruido extraño, ni tampoco se fijó cuando salió un destello por la ventana. Por eso mismo fue una de las pocas personas que no estaba mirando a la calle en ese momento, y por eso no se enteró de que los extraterrestres estaban de visita. Quizá resulte un poco extraño que para contar la visita de seres de otros planetas me fije en una de las pocas personas que no se enteraron de lo que estaba pasando, pero tiene su sentido. Mientras más de la mitad del planeta miraba asustada las pequeñas naves espaciales que habían aterrizado en mitad de las calles ella tecleaba un logaritmo neperiano en su calculadora.
A la mañana siguiente se levantó temprano porque tenía su primer examen de la temporada: bioquímica; y salió a la calle sin encender el ordenador, escuchar la radio o mirar las noticias. Si hubiera hecho alguna de esas tres cosas se habría enterado de que los políticos habían declarado el estado de excepción, recomendando no salir a la calle y cerrando todos los edificios institucionales; pero como no las hizo fue una de las pocas personas que salió a la calle ese día. No lo hizo para convertirse en un héroe o para demostrar su valor, lo hizo por pura ignorancia; si hubiera sabido lo que pasaba la historia habría sido diferente: habría sido una persona más encerrada en su casa con miedo a acercarse a las ventanas; pero la historia no fue así.

Salió de casa pensando en la secuenciación de péptidos con el reactivo de Edman, caminando con los ojos medio cerrados como hacía siempre que salía pronto por las mañanas. Tardo un poco, pero empezó a notar que pasaba algo raro: todas las tiendas estaban cerradas, no había nadie en la calle y las casas tenían las persianas bajadas; lo primero que pensó fue que era domingo y había salido un día antes, pero de repente se topó con que eso no era verdad. Me gustaría aclarar que cuando digo topó no quiero decir que halló por casualidad la respuesta, si no que chocó contra ella; más concretamente chocó contra una nave alienígena. Evidentemente se pegó un susto de muerte, ¿A quién se le ocurría dejar un trasto de ese tamaño en mitad de la acera? A los cinco segundos, cuando la indignación se convirtió en curiosidad, se fijó en que aquel trasto parecía mucho una nave espacial. Quizá fuese por el cráter de impacto que tenía debajo o por el pequeño ser que se estaba asomando por un ojo de buey, nunca sabremos el motivo, pero el hecho es que se dio cuenta que estaba ante la prueba de una invasión alienígena. Entró en pánico. ¿A quién no le pasaría en una situación así? Empezó a hiperventilar incapaz de conseguir que el aire entrara en sus pulmones, tenía miedo y sentía que debería marcharse de ahí. Intentó correr hacia atrás, alejándose sin desviar la vista del artefacto extraterrestre; lástima que no recordó el bordillo del paso de cebra. Tropezó y cayó de espaldas. Antes de que lograra levantarse la puerta de la nave se abrió.
Se quedó paralizada, viendo a un extraterrestre por primera vez en su vida. Era un ser bajito y regordete con la cabeza excepcionalmente reducida, de ojos pequeños, nariz grande y cuerpo peludo. ¿Dónde estaba el hombrecillo gris de enormes ojos almendrados que prometían las películas? La criatura que se le estaba acercando recordaba más a un yeti en miniatura que a los humanoides estilizados que mostraba Hollywood.
Cada vez estaba más cerca y ella no era capaz de moverse de lo aterrorizada que estaba. En menos de dos pasos aquel ser alcanzó su posición; se agachó hasta mirar a sus ojos y cogiéndole de los dos brazos la levantó del suelo.
Casi sin darse cuenta se dejó guiar por el extraterrestre hasta el interior de la nave. Atravesaron un pasillo oscuro que les llevó hasta un salón comedor que parecía terrestre con su sofá bien acolchado, su pantalla plana y su mesa de madera. Se sentaron cómodamente, como si fueran a ver una película.
--Argujik –dijo el extraterrestre señalándose el pecho
--Ágata –contestó ella comprendiendo que le estaba intentando decir su nombre
El ser sacó un papel amarillo y con un lápiz hizo un dibujo rápido de la Tierra y lo señaló con uno de sus dedos, preguntando sin palabras como se llamaba.
--Tierra –dijo ella mientras lo escribía en el papel con las letras más claras que pudo hacer.
Argujik esbozó una sonrisa y volvió a dibujar en el papel. Esta vez no le convenció el resultado de su obra y lo tachó destrozando la hoja. Se puso a rebuscar, como si no tuviera otro papel a mano y entonces Ágata le ofreció uno. No era gran cosa, un pequeño ticket de reprografía de las fotocopias de orgánica, pero parecía bastar a la vista de la mueca de felicidad que le dedicó el alien. Cogió el papelajo y esta vez hizo tres dibujos: una pera con pelos, una lágrima oscura y una plantita recién nacida. ¿Qué le quería decir? Lo miró detenidamente ¿Y si no era una lágrima? Podía ser un pipo; así parecía tener más sentido: fruta, semilla y planta. Lo dijo en voz alta señalando cada dibujo. Argujik escucho un momento, y después dijo:
--Zemiya. Argujil Zemiya Tiera. Argujil Zemiya Tiera. –Volvió a repetir señalándose el pecho.
--¿Quieres se-mi-llas? –preguntó Ágata marcando las sílabas.
--Ze-mi-yas, zemiyas –pareció afirmar su nuevo amigo.
Tuvo una idea. Abrió el bolsillo más pequeño de su mochila y de una bolsa de plástico sacó la manzana que llevaba para después del examen.
--Fruta, semillas –dijo ofreciéndole su merienda.
Él cogió la manzana y con un pequeño cuchillo le quitó toda la carne hasta que llegó al corazón y pudo coger las semillas que andaba buscando. Las colocó con delicadeza en un pequeño cuenco y se abalanzó contra Ágata para darle un abrazo levemente agobiante.
Después de esta emotiva escena ella abandonó la nave mientras en su interior Argujik comunicaba a los suyos que había encontrado lo que estaban buscando. Ágata se alejó unos pasos del vehículo hasta subir a la acera. Desde allí pudo ver como Argujik despegaba abandonando el planeta seguido de todos su complanetarios que habían tenido una experiencia menos agradable de su visita a esa roca azul.