domingo, 24 de julio de 2016

Fitocidio

Tu presumes de haber llegado a los cien años, yo hace mucho que cumplí los trescientos ¿y qué? Nací antes de que lo hicieran tus abuelos y tus tatarabuelos y desde entonces he estado aquí, observando. Cientos de páginas han pasado por delante de mi, ignorándome, olvidando que estaba; pero yo si les prestaba atención. Escuchaba sus palabras, conversaciones cortadas que ya habían empezado cuando oía sus primeras palabras y que terminaban mucho después de que los perdiera de vista. A veces eran historias alegres, otras eran historias tristes y a muchas les faltaban demasiadas partes para ser comprensibles.

Esa ha sido siempre mi vida, estar aquí de pie, observando y escuchando a los viandantes; conociendo vidas ajenas que nunca iban a tener relación con la mía. Te equivocas, estas pensando que es una vida aburrida, pero no es así, al menos para mi; quizá tú que has vivido de otra forma la encontrarías una vida llena, falta de emociones; pero yo la considero como todo lo que se ha podido esperar de alguien como yo. No iba a ponerme a correr, no iba a buscarme un trabajo, no iba a construir una familia; porque para mí eso no es la vida. Para mi vivir es estar aquí, sin dormir, sin comer; dejando que el sol me bañé por la mañana y que las sombras me refresquen por la tarde, imaginando el final de frases que nunca voy a oír acabar.

Así ha sido durante más de trescientos años, una existencia calmada y segura en la que el tiempo es un compañero de viaje y no un enemigo a batir. Esa ha sido muy vida hasta ahora, pero ya no. Ayer llegaron máquinas y obreros. No era la primera vez que veía a gente así, estoy aquí desde antes de que estuviera la ciudad, vi cuando pusieron las calles, vi cuando construyeron los edificios, vi cuando llegó la gente a vivir. Así que no me asusté cuando llegaron los obreros, sólo eran más personas con historias que imaginar; pero no lo eran. Su intención era meter nuevas tuberías de gas. Yo no les hice nada, les mire igual que a cualquier persona, pero algo en mi debió molestarles.

Primero hicieron la zanja y para que los tubos les cupieran mejor cortaron mis raíces, dolió, dolió más de lo que me había dolido nada en todos mis siglos de vida. Aún así aguanté, podría haber seguido con mi vida con las raíces que me quedaban; pero no se pararon ahí. Mis ramas fueron lo siguiente que les molestó, rozaban los techos de sus vehículos, las hojas entorpecían su visión. Las cortaron, eliminaron gran parte de mis brazos. Volvió a doler, pero volví a aguantar; ya no cantaría cuando el aire agitase mis grandes hojas, pero seguía con vida. Ojalá hubieran acabado ahí, pero no fueron capaces. Mi tronco fue lo siguiente. Aún no sé qué les molestaba de él, quizá simplemente que existiera. Cogieron grandes motosierras y empezaron a cortar, me hicieron pedazos sin ningún remordimiento, dejando solo astillas y un tocón en mi recuerdo.
Este relato está escrito en memoria de los árboles de la calle Rioja (Zaragoza) asesinados brutalmente por el ayuntamiento de la ciudad con la"ecológica" intención de colocar un carril bici. Los echaremos de menos...

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