Smile apretó su peluche con más
fuerza que nunca. Había alcanzado la bodega con facilidad, el camino era estrecho
pero bastante corto. No estaba sola, más personas se escondían en aquel lugar,
intentando huir de su planeta destrozado. Había corrido entre ellas llamando a
su madre, pero no estaba, no había conseguido llegar. Lloró. Se lo había
prometido, le había dicho que se marcharían juntas, pero no había sido así, le
había dejado sola en un lugar desconocido en el que solo podía llorar.
El resto de personas le miraban
con pena, con compasión, apartando la vista cuando ella les devolvía la mirada,
evitando ser los receptores de sus llantos. Un hombre se le acercó y le hizo un
gesto con la mano para que se callase. Obedeció. Ya no podía ni siquiera
llorar, solo abrazar con fuerza a su osito, cualquier otra cosa alertaría a los
Ruenai, cualquier otra cosa haría que volviese a la Tierra y que no consiguiera
lo que su madre había soñado para ella. No podía permitirlo, si su madre la
había dejado era para que fuese feliz en otro planeta teniendo una infancia de
verdad. No podía renunciar a ello porque significaría que su madre habría roto
su promesa sin motivo.
La nave empezó a moverse,
despegaban. La bodega se había ido llenando, había más gente que la que el
vehículo estaba diseñado para soportar, pero no su madre. Había tenido la
esperanza de que entrase de repente y se abrazaran, pero no había sido así.
Estaba sola, dirigiéndose a un lugar desconocido. Se sentó en un rincón. Había
mucha gente a su alrededor que no paraba de hablar, lo hacían bajito pero era
demasiado para ella, todas las voces se juntaban formando un murmullo sin
sentido que le daba dolor de cabeza. Smile se tapó los oídos, quería que todos se
callasen y le dejasen en paz. Quería silencio, quería a su madre, un hogar;
quería todo lo que no podía conseguir.
La pequeña Smile llevaba varios
días encerrada en esa bodega con el resto de personas, o eso creía, no había
forma de medir las horas en esa penumbra continua. Seguía triste y sola.
Durante todo ese tiempo había comido lo que los otros le habían traído, al
parecer una niña llorosa era mejor compañera de viaje que una niña muerta.
Porque de muertos ya iban sobrados, mucha gente en un espacio pequeño y sin
oportunidad de tener una mínima higiene no era una buena combinación. Los
primeros enfermos habían aparecido al tercer día y ya acumulaban más de una
veintena de cadáveres. Habían intentado alejarlos lo más posible y separar a
los enfermos, pero los contagios habían continuado. A ese ritmo quizá cuando
llegasen a su destino solo quedasen muertos dentro de una lata gigante.
El ritmo de los contagios había
disminuido, pero en esos momentos Smile tenía que llevar un pañuelo en la nariz
para intentar huir del olor a podrido, no era posible, pero al menos ya les
quedaba poco tiempo dentro de ese ataúd, o eso creían. Los cálculos que se
habían hecho al principio decían que tendrían que haber llegado hacía ya un
tiempo, aunque quizá se equivocaban y todavía iban solo a la mitad, no podían
saberlo, solo podían especular. Smile cada vez estaba más cansada, cansada de
la oscuridad, cansada de las paredes metálicas, cansada de las voces de sus
compañeros, cansada del olor a muerto, cansada de todo.
La velocidad de la nave cambió. Por
fin llegaban. Justo a tiempo porque se habían quedado sin comida y ya empezaban
a pasar hambre. Al instante la temperatura se elevó en el interior,
convirtiendo el lugar en un horno. El suelo quemaba, las paredes quemaban, todo
quemaba. Smile no sabía cómo ponerse o dónde agarrarse, todo dolía o escocía,
todo había que su piel chisporrotease y oliese a un delicioso asado. Era su
primer viaje espacial, pero algo le decía que no tendría que pasar eso. No pasó
mucho hasta que la situación volvió a empeorar. Un panel lateral se desprendió
permitiendo que una lengua de fuego se introdujera en la bodega. La gente gritó,
ya no temían que los ruenai les descubrieran, temían el fuego, temían el calor,
temían lo que ya sabían que iba a pasar. Smile volvió a llorar, estaba asustada
y echaba de menos a su madre, echaba de menos a toda su familia. Una mujer le
cogió en brazos. No se conocían, pero en ese momento eso ya no importaba. Smile
se abrazó con fuerza a la desconocida, todavía con su peluche en la mano. Se
sujetó todo lo que pudo, alejando sus pies destrozados del suelo al rojo vivo.
El descenso no duró mucho, no más
de dos minutos antes de que la nave se estampara contra la superficie del
planeta. No había sido un aterrizaje en condiciones y en el interior lo notaron
enseguida. Salieron disparados contra las paredes todavía calientes, hubo
gritos, esta vez de dolor. Smile salió bien parada, la mujer que le había
abrazado no tanto. Los brazos que la sujetaban cayeron lacios al suelo, la
pequeña niña se acurrucó sobre el cuerpo, mirando lo que quedaba de sus
compañeros bajo la luz diurna que filtraba el agujero. Todos estaban sucios y
retorcidos, llenos de quemaduras y ampollas, cadáveres mezclados con cuerpos
todavía en movimiento. Poco quedaba de los orgullosos humanos que habían
abandonado su planeta, ya solo era un pequeño grupo perdido herido y hambriento
en busca de un hogar que seguramente nunca encontrarían.
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