domingo, 26 de julio de 2015

La leyenda del destierro



Hace mucho tiempo, antes incluso de que los castillos existieran o de que los reyes gobernaran vastas extensiones de tierra, un ser legendario habitaba el mundo. Aún hoy las leyendas de este ser llegan a nuestros oídos, distorsionadas, distorsionadas por el paso de los años, pero todavía con una pizca de verdad en lo más profundo de sus palabras. Su verdadero nombre se perdió, impronunciable para las desentrenadas lenguas de los cuentacuentos en la época en la que los primeros príncipe presuntuosos intentaron darle caza sin éxito; por eso hoy la única forma que tenemos para referirnos a él es usando la expresión Dragón, por muy imprecisa que sea.

Sí, Dragón es un término imperfecto. Él era mucho más de lo que tu mente puede imaginar al oír la palabra. No era un simple lagarto con alas que escupía llamas por la boca como el bufón más vulgar del reino. Él era el fuego y el aire. Era una furia imparable que incendiaba todo lo que se encontraba en su camino. No solo era rabia y avaricia como aseguraban los cabreros afrentados por la pérdida de alguna cabeza o los salteadores despojados de sus dependencias despojadas; también era calma y sabiduría las veces que una causa justa se presentaba ante él. Mucho más de lo que puedo describir era él, pero la verdad se desdibujó como una nube en medio de un vendaval. Quizá nuestros ancestros supieron más, pero nosotros tenemos que conformarnos con el presente, donde desconocemos cuál era su aspecto pero todavía podemos contar la historia de su destierro.

Mucho se ha hablado sobre este triste momento, pero la verdad, como siempre, poco se parece a las versiones más conocidas. Todo empezó hace algunos siglos, cuando los orgullosos señores de los campos vieron que él ostentaba todo el poder que tanto ansiaban. Dedicaron largo rato a pensar con sus lentas cabezas desentrenadas y llegaron a una conclusión; mientras aquel ser al que llamaban dragón fuese su vecino ellos nunca serían tenidos en la consideración que se merecían por los campesinos. Una vez tuvieron esta verdad ante ellos realizaron una deliberación más larga aun para buscar la manera de solucionar su problema. Conociendo aquellas mentes prodigiosas cualquiera habría dicho que no serían capaces de hallar una respuesta, pero milagrosamente lo hicieron. No llamaron a estúpidos espadachines como muchos ya habían hecho antes, no, ellos fueron más crueles.

No buscaron su muerte, solo buscaron la manera de arrebatarle todo lo que alguna vez había tenido. Arrasaron los bosques en los que comía con hachas y fuego. Sepultaron las cavernas en las que dormía con picos y sacos de arena. Desolaron los campos en los que se desperezaba con moscas y sal. Cuando terminaron su trabajo no quedo lugar en el que el magnífico ser pudiera estar, solo desiertos vacíos. Ante la imagen de todos su hogar desaparecido, ante el horror que esos hombres pudieron desatar, el mal llamado dragón no pudo hacer otra cosa que marcharse llorando ríos de lágrimas.

Hoy no queda nada de aquellos señores orgullosos ni de sus tierras, murieron solos en las tierras que ellos mismos habían matado. Hoy, tampoco queda nada de él, que se marchó a vivir a cualquier otro lugar donde no fuese tan odiado.

domingo, 19 de julio de 2015

Enfermedad



Lo sintió antes de que ocurriera. Notó la sensación de frio descendiendo lentamente por su piel. Percibió como rodaba suavemente por sus labios. Escuchó el débil plap que hizo al chocar contra el papel. La vió, una semiesfera perfecta rojo brillante, reblandeciendo poco a poco la superficie de la hoja. Intentó secarla con el puño pero fue demasiado tarde, quedo un incriminatorio aro rojo indicando donde había caído la gota. Tenía que conseguir ocultarlo, lo sabía, pero esa no era la estrategia correcta; lo único que había conseguido era tener dos manchas en vez de una.

Debía tranquilizarse y pensar con calma. Nadie lo había visto, por el momento estaba a salvo. Lo primero que tenía que hacer era destruir el papel y limpiar su camisa. Sin pruebas ni testigos nadie podía sospechar nada. Llenó la pila e introdujo los dos objetos, el agua tomaba un tono rosado casi imperceptible mientras la mancha se difuminaba por la tela y el papel se deshacía.

Lo había conseguido. Sonrió para sus adentros, había sido mucho más fácil de lo que se imaginaba, en menos de tres minutos había hecho desaparecer toda prueba de que había tenido el primer síntoma. Pero no podía sentirse a salvo, ni mucho menos, nadie iba a buscarle, de momento; pero aun así su futuro pintaba muy oscuro. Quizá tenía suerte y era una de las personas que solo mostraban algunos síntomas pero no desarrollaban la enfermedad, quizás. De momento no podía hacer nada, solo esperar. Debía tomarse unos días libres en el trabajo, quedarse tranquilamente en casa; así al menos no contagiaría a todos sus conocidos.

Se sentó en el sofá, convenciéndose a sí mismo de que no le iba a pasar nada, pero en seguida pensó en que los treinta millones de muertos también habrían dicho lo mismo y después todo había acabado mal para ellos. ¿Por qué iba a ser diferente en su caso? Había perdido su futuro, igual que el resto del planeta.

Aún recordaba cuando empezó todo seis meses antes. De repente varias personas enfermaron y murieron. No se le dio importancia, pero de una decena pasaron a un centenar y pronto los cadáveres se acumulaban en los hospitales. Las autoridades no estaban preparadas para el desastre. No paraban de llegar enfermos, los médicos ignoraban de qué se trataba y el miedo a lo desconocido entró en la multitud.

