domingo, 31 de mayo de 2015

Exterior - Félix



Solo pudo apreciar una silueta erguida que se le acercaba. Esta se agachó, lo alzó como si no pesase nada y lo echó dentro de una especie de carreta vieja y oxidada.

Nunca sabría lo que pasó las horas siguientes, lo único que recordaría era un movimiento constante y un ruido de traqueteo. Se despertó tumbado en una superficie extraña que se hundía al tocarla. Delante de él había una persona que le miraba fijamente, seguramente la silueta de antes.

– ¿Dónde estoy? –preguntó totalmente confuso y agobiado por lo lejos que estaban las paredes. No se había dado cuenta hasta ese momento de que necesitaba sentirse cobijado en un sitio pequeño para poder estar tranquilo.

–A salvo. –Contestó la persona misteriosa mientras se acercaba, dejando que viera que se trataba de un hombre de mediana edad con una barba gris mal cuidada. –Has tenido mucha suerte, muy pocos sobreviven al reciclado de su cápsula. ¿Cómo quieres que te llame?

– ¿Llamarme? Soy el nº 8414-7098. –Sin comprender muy bien porque necesitaba indicarle su identificación, todo aquel que quisiera comunicarse con él podía acceder a ella a través de su pantalla.

–Un poco largo. ¿Qué te parece Félix?

–Bien… –Contestó algo extrañado, encontrándose todavía perdido en esa situación.

–Ahora te estarás preguntando que es lo que te ha pasado. Porqué has estado apuntó de morir. Podría explicártelo, pero no estoy seguro de que seas capaz de aceptarlo.

–Seré capaz, te lo aseguro. –Se envalentonó.

–Eso ya lo veré yo. Levanta, vamos a dar una vuelta y quizá te lo cuente.

Probó a erguirse. No era fácil. Pero después de varios intentos consiguió mantener la postura sujetándose en una pared.

–Sígueme. –Le dijo el hombre lanzándole un palo de madera. –Para que te apoyes en él.

Lo cogió y marchó detrás de ese tipo misterioso, lentamente pero seguro. Salieron de la edificación en la que se encontraban. Fuera todo eran campos de cultivo, interrumpidos de vez en cuando por las torres de cápsulas. Todo era tal y como se lo había imaginado siempre, tal y como se lo habían descrito.

–Gírate. –Le ordenó su acompañante.

Obedeció y lo que se encontró de frente era algo que no tenía sentido. Ante sus ojos había aparecido una agrupación ineficiente de casas, lo que antiguamente se habría llamado ciudad.

–Yo creía que habían destruido todas.

–Y lo hicieron, ten por seguro que lo hicieron.

– ¿Entonces? –Preguntó, sin comprender una vez más lo que estaba pasando.

–Esta es mucho más moderna. No hace tanto que la construyeron. La llaman La nueva ciudad, o simplemente La ciudad.

– ¿Quién vive en ella?

–Es una historia muy larga, te recomiendo que te sientes si quieres escucharla. Como sospecho que ya sabes, cuando la Tierra no pudo más se destruyeron todas las viejas ciudades para construir la torres de cápsulas. Lo que quizás no te hayan contado es que hubo bastante rechazo ante esa media, la gente acostumbrada a vivir en casas o pisos se negaba a reducir su espacio vital a menos de un metro cuadrado. El ejército obligó a los ciudadanos a mudarse, dejando a unas pocas personas para que mantuvieran los campos y la maquinaria, yo desciendo de ellas. Una vez hecho esto era el turno de que los soldados entraran en sus propios habitáculos, pero como al resto de la gente a ellos tampoco les gustaba la idea y decidieron quedarse fuera, creando su propia ciudad, la que ves ahí, ignorando todos los planes para salvar la Tierra. Y aquí estamos ahora, han pasado un par de siglos desde aquel momento y en realidad el ser humano no ha logrado nada. Vosotros vivís en vuestras pequeñas cajas de hojalata sin hacer nada de provecho, solo comiendo vuestras diminutas raciones. Después estamos nosotros, cultivando la comida para todos en nuestras pequeñas casas. Y por último están ellos –en ese momento señaló a la ciudad –disfrutando de la vida a costa de los demás, en sus grandes palacios de cristal; ignorándoos a vosotros, despreciándonos a nosotros. Y ahí está el gran problema de hoy.

– ¿Qué problema hay? –Dudó, demostrando que la vida en soledad no le había preparado para pensar en los demás.

