domingo, 18 de enero de 2015

El cuerpo - El día de la entrevista



Martes por la mañana
Le dolía la cabeza. Intentó moverse. No pudo. Alguien le había atado las manos, el que hubiera sido iba a acabar mal, había pocas cosas que odiase más que estar atado y una de ellas era que le apuntasen con un arma. Abrió los ojos y vio un hombre que sostenía una pistola delante de su cara.
– He de suponer que usted asesinó a esas cuatro personas
–Muy listo el señor. Claro que lo hice yo
Era un joven de pelo oscuro, bajito y delgado; poca cosa para cometer un asesinato, la víctima más débil podría con él; recordaba más a un oficinista que a un monstruo capaz de cortar una persona en pedacitos.
–¿Por qué? ¿Por qué lo hizo?
–¿Realmente importa el motivo? Están muertos, es lo único importante, ¿O necesita saberlo antes de morir?
–Reconozco que me sentiría más tranquilo si lo supiese, porque sé que tenía un motivo, una razón para odiar tanto a esas cuatro personas como para descuartizarlas y coserlas entre sí; pero sobre todo porque sé reconocer a un verdadero artista, y lo que hizo usted fue una obra de arte del crimen: preciso, original, perfecto.
–¿De verdad cree que alagarme le va a salvar la vida?
–No, no lo creo –claro que no lo creía, no era estúpido, pero si conseguía que hablase un buen rato podría soltarse; para algo tenía que servir llevar un pequeño cuchillo cosido en el interior de la manga, su as particular –solo quiero saberlo, considérelo el último deseo del condenado.
–Si es lo que quiere así será, pero esperaba un último deseo del estilo de: déjeme decirle adiós a mi familia, no me haga daño o incluso déjeme fumar.
–Usted no tiene idea de cómo soy
–Nadie puede llegar a conocer a otra persona y nadie puede llegar a conocerse a sí mismo, no he intentado comprenderle, sinceramente usted no me importa nada.
–Gracias por su sinceridad
–A lo que íbamos ¿Por qué lo hice? Mi historia empezó hace tres años. Entonces yo era un joven informático recién salido de la universidad. Siempre me habían gustado los juegos así que decidí programar uno. Me pasé un año, TODO un año, trabajando en él; hice cientos de dibujos a mano y a ordenador, escribí miles de líneas de código, grabé las voces de los personajes; y todo eso SOLO, pasando noches sin dormir, comiendo con el ordenador, y ese esfuerzo ¿Para qué? Cuando por fin lo terminé era precioso, uno de los mejores juegos que se habían hecho nunca, o eso pensé. Yo no tenía medios para distribuirlo, así que recurrí a un banco para que me diera financiación. Me pidieron una copia del juego para ver su calidad, y a la semana me lo devolvieron diciéndome que no podían ayudarme porque no era lo suficientemente bueno, que no cumplía sus expectativas.
–¿Mató a cuatro personas por que no te financiaron un proyecto? Los bancos casi nunca sueltan su dinero y menos por un juego, por muy bueno que sea.
–No, no fue por eso; aún no había terminado mi historia. Por favor no vuelva a interrumpirme –dijo agitando el arma como amenaza –¿Por dónde iba? Me dijeron que no cumplía sus expectativas, y me sentó mal; lo reconozco. Pero la cosa no acabó ahí. Visto que no tenía futuro como programador de videojuegos me busqué un trabajo mediocre como informático en una cadena de supermercados.