El primer mes la gente evitaba salir de sus casas, iba siempre con mascarilla y evitaba tocarse entre sí. La histeria, de gran magnitud, provocó colapsos en todos los sistemas de emergencias, desabastecimiento en los mercados y falta de producción. Por suerte todo eso tuvo su final cuando por fin consiguieron averiguar qué era lo que causaba la enfermedad. Para sorpresa de muchos no se trataba de algo novedoso, sino de un viejo conocido de la humanidad. Era un virus que varias generaciones antes había surgido en algunas zonas marginales del planeta, pero que gracias a una campaña de vacunación concienciuda había dejado de provocar muertes y había pasado a un tranquilo olvido por la comunidad sanitaria.

No pudo evitar reírse cuando pensó en esa técnica. Cuando él era pequeño se habían extendido varios rumores, que posteriormente se desmintieron, sobre que las inyecciones que se les ponían a los niños podían llegar a ser peligrosas. Con la tontería muchos padres, muy desinformados sobre todo lo que les rodeaba, decidieron arriesgar las vidas de sus hijos por creer a simples estafadores ignorantes. Y ahí estaban ahora, la población mundial se veía diezmada por una enfermedad que podían haber evitado con un par de pinchazos cuando eran niños.

Notó un intenso picor en la garganta y tosió, sin poder evitarlo. El suelo de la habitación se había coloreado de repente con unas pequeñas gotas carmesí. Respiró hondo y por mucho que no quisiera reconocerlo supo que no le quedaba mucho tiempo.

domingo, 5 de julio de 2015

El día



Tenía los nervios de punta, no era una situación agradable, aunque tenía el consuelo de pensar que todo el mundo estaba pasando por lo mismo. Se lo repitió mentalmente varias veces, recordándose que toda la gente tenía que enfrentarse al día de elecciones.

Salió de su casa con paso firme, ocultando su ansiedad. En la calle reinaba un silencio incómodo, la gente caminaba en solitario vigilada atentamente por decenas de policías que velaban por su seguridad. La tensión y el miedo se notaban en el ambiente, pero aun así era patente el alivio que generaban los carteles que indicaban: “votar es solo un día, después regresa la calma”.

Su camino, como el de muchos otros le condujo ante las puertas del colegio del barrio. Preparándose para la ocasión ya habían colocado una pancarta institucional con la famosa frase: “Las urnas son peligrosas, toma precauciones”. Una vez dentro se dirigió al terminal informático de voto y comprobó como iban los sondeos y que debía escoger. Sabía de gente que había pulsado un botón equivocado y había acabado varios años en la cárcel. El problema era evidente, el sistema era muy arriesgado. Cualquiera tenía derecho a presentarse como candidato, pero ciertos candidatos, los más nuevos o los que eran considerados más radicales, tenían un techo de votos establecido por ley y aquellos ciudadanos que los apoyaban una vez alcanzado ese techo incurrían en un delito penado con entre cuatro y doce años de cárcel.

Recordaba cuando aún no votaba y sus padres le dejaban con el abuelo el día electoral. Él le contaba historias de su época joven en la que el voto era secreto y sin limitaciones, uno no tenía que agachar la cabeza cada vez que se cruzaba con un policía y cuando las medidas de un gobierno no gustaban la gente podía salir a la calle a protestar. En esos momentos siempre se reía, pensando que el yayo intentaba tomarle el pelo y que lo único que le faltaba era decirle que en los montes vivían dragones, osos, unicornios y demás criaturas fantásticas. Ahora empezaba a dudar que fuese mentira. El otro día había encontrado un sistema de almacenamiento de información obsoleto y en vez de tirarlo, como habría sido lo normal, lo había reproducido. Eran varios informativos televisivos, el primero hablaba de unas elecciones sin nombrar para nada los techos de voto ni dar cifras de infractores detenidos, como si todos los participantes tuvieran las mismas oportunidades. Los demás no dejaban de ser sorprendentes, algunos incluían manifestaciones o imágenes de políticos detenidos; uno incluso hablaba de los osos y los linces como si fueran reales. ¿Podía ser que el mundo no hubiera sido siempre como le habían enseñado? ¿Existía otra forma de hacer las cosas? Todas esas preguntas y más se habían agolpado en su cabeza cuando había visto los videos, pero al poco se había dado cuenta de que eran pensamientos peligrosos e irresponsables, impropios de un buen ciudadano.

Pero en ese momento eso daba igual, lo que tenía que hacer era votar. Introdujo su AEI (Acreditación estatal de identidad) y le aparecieron delante todas las posibles opciones y una frase brillante que decía: “Su deber es votar con seriedad y responsabilidad, recuerdelo”. Eligió como siempre una candidatura con un techo bajito, sabía que no servía para nada, pero no quería apoyar a los que le obligaban a apoyar; aunque le hubieran echado ya de algún trabajo por sus ideas electorales.

Se alejó del monitor alegre por haber terminado cuando un agente de policía se le acercó. No le dio tiempo ni siquiera a agachar la cabeza antes de que este dijera:

                –El ciudadano con AEI 584864752 T queda detenido por tenencia ilícita de documentos antiguos e información sensible. Debe acompañarme, si se resiste estaré en mi derecho de usar todos los medios a mi disposición.

                –No. –Contestó, sabiendo lo que ocurriría después.

Cerró los ojos y soñó con un mundo que probablemente nunca existió en el que decir no puedo quejarme era algo bueno.