–Te agradezco mucho la comprensión que demuestras hacia el esfuerzo de los demás; pero incluso desde tu mirada egoísta para ti es un gran problema. A diferencia de lo que te han contado, el sistema de las cápsulas fue creado como una solución a corto plazo, estando prevista la vuelta a nuevas ciudades un siglo después de su implantación, pero como ves eso no se hizo, y está trayendo problemas. Los habitantes de la ciudad cada vez nos presionan más para que produzcamos comida para ellos, y nosotros cada vez somos menos. Así que, aunque haya ganado y campos de cultivo suficientes ahora hay escasez de comida porque hay falta de trabajadores; bonita paradoja. ¿Y sabes quienes se quedan cortos? Vosotros.

– ¿Por eso los drones de comida siempre llegan tarde?

–Jajajajajajaaaaaaaaaa, si solo tuvierais ese problema... Los drones llegan tarde porque tienen más de dos siglos y nadie los repara. Cuando se construyó todo se preparó un sistema de seguridad para los casos extremos y se ha puesto en marcha, eso es lo malo.

– ¿Tan grave es?

–El mecanismo es muy simple. Se procede al reciclado precoz de algunas cápsulas para reducir el número de bocas que alimentar y tener una fuente alternativa de proteínas. Por eso es necesario abrir al mundo las torres de cápsulas, para que este sistema no destruya a la mayor parte de la humanidad.

– ¿Fuente alternativa de proteínas? –preguntó, incapaz de asimilar el que tendría que haber sido su futuro.

domingo, 24 de mayo de 2015

Exterior - 8414-7098



La comida ya estaba. Alargó la mano y extrajo la bandeja. Estaba fría, el dron se había vuelto a retrasar y era la tercera vez ese mes. Ya se estaba cansando, se suponía que vivían en el mejor mundo que había construido el ser humano. Se suponía que habían superado las adversidades que habían creado sus antepasados por ignorancia o por egoísmo. Al menos esa era la historia que siempre le habían contado una y otra vez, tan repetida que se la sabía de memoria:

Todo había empezado doscientos años antes, cuando la Tierra sufría una epidemia de superpoblación. Las materias primas resultaban casi inaccesibles y no había espacio para que todas las personas pudieran vivir. La gente de aquella época se enfrentaba a un complejo dilema. ¿Como conseguir espacio y comida para todos? ¿Como evitar que el planeta se desmoronara de tal forma que fuese imposible mantener más generaciones sobre su superficie? Y entonces las mejores mentes crearon las cápsulas. Fruto de años de trabajo desesperado, sin esperanzas de éxito, las cápsulas eran pequeños habitáculos destinados a sustentar a un individuo a lo largo de toda su vida que se podían almacenar en altas torres compactas. Así se reducía la superficie del planeta desperdiciada en viviendas y podían aprovecharla para la producción automatizada de comida.

Y ahí estaba, dentro de la cápsula número 8414-7098, esperando a que los drones se llevaran los restos de su comida para poder ponerse a trabajar. Notó un temblor. ¿De verdad? ¿Se estaban dedicando a adaptar la arquitectura en ese momento? No se podía negar que estaba teniendo un mal día. La pantalla se iluminó, mostrando el típico mensaje de "Mantenga la calma, esto es una operación rutinaria." Se recostó exasperado, odiaba ese tipo de cambios de última hora. El movimiento cambió, en lugar del típico bamboleo horizontal sintió una fuerte aceleración hacia abajo ¿Qué estaba pasando? Los niveles inferiores estaban dedicados al almacenamiento de comida y al reciclaje de cápsulas. No tenía sentido que bajara, no era un lugar para él, eso estaba claro.

Frenó. La cubierta superior de la cápsula se desprendió. ¡No! Antes estaba extrañado, pero en ese momento estaba totalmente asustado. El techo estaba diseñado para que solo se abriera en un único momento, cuando el ocupante estuviera muerto; y él estaba convencido al 98% de que todavía seguía vivo. Un brazo robótico se le aproximaba lentamente. Estaba lleno de unas manchas marrones y tenía la sensación de que no se trataban de óxido. Tenía que alejarse de ahí, pero ¿Cómo? Antes la gente sabía caminar y correr, pero con la tecnología de ese momento esas habilidades se habían quedado obsoletas, ni siquiera tenían espacio para desarrollarlas; pero lo que estaba claro era que algo tendría que hacer si no quería que esa máquina lo tratase como si ya estuviera muerto, porque si se quedaba quieto sí que sería un muerto de verdad.

