domingo, 14 de febrero de 2016

El último golpe



¡Despierta! ¡Despierta! Era su propia voz. Se estaba gritando, pero desgraciadamente no podía hacerse caso. Ojalá pudiera, pensó. Todo sería mucho más fácil si despertara de la pesadilla. Lo malo era que no estaba soñando, todo era real, auténtico. Por más que se gritara a si mismo que despertara no podía hacerlo, porque no se puede escapar de la realidad, te ata con sus redes y jamás te sueltas. Prefería los sueños, podías ser cualquiera, podías tener tu final feliz; por eso se había pasado meses escondido en una cama, durmiendo. Ahora ya no podía, la realidad llamaba y no podía huir, no podía esconderse; estaba ahí.
Respiró hondo y abrió los ojos, no valía la pena cerrarlos. Estaba en un edificio a medio construir, se había quedado abandonado hacía muchos años. Solo estaban colocados la mitad de los tabiques y en lugar de habitaciones se formaba un laberinto de muros que le escondía. Aún así no duraría mucho tiempo. Oía las voces gritando, eran muchos y le buscaban a él. No podría ocultarse más tiempo, sus perseguidores solo tenían que seguir su sangre para dar con su paradero. Cada vez los charcos eran mayores. Se levantó la camiseta y miró la herida, tenía mala pinta. Se había intentado vendar el costado con un rollo de celo, pero no había dado resultado, la cinta adhesiva se despegaba por el flujo de sangre y la herida seguía chorreando; quizá ya le habían matado y aquella cacería no tenía sentido. Se sentó en el suelo, estaba muy cansado, ya no había escapatoria. Recordó como había llegado ahí.
Recordó el piano, nunca le había gustado la música, pero ella le había citado en ese lugar. Era un pequeño local con música en vivo y camareros con pajarita. Aunque la iluminación era muy tenue enseguida la vio, sentada al fondo de la sala, destacando del resto de clientes con su sudadera universitaria y su aire desaliñado. Hacía años que no la veía, desde que se marchó de casa, pero era su hermana pequeña y si necesitaba su ayuda acudiría; muchas veces él había necesitado de la ayuda de ella. Fiel a la tradición familiar era ladrona, como sus padres y como él. Pero a diferencia de él, ella tenía una verdadera habilidad. Era pequeña y muy ágil, eso le permitía meterse por cualquier lugar; una vez vio como entraba a robar una casa por la gatera ¡Por la gatera! Él nunca había podido ser tan bueno, era torpe y en los atracos siempre dejaba rastros. Lo suyo eran las cerraduras y las cajas fuertes, no se resistían a sus manos, y por eso ella lo llamó. En cuanto se vieron empezó a explicarle la situación, sin ni siquiera preguntarle donde había estado todos esos años; si lo hubiera hecho habría descubierto que lo había dejado, se había vuelto un hombre legal. Su hermana necesitaba ayuda para dar un golpe, uno gordo. Iba a robar a una mafia ¿A quién se le ocurría? Y él tenía que abrir la caja. Una vez acabó la explicación, su hermana le arrastró directamente a la casa donde iba a tener lugar el robo. Era un edificio de dos plantas en un barrio fantasma. La única luz de la calle salía de la segunda planta, donde estaban dando una fiesta; por lo que podían trabajar sin llamar mucho la atención.
Al principio todo había ido bien, estaban dentro y habían alcanzado la caja fuerte. Estaba concentrado en averiguar la combinación y no se dio cuenta cuando su estetoscopio resbaló y cayó al suelo. Retumbó un ruido por toda la habitación, tan fuerte que arriba los dueños del dinero también pudieron oírlo; como no, había vuelto a meter la pata. ¿Por qué siempre le tenía que pasar a él?
A partir de ese momento la situación se volvió caótica. En menos de un minuto el piso de abajo estaba lleno de hombres armados apuntándoles. Corrieron a la puerta. Ya en la calle se separaron. Un momento estaban juntos y al siguiente estaba solo. Siguió corriendo. Torció cada vez que se encontraba una esquina. Llegó un momento en el que no sabía dónde estaba. Se paró. Ese fue su mayor error de la noche. Supuso que le habían perdido la pista. No había sido así. Enseguida vio llegar a un grupo de hombres armados. Volvió a correr pero era tarde. Le dispararon. De ahí la herida. A pesar de estar sangrando corrió. Enseguida vio el edificio vacío. Tendría unas diez plantas y una magnifica escalera de emergencia delante de sus ojos. Entró en la primera planta, donde se paró a vendarse la herida con un rollo de celo que los obreros habían olvidado. No pasó mucho tiempo hasta que sus perseguidores llegaran y tuviera que huir por todo el edificio, sin descanso, hasta que hacía un momento se había parado.
Ahora ¿Qué podía hacer? Se acercaban, los oía cada vez más próximos, recortando metros; pero eso ya no le importaba. La herida cada vez le dolía más. Miró el suelo a su alrededor, se había formado un gran charco rojo. No le podía quedar mucho tiempo, cada vez le costaba más mantener los ojos abiertos, notaba una enorme sensación de cansancio y cuando miraba alrededor veía manchas negras. Se concentró en seguir despierto con las pocas fuerzas que le quedaban, pero no pudo. Los ruidos de alrededor parecieron desaparecer y el mundo se volvió negro, ya no notaba dolor en la herida, solo un poco de calor. Justo antes de perder el conocimiento, cuando ya no recordaba donde estaba o quién era, creyó sentir como unas manos pequeñas le levantaban del suelo con delicadeza; y en el último momento oyó, o eso creyó él, la voz de su hermana diciendo: “tranquilo, te pondrás bien” y entonces todo se volvió negro.

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