–¿Ahí conoció al señor Cruz? –Había estado a punto de decir el señor palma, por suerte se había contenido en el último segundo
–¡Deje de interrumpir! –gritó, realmente enfadado el presunto asesino –Sí, ahí conocí a Edgar. Pero nunca tuve problemas con él. Era un buen compañero, me caía bien. Un día salió a la venta un juego nuevo, con muy buena crítica, un éxito de venta asegurado. Yo, como un tonto, hice cola para comprarlo y cuando lo probé en casa ¿Sabe qué descubrí? ¿Lo sabe? ¡Era mi juego! Ese que me había costado tanto hacer y que me habían rechazado por “no cumplir las expectativas”. Intenté demandar al banco, me pusieron trabas en todas partes, tuve que dar mil vueltas, pedí un préstamo para pagar al abogado y cuando casi había conseguido llegar a juicio la fiscal se negó a acusar al banco “es un pilar de la sociedad” me dijo, “no voy a acusarle por los deseos de un solo hombre”. Todo mi esfuerzo para nada porque una fiscal no se atrevía a hacer su trabajo.
–¿Era Alice Nightingale? –preguntó por pura intuición
–Sí. –Confirmó –Ella fue mi primera víctima. Estaba tan enfadado que tomé la decisión de matarla, me costó mucho, un día era capaz y al siguiente me parecía una atrocidad, pero al final me convencí de que lo haría. La seguí durante semanas, anotando sus horarios, buscando un momento en el que pudiera acabar con ella. Lo encontré. Todos los viernes salía con sus amigas por la tarde y volvía a casa atravesando un parque. Un viernes me puse una sudadera, me tapé con la capucha y esperé en el parque con un cuchillo jamonero en la mano. Cuando Alice pasó por el camino de tierra. Salté enfrente de ella con el cuchillo en alto. Estaba oscuro, pero podía distinguir que llevaba un abrigo blanco y unos zapatitos rojos con tacón. “Por favor no me mates” me suplicó “llevo dinero te lo daré” y recuerdo que en aquel momento sacó un fajo de billetes enorme. Me planteé llevarme el dinero como un vulgar ladrón y dejarla con vida, pero entonces me dijo de donde lo había sacado.
–Yo diría que era un pago por no haber llevado tu caso a juicio
–No, era otro caso, ya no me acuerdo cual. Lo importante es que ganaba dinero por impedir que ciertos casos prosperaran ¿Qué clase de empleada pública era? No trabajaba por el beneficio de la sociedad, solo trabajaba para su propio beneficio. Cuando me enteré no pensé en nada, solo clavé mi cuchillo en su pecho, diez veces, aún recuerdo cuántas fueron, la resistencia de abrigo de paño, la fuerza necesaria para atravesar la carne. Cuando la hube matado me encontré con un gran problema ¿Qué podía hacer con el cadáver? Lo primero era esconderlo, y conocía un sitio perfecto para hacerlo, el almacén del supermercado. Después de varios intentos conseguí meter el cadáver en mi coche y llevarlo hasta mi trabajo. Lo coloqué detrás de unas cajas que sabía que no se iban a usar y estaba marchándome, contento de haber conseguido ocultarlo cuando me di cuenta de que no estaba solo.
–Edgar Cruz le había visto
–Edgar Cruz me había visto. Me prometió que no se lo diría a nadie. No lo creí, pero estaba tan cansado que lo deje pasar. A la mañana siguiente nadie había venido a detenerme, así que supuse que Edgar había cumplido su palabra. Con el dinero de la fiscal compre una heladería abandonada, este local, donde trasladé el cuerpo, esta vez sin que me viera nadie.
–Así que aquí es donde congeló los cadáveres
–Sí, lo hice aquí.
–¿Por qué mató a los demás?
–A eso iba. Para estar a punto de morir mira que es impaciente.
Mientras decía esto la brida de plástico que ataba las muñecas de nuestro investigador había cedido al cuchillo que llevaba oculto en la manga, por cierto muy desafilado para tardar todo el monólogo del asesino que le apuntaba con una pistola.
