jueves, 25 de diciembre de 2014

Viaje a Meipata




Una luz se encendió en el panel de control. No pudo evitar sentirse cansado, en esas épocas nunca paraba. Observó en sus aparatos la nave que quería abordarle; era una nave comercial, sobre todo contenedores de carga y unos pocos camarotes; llena de manchas de óxido y parches por toda la cubierta. Permitió la maniobra al momento, era uno de sus clientes habituales, irritante, pero buen pagador. Se levantó y se acercó a la escotilla. El metal chirrió mientras giraba. Se abrió y un hombrecillo regordete saltó desde el exterior.
–¡Erdom! ¡Qué alegría verte! –Gritó con todas sus fuerzas –Te he visto por aquí y he decidido pasar a desearte felices fiestas.
Sabía perfectamente que tenía algún otro motivo, pero prefirió dejarle continuar con sus excusas.
–¡Ah! Mira, si hasta has decorado un poco esto –dijo acariciando el viejo árbol que había arrinconado en el pasillo –así queda menos siniestro.

–¿Qué quieres? –Ya se había cansado de su cháchara.
–¡Menudas maneras! Un poco de alegría que es Navidad.
–YA lo sé, pero también sé que buscas algo, así que dime lo que es; porque como has dicho es navidad y mucha gente busca mi ayuda.
–¡Oh!, qué solicitado estás. Solo te falta decir Ho, Ho, Ho. Es broma, es broma –se apresuró a decir al ver la mirada que se había ganado –Bueno, tenías razón, sí necesito algo de ti.
–¡Qué sorpresa! –no pudo evitar decir con algo de sarcasmo –Y qué se te ofrece ¿Lo de siempre?
–No, esta vez no; esta vez quiero algo diferente, algo que quizá ni siquiera tú tengas.
–Lo dirás en broma ¿No? Mira mi nave, cualquier cosa que se pueda vender en la galaxia, y alguna que no se puede vender; está en mis bahías de carga. Y en el extraño caso de que no tenga lo que busca alguien, puedo conseguirlo. Así que dime ¿Qué es lo que buscas?
–El código de acceso al planeta Meipata.
Dejó de respirar un momento. La petición le había sorprendido. ¿Meipata? ¿Estaba hablando en serio? Era el lugar más protegido de la galaxia. Para entrar hacía falta comprar un código de acceso extremadamente caro.
–No es que quiera colarme, tenía mi propio código pero lo perdí –se apresuró a decir el hombrecillo –Si no lo necesitara no te lo pediría, pero es algo muy importante, lo necesito por favor…
No se lo creyó, en Meipata solo vivían los más ricos entre los ricos; en esa definición no entraba su cliente, ni se acercaba. Pero él no estaba para juzgar, mientras le pagasen…
–Sabes que eso te costará bastante ¿No?
–Lo sé, lo acepto. Entonces, ¿Puedes conseguírmelo?
–Puedo introducirte en el planeta, es uno de mis puntos de abastecimiento, si no te importa viajar en mi “siniestra” nave.
–¡Claro que no! ¿Puede ser ahora?
–Sí, pero te costará más.
Se dirigió a su sillón y puso los motores en marcha. Todos los paneles que recubrían las paredes empezaron a vibrar, produciendo un ronroneo ensordecedor. Su cliente estaba agarrándose desesperadamente al pomo de una puerta, intentando no caerse por culpa de las vibraciones.
–¿Vas cómodo? –Preguntó con cierto sadismo –Debería haberte advertido que había unas pocas turbulencias.
Supo que su comentario había sido cruel, pero no había podido evitarlo, la gente siempre quería conseguir su nave, modificada para alcanzar velocidades inmensas, pero nunca comprendía que no podía amortiguar toda la aceleración.
Varias luces rojas se encendieron amenazantes, indicando daños en sistemas secundarios. Las apagó golpeando el panel, seguro que había daños, pero podían continuar. Media hora después de partir alcanzaron la velocidad de crucero y el vuelo se hizo más tranquilo, ya solo tenía que esperar hasta el momento de la deceleración.
No esperaron mucho, en tres horas estaban frenando dentro del espacio aéreo de Meipata; pero la maniobra no mejoró mucho, otros sistemas se estropearon y su irritante compañero acabó vomitando en el suelo.
–Ya casi estamos –Dijo mientras apagaba casi todos los sistemas para evitar que la nave fuera detectada.
Con un poco de cuidado colocó la nave a la altura de los satélites de comunicación y la hizo descender hasta una pista oculta entre unos pocos edificios abandonados. En cuanto el tren de aterrizaje toco tierra con un terrible chillido el nervioso cliente volvió a respirar y se apresuró a la escotilla de salida. Antes de que Erdom pudiese detenerle por marcharse sin pagar el hombrecillo regordete señaló a un punto en el suelo. Era una tarjeta de crédito donde habían escrito: “Sírvete”.
La nave despegó, abandonando el planeta en busca de más trabajo; mientras en la superficie aquel cliente irritante corría rápidamente a una de las casas más pequeñas a encontrarse con su hija a la que hacía un año que no veía.

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