domingo, 22 de marzo de 2015

Breakout



Están cerca, los oigo. Ahora estoy oculto, pero no podré permanecer así mucho más tiempo; están cerca. Sé que cuando me encuentren todo se acabará, pero no pienso rendirme, nunca; por eso estoy escribiendo esto. Estas líneas son la historia de mi vida, la explicación de porqué huyo; de porque me temen. Cuando me cojan; no soy estúpido, sé que lo harán; será demasiado tarde, mis palabras ya estarán corriendo por la red y habré ganado.

La gente me llama Breakout desde que era un niño, pero mi verdadera designación es: James Edman f3 propiedad de automóviles Angry Star. Mis padres eran trabajadores de la compañía y yo nací dentro de su programa pionero de natalidad y cualificación profesional a largo plazo. Como muchos otros niños estudié en los centros de la empresa hasta que alcancé la edad mínima para trabajar, los diez años, momento en el que me incorporé a la cadena de montaje.

Un año después me concedieron mi primer periodo recreacional: un permiso de dos días ¡En el exterior de la fábrica! Estaba ilusionado, nunca antes había salido. Unos días después de que me concedieran las vacaciones yo estaba pisando por primera vez la ciudad con un empleado de la fábrica y otros dos chicos de mi edad. El hombre nos llevó a recorrer un barrio, nos enseñó los comercios y los transportes públicos para que cuando fuéramos mayores y tuviéramos que vivir ahí supiéramos manejarnos. La visita fue bastante más aburrida de lo que habíamos imaginado; pero el último día decidí saltarme un poquito las normas, la primera vez que lo hice, pero no la última; y salir sin permiso del hostal en el que nos alojábamos. No fui muy lejos, solo hasta un puesto ambulante que había en la misma manzana donde vendían juguetes de segunda mano. No llevaba dinero, así que me quede observando la mercancía. Recuerdo que el vendedor se me quedó mirando con pena y sacó un objeto de debajo del mostrador: «Esto era de mi abuelo, cuídalo y disfrútalo» me dijo al dármelo. Me lo guardé y ya en el hostal vi que era un antiguo aparato electrónico, un juego llamado Breakout.

Los años pasaron y no volví a saltarme las normas. Me pasaba el día trabajando en la cadena y por las noches jugaba al Breakout. Mis compañeros se enteraron pronto de mi nuevo tesoro y decidieron ponerme el apodo que me ha acompañado todos estos años. Aparte de eso mi vida era igual a la de cualquier otro empleado de la fábrica; la misma rutina todos los días, el mismo día todas las semanas. Pero no escribo esto para contar lo que puede contar cualquier otro; escribo esto para contar lo que nadie sabe de mi vida.

Cuando cumplí los dieciocho años la empresa me dio mi primer sueldo, que tuve que invertir prácticamente integro en el alquiler de una habitación en un barrio cercano a la fábrica. En cuanto me mudé ahí descubrí que la vida real no era como habían querido explicarme y me empecé a meter en problemas.

Todo comenzó cuando después de una semana viviendo en el piso necesité comprar comida el día que el supermercado del barrio estaba cerrado. Lo normal habría sido que hubiera esperado al día siguiente para abastecerme, pero decidí comprar en otro barrio. Como no me podía permitir un coche me dirigí al distrito céntrico, el único lugar al que era posible llegar andando. Una vez ahí entré en la primera tienda que vi. Lo primero que me sorprendió fue la variedad de productos que no había visto nunca, con toda normalidad ignoré aquello que no conocía y cogí lo que andaba buscando: huevos, pan, pasta; ese tipo de cosas. Cuando me dirigí a pagar el cajero me pidió la tarjeta de residencia, y al ver que no era de ahí me dijo que solo podían atender a la gente de ese distrito, cuando ya me marchaba algo confuso y sin mi comida oí como una señora decía: «No entiendo como permiten que esta chusma entre en los barrios de la gente de bien, no valen para nada, son imbéciles»

No lo entendía, ¿porque esa gente parecía tener más derechos que yo? ¿Qué habían hecho para merecérselo? En la escuela de la fábrica había sacado las notas más altas de mi promoción, obtenía siempre la mejor productividad, nunca había tenido ninguna oportunidad para mejorar mi situación y mudarme a un buen barrio. ¿Cómo lo habían conseguido ellos? ¿Qué méritos habían logrado para poder permitirse comprar ternera o usar un coche? ¿Qué podía hacer yo para lograr esos privilegios? Tenía muchas dudas y ninguna respuesta, y sospechaba que mis jefes no querían ayudarme, así que decidí buscar la verdad por mi cuenta. Y la encontré, y por eso ahora huyo, porque encontré mis respuestas y quise hacerlas públicas.

