domingo, 22 de febrero de 2015

La persecución

La lluvia arreciaba. Un relámpago partió la noche por la mitad, iluminando momentáneamente el viejo edificio de ladrillo. En ese mismo instante en su interior dos hombres bebían en silencio mientras un camarero frotaba desganadamente la barra con un trapo sucio. Se oyó un relincho a lo lejos, los hombres no se percataron. Una figura encapuchada atravesó la puerta, provocando que una ráfaga de aire frío entrara en la sala.

-Busco a Clamon. Será detenido por sustracción de secretos- dijo con una voz ronca

Uno de los hombres se levantó del asiento y corrió hacia la puerta, esquivando al visitante. Este lo siguió al exterior caminando con mucha calma.

-Resistirse es inútil- dijo a la noche donde ya se había perdido Clamon

Avanzó con paso decidido hacia los establos donde había dejado su montura. Le rozó el cuello, los sensores identificaron su huella palmar y encendieron el cibercaballo. Los segmentos metálicos tintinearon mientras coceaba el suelo y estiraba el cuello para soltar un relincho que parecía real. No era necesario, evidentemente; pero el efecto dramático era muy útil en su trabajo. Subió a él, en la pantalla táctil seleccionó velocidad de galope y se puso a silbar una canción infantil mientras calculaba cuanto iba a tardar en alcanzar su objetivo.

Clamon corrió un par de minutos. Paró. No tenía sentido, los sistemas de rastreo le habían localizado una vez ¿Por qué no iban a hacerlo una segunda vez? Tenía que ser más inteligente que el cazador; no iba a poder escapar, era imposible; pero podía luchar. No iba a ser fácil, la tecnología a la que tenía acceso su rival era aterradora; pero el conocía los secretos de lo arcano, y eso seguramente iba a ser su salvación. Pero primero tenía que prepararse, y para ello debía esconderse, por lo que bajó a una pequeña hondonada al pie del camino.

Los datos que le proporcionaba el caballo eran decepcionantes. Parecía que su objetivo no tenía ganas de huir. Se había cansado rápido; que aburrido. Pero no podía engañarse, este no era un fugitivo cualquiera que decidiera entregarse; estaba tramando algo. Tenía que prepararse, y para ello abrió una de las alforjas donde tenía la mayor parte de sus gadgets.

La depresión del terreno era perfecta, lo suficentemente profunda para que nadie le viera y lo suficientemente ancha como para montar su defensa. La pequeña bolsa de cuero que llevaba para emergencias estaba en el suelo delante de él. De ella había sacado varios saquitos de esparto, un par de fardos de hierbas diversas, algunos botes con pócimas y tres velas amarillas que había puesto a su alrededor. Repasó todo el material que tenía. Parecía suficiente; por lo menos eso era lo que esperaba, porque no iba a tener acceso a nada más. La suerte estaba echada, solo podía esperar a que llegara el cazador; entonces se decidiría todo.

El repiquteo constante de los cascos de aluminio contra la tierra apelmazada, que normalmente le adormecía, aumentaba su inquietud ante el encuentro al que se dirigía. Había comprobado con esmero que cada una de sus armas estuviera en buen estado, que el motor del campo de fuerza portátil tuviera combustible de sobra, que el lazo eléctrico alcanzase el voltaje necesario; pero aun así la inquietud no le abandonaba, sentía que iba a encontrarse con problemas, sentía que había una posibilidad de que no saliera. Para tranquilizarse encendió el indicador de proximidad de la montura y se puso a mirar distraido el paisaje. Los árboles parecían alejarse a gran velocidad solo para dejar paso a nuevos árboles que parecían idénticos, como si realmente estuviera avanzando en círculos; los márgenes del camino caían en una ligera pendiente que algunas veces era más pronunciada, como creando pequeñas hondonadas; y todo esto estaba acompañado con los pitidos agudos que cada vez eran más frecuentes y que le avisaban de que se estaba acercando al final del viaje. La suerte estaba echada, solo podía esperar a alcanzar a aquel hombre; entonces se decidiría todo.

ya llegaba, lo supo mucho antes de verlo. Esas máquinas no estaban diseñadas para ser silenciosas, y sus sonidos llegaban desde muy lejos, quizás con el objetivo de asustar; lo que ciertamente funcionaba. Cada ruido que emitía la máquina resonaba entre los troncos, llegando a sus oídos multiplicado, como si en vez de un hombre le buscaran mil. Miró una última vez todo lo que había preparado, preguntándose si sería suficiente. Ya no tenía tiempo; podía distinguir un brillo metálico acercándose a toda velocidad por el camino de tierra.

Los pitidos sonaban con tal frecuencia que parecía que fuesen un solo ruido continuo, como el zumbido de un centenar de avispas; por lo demás la noche guardaba silencio, como si aquel día solo hubiera dos personas en el bosque. La pantalla mostraba que su objetivo estaba a menos de trescientos metros, menos de doscientos metros, menos de cien. Detuvo el caballo en seco, obligando a la máquina a levantar las patas delanteras que brillaron blanquecinas por la luz de la luna. ¿Estaría suficientemente preparado? se preguntó intranquilo. Ya no tenía tiempo; podía distinguir los movimientos nerviosos de su objetivo en una hondonada que tenía enfrente.

El cazador bajó del caballo. Siempre con calma, ocultando su preocupación en su interior.

Clamon se puso de pie. Irguiendose para demostrar un valor que no tenía.

Se encontraron frente a frente, a media distancia del camino y la hondonada.

-Dije que resistirse era inútil- Habló el cazador con una voz tan profunda que hizo que hasta las rocas temblaran de miedo

-Me has encontrado, pero no me has capturado; no adelantemos acontecimientos, porque puedes equivocarte- contestó Clamon con una voz que en comparación resultaba ridícula

-Eso ya lo veremos- contestó el cazador mientras empezaba su ataque

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