–Mi siguiente víctima fue Horacio Gloom, el hombre que supuestamente había programado mi juego. No fue un asesinato premeditado como el de Alice, fue algo espontáneo. Era verano y yo estaba en un festival de videojuegos, a pesar de lo que me había pasado yo seguía yendo a esos sitios, y un día, el último que tenía previsto estar apareció el señor Gloom saludando como una estrella. Me pasé toda la mañana observándole de reojo y cuando se marchó de la macro carpa del festival lo intercepté. Le dije que estaba llevándose el mérito de algo que no era suyo y me contestó “Y qué” encogiéndose de hombros. No lo soporté y le golpeé con mi mochila, donde llevaba mi portátil y una Tablet. Al recibir el golpe se tambaleó y yo aproveche para golpearle una y otra vez, hasta que se cayó al suelo y entonces seguí golpeando hasta que aquel hombre con tanta cara como para apropiarse de mis cosas ya no tuvo cara. Después de eso cogí el cadáver, lo metí en mi coche y conduje con más cuidado que nunca hasta que pude meterlo en el congelador junto a Alice.
–¿Entonces fue cuando los cortó? ¿Para que cupieran en el congelador?
–No, era una heladería, caben dos cuerpos en el congelador, incluso tres porque no tuve problemas para meter a Vicent Shackle, empleado de banca. Como ya se habrá imaginado mi tercera víctima fue el hombre que rechazó mi juego, el señor Shackle. Este crimen se me dio mejor que los anteriores a pesar de que mientras lo preparaba parecía imposible. Después de obtener mucha documentación descubrí que no seguía ni una rutina fija, sus horarios eran flexibles y su vida privada era todo un caos. Así que decidí darle un enfoque menos directo al crimen, veneno. ¿Cómo hacer que lo recibiera? No había ningún problema, mi estúpida víctima escondía una llave de repuesto en una piedra de plástico que no engañaba a nadie. Por lo que un día compré matarratas, esperé a que saliera de casa y envenené toda la comida del frigorífico. Esperé fuera, perfectamente escondido hasta que pude comprobar como oía simplemente escuchando sus estertores.
–Ya tenía su venganza. ¿Por qué una cuarta víctima?
–Porque ya tenía mi venganza. Podía continuar con mi vida, pero había un testigo.
– Por eso mató a su compañero de trabajo.
–Sí, pero me costó. Nunca me dijo donde vivía, no encontré su dirección en los archivos de la empresa; así que le seguí casi todos los días, pero siempre me daba esquinazo. Por lo que me encontraba con un dilema, no podía matarle al salir del trabajo porque cualquiera podía verme, usted ya ha estado ahí, siempre hay gente alrededor; pero no podía cargármelo en su casa porque no sabía dónde estaba.
–Y para solucionar el problema montó un negocio falso de filatelia, usted ya sabía que era su afición, para atraerlo a su local. Lo que no entiendo es ¿Por qué lo llevó hasta su casa?
–Le había cogido cariño a este local, y además los demás crímenes los cometí en lugares que frecuentaban mis víctimas, si no lo hacía con Edgar era como traicionarme a mí mismo. Aunque reconozco que podré hacer una excepción con usted.
–Gracias, resulta muy halagador
Si quería actuar ese era el momento. Aquel hombre ya no tenía mucho más que decir y en cuanto terminara de hablar le iba a pegar un tiro; y lo haría, después de esa historia no tenía ninguna duda. Nadie le habría considerado un hombre fuerte, pero comparado con su contrincante era un forzudo. Se lanzó rápidamente sobre el asesino y antes de que este reaccionara le había cogido la pistola y le estaba apuntando con ella
–Solo hay una cosa que odio más que despertarme atado, y es que me apunten con una pistola –dijo mientras disfrutaba de recuperar el control de la situación.
–¿Qué va hacer? ¿Dispararme? Estoy desarmado, usted es un buen poli y no puede hacerlo.
–¿Quién ha dicho que sea policía? Soy un asesino en serie rehabilitado, más o menos. Sabían que había cometido varios asesinatos, pero no pudieron demostrarlo, así que me hicieron una oferta que no podía rechazar como asesor; pero ya me he cansado de este trabajo.
Apretó el gatillo, dejando solo un asesino en la habitación; quizá el que siempre fue más peligroso de los dos. Salió tranquilamente del local, desapareciendo en la niebla.

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