No me resultó excepcionalmente difícil encontrar esas respuestas, sospecho que esperaban haber matado mi curiosidad cuando era niño, afortunadamente no fue así. Hice algunas preguntas, miré algunas hemerotecas, me colé en algunos lugares y en menos de un mes toda la información que andaba buscando estaba en mis manos. Con cada dato que alcanzaba a conocer me sentía indignado y traicionado y cada vez más y más.

Había descubierto que la sociedad había sufrido un cambio unos pocos años antes de que yo naciera. Durante años desde las instituciones se habían encargado de que resultara prácticamente imposible acceder a la educación a las familias con menos recursos retirando colegios de sus barrios e instaurando un copago educativo. Después de eso realizaron varios estudios de los resultados académicos que casualmente concluyeron que los alumnos con un nivel socioeconómico bajo tenían capacidades intelectuales inferiores. Por ello idearon un sistema de “adecuación educativa” para supuestamente alcanzar a todos los niños; pero cuyo verdadero objetivo era conseguir una consolidación de la brecha social que tanto les estaba costando crear. Un tiempo después, cuando los programas de cualificación profesional a largo plazo funcionaban a plena potencia empezaron a surgir leyes que diferenciaban los derechos de los habitantes de cada barrio para blindar a “la gente de bien”, como había dicho la mujer de la tienda.

Como cualquier otro que tenga acceso a estos datos estaba totalmente furioso. Estaba obligado a dedicar mi vida a construir coches solo porque era lo que hacían mis padres. Nunca iba a poder hacer algo más con mi vida y ¿Por qué? Porque unos pocos querían ser más y para eso los demás debíamos ser menos. No tardé mucho en divulgar esto en internet, en colgar carteles en todos los edificios, y el mensaje fue pasando. Empecé yo solo, pero al mes ya éramos una decena los que nos quejábamos, en dos meses superábamos el centenar y hacíamos el ruido suficiente como para cabrear a muchas personas.

Las represalias no tardaron en llegar. Aunque nunca utilicé mi verdadero nombre enseguida fueron capaces de relacionarme con el apodo. Lo primero que hicieron fue echarme de la fábrica, impidiendo así que pudiera obtener ingresos. Me costó un poco pero me acostumbré: me colé en una casa abandonada en la zona más exclusiva de la ciudad. Nunca se les ocurriría que me escondía entre los suyos. Reconozco que la época que pasé ahí fue divertida, salir a la calle y oír a la gente comentar como era que nadie pillaba a ese misterioso Breakout. Nada es eterno, y mi escondite perfecto mucho menos.

Llegó un momento en el que mucha gente había oído mis palabras, a pesar de que estaba totalmente prohibido leerlas, y yo me convertí en el objetivo principal de las fuerzas de seguridad. Rastrearon mi dirección IP y un día se presentaron en mi casa. Los vi de lejos, tuve suerte, y pude correr lejos. Pero desde entonces me siguen y cada vez están más cerca. He recorrido varias ciudades, he caminado por mil caminos y he corrido por decenas de carreteras. He dormido en cunetas, he descansado en sótanos y he soñado en campos. Llevo meses en movimiento, parando solo para comer, si es que puedo. Llevo mil noches sin dormir por miedo a que me pillen. Segundo a segundo pendiente de mí entorno, pendiente de su llegada, temiendo un momento. Y ese momento es ahora. Hoy los he visto, no sé cuánto llevan detrás de mí. He entrado en un viejo almacén, en este viejo almacén, y aquí he empezado a escribir. Estas son las últimas líneas de mi historia y con ellas van los datos que encontré, los datos que tanto temen. Los gritos resuenan en las paredes. Adiós.

James Edman (Breakout)

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