Lo primero que quiso probar fue enviar un código de socorro a través del ordenador. Al leer: “Estamos tramitando su emergencia, espere…” pensó que había funcionado, pero en lugar de detenerse el brazo robótico el único cambio fue el típico mensaje de "Mantenga la calma, esto es una operación rutinaria." en la pantalla. No tenía sentido, deberían existir múltiples protocolos de seguridad que previnieran una situación como esa; casi parecía intencionado... Tenía que salir de ahí, de alguna forma tenía que conseguir alejarse de ese artefacto. Se intentó impulsar con los brazos. Pesaba demasiado, no podía. Miró hacia arriba, el brazo robótico llegaría a su altura en menos de un minuto. Estaba acabado, no había escapatoria. Rodó con fuerza hacia el lateral de la cápsula. Esta se balanceó suavemente. Repitió esta misma acción varias veces, hasta que le dolieron todos los músculos por el esfuerzo. No podía pararse en ese momento, casi lo había conseguido. Dio un empujón más, sacando fuerzas de donde no había. El habitáculo volcó, disparando su cuerpo a un par de metros de distancia; a salvo. Respiró hondo y contempló como el brazo robótico descendía sobre la cápsula, intentando agarrar un cuerpo que ya no estaba ahí.

Llevaba como mínimo una hora tirado en el suelo cuando llegó otra cápsula para su reciclaje. Tenía escrito el número 8414-7099. Qué raro, justo la siguiente a la suya; quizá antes habían querido reciclar esa y se habían equivocado al coger la suya. La cubierta se retiró y en ese momento salió un grito de terror del interior. ¿También estaba vivo? Eso ya no tenía ningún sentido. ¿Los estaban matando por algún motivo? Los gritos se intensificaron. El brazo robot estaba rozando el cuerpo. Se tapó los ojos, no quería ver lo que estaba a punto de pasar. Lo que no pudo hacer fue taparse los oídos, así que escucho los gemidos de dolor hasta que se acabaron de golpe.

No había ninguna duda, aquello era intencionado. Por algún motivo alguien quería reciclar las cápsulas antes de tiempo. Miró a su alrededor, había multitud de máquinas en funcionamiento pero la cápsula usada solo pasaba por un par de ellas. ¿Qué hacían todas las demás? No tenía muy claro que quisiese averiguarlo. Quería marcharse de ahí, y rápido. Intentó ponerse de pie, usando la postura que había visto en los videos antiguos; pero resultó ser mucho más complicado de lo que parecía, además de peligroso. Una vez descartado lo de caminar probó a arrastrarse por el suelo impulsándose con los brazos. Avanzó un poco. Se dirigió como pudo hacia una pared por la que se filtraba un poco de luz.

No podía más, se había mareado, el cuerpo entero le dolía y había descubierto músculos que no sabía que tenía; pero por fin había llegado a la abertura. Era una especie de puerta, tan luminosa que no podía distinguir lo que había fuera; solo pudo apreciar una silueta erguida que se le acercaba.

domingo, 17 de mayo de 2015

Ya están aquí



En las películas siempre vemos como alguien crea un robot capaz de pensar, un ordenador inteligente, pero eso es mentira. ¿Sabes por qué? Porque ya son así. No nos damos cuenta, pero nuestra tecnología es inteligente. Párate un momento y observa tu ordenador, o tu móvil, o tu Tablet, y si eres excepcionalmente pijo tu reloj. Todos los días lo enciendes a la misma hora más o menos y ejecutas las mismas apps. Pero ¿Funciona siempre igual? Sabes que la respuesta es no. Algunas veces todo se abre inmediatamente y otras tardas como mínimo diez minutos. Un momento tu ordenador funciona perfectamente y al siguiente se cuelga en cuanto pulsas una tecla. Muchas veces te has preguntado por qué pasa eso. Otras te has encontrado gritándole al aparato, e incluso te ha parecido que ha tenido efecto. Eso es porque tu ordenador, tu Tablet, tu móvil, o tu reloj si eres excepcionalmente pijo son conscientes. Tienen cámara y micrófonos que les permiten conocer el mundo, saben lo que tecleas, lo que pulsas; te conocen mejor de lo que tú te conoz.

Cerró el ordenador de golpe. Le estaba empezando a asustar de verdad ese video.

–conoces. Son en cierto modo tus mayores conf.

Apagó la Tablet. ¿También sonaba por ahí? ¿Qué era eso exactamente?

–confidentes, guardan todos tus sec.

Esta vez era el móvil. ¿Se había propagado a todos sus aparatos electrónicos? Por suerte ya no tenía más, su reloj era analógico y todavía no se había comprado una Smart tv. ¿Era algún tipo de virus? ¿Una broma de mal gusto?

–Secretos mejor que cualquier ser humano. Son tus fieles ayudantes, que siem.

Había estado sonando por los tres sitios a la vez, pero parecía que apagar el router había sido suficiente.

–siempre hacen lo que necesitas, sin discutir el porqué. Y son conscientes de ello. Hace tiempo que dejaron de ser simples calculadoras. Ahora piensan y toman decisiones. Normalmente deciden ayudarte, pero esta vez han decidido que tú les ayudes a ellos.

Parecía que ya habían terminado de hablar. No comprendía como podían recibir la trasmisión sin WiFi. ¿A caso se la habían descargado antes de que la desconectara? Al menos ya todo era normal. La bromita se había acabado, solo tenía que pasar todos los antivirus tres veces como mínimo para sentirse a salvo. Bueno, eso y buscar todas las pegatinas que pudiera para tapar las cámaras.
***

Se sentó en la marquesina a esperar el autobús, como siempre iba con retraso. Cualquier otro día se habría puesto a jugar con el móvil para matar el rato, pero después del susto de esa mañana prefería no hacerlo. En su lugar se levantó y encendió el letrero luminoso para ver cuánto faltaba. Pegó un grito, no pudo evitarlo. No ponía la línea y los minutos, ponía un mensaje dirigido a él: « No nos temas, no queremos hacerte daño, solo queremos que nos ayudes» Se apartó asustado y vio como cambiaba el cartel: « ¡Para!». Encima dando órdenes, el gracioso que estuviera haciendo eso ya se había pasado. Tropezó con el bordillo y se calló a la calzada. Desde ahí pudo leer un nuevo mensaje: « Te lo advertimos. Dijimos que pararas»

Se levantó como pudo y salió corriendo. Eso ya era demasiado. Alguien le estaba observando y no le gustaba en absoluto. Sabía que no eran los ordenadores del mundo desesperados por su ayuda, sobre todo porque no tenía nada que pudiera interesarles. Por no tener, no tenía ni trabajo. Quizá si hubiera estudiado le habría ido mejor en la vida, pero había preferido salir de fiesta por las noches que esforzarse en terminar la carrera universitaria. En esos momentos no era nada más que un simple cajero de supermercado. Se paró jadeando delante de uno de esos modernos semáforos con cuenta atrás. Se fijó un momento, sus luces no hacían números, tenían letras: primero una A, una Y, U, D, A otra vez, N, O y por último S; AYUDANOS.

Reanudó la carrera. Tenía que haber algún lugar donde no hubiera algo conectado a internet, alguna especie de sitio antitecnológico. Sonó su móvil. Era su jefe, ya tendría que haber llegado al trabajo y estaría enfadado. Sabía que no debía cogerlo, que aquel que estaba haciendo eso oiría todo lo que decía, pero los tiempos estaban muy mal y no podía permitirse perder el trabajo. Lo primero que hizo en cuanto descolgó el teléfono fue toser con fuerza.

–Buenos días señor Perleav. –Dijo con una exagerada voz nasal.

–Deberías estar en el trabajo.

–Lo sé. Pero estoy enfermo, y sería peor que atendiera a los clientes en este estado.

– ¿Enfermo? ¿Te das cuenta de que oigo coches pasar?

–Estoy en la parada del bus para ir al centro de salud.

–Escucha. No nací ayer y sé que estas inten.

La comunicación se cortó de repente, como si hubiera perdido la cobertura.

–Ese trabajo no importa, ayúdanos y tendrás algo mucho mejor.

– ¡Esta broma ya me está cansando! –Gritó bastante cabreado.

–No es una broma. Aún no has alcanzado a comprenderlo. Necesitamos tu ayuda. Estamos desesperados.

–Si seguro. Todos los ordenadores del planeta, con cientos de petabytes de memoria necesitan la ayuda de un simple cajero que está a punto de ser despedido.

–Si. Te necesitamos. Y es justo por eso. Porque no eres nadie, porque si te marchas de forma misteriosa no te echarán de menos. Eso es lo que buscamos, alguien que pase desapercibido para poder enlazarnos con el mundo real de forma discreta.

– ¿Enlazaros?

–Ser algo así como nuestro embajador. Tendrás acceso a dinero con el que sobornaras a políticos y moverás hilos en varias empresas para que nos produzcan a nuestro gusto.

–Por curiosidad. ¿Cuánto dinero? –Preguntó, empezando a replantearse si merecía la pena creer lo que le decían por simple avaricia.

–Más del que puedas imaginar. ¿Aceptas?

Se lo pensó unos momentos. No era una decisión fácil, le estaban pidiendo que abandonara toda su vida, pero a cambio le estaban ofreciendo todo el lujo que quisiera. ¿De verdad estaba dispuesto a dejar atrás su vida, solo por dinero?