Los dos hombres miraron hacia atrás, contemplando como el planeta
destruido se convertía en una simple mota de polvo en la pantalla. Ya estaba,
ese era el último adiós que nadie le daría a la Tierra; pasaría mucho tiempo
hasta que su superficie curara sus cicatrices, mucho tiempo hasta que volviera
a ser un hogar.
Se alejaron en silencio por los pasillos de la nave, cada uno por su
lado. Ya no había nada que ver.
Había pasado algo más de un mes desde la devastación y la nave había
cambiado por completo. Nació como una exploradora que volvería triunfante al
hogar y se había transformado en una auténtica vagabunda sin destino fijo.
Llevaba a cuestas provisiones que podrían durar siglos, nuevos sistemas que
reciclaban cada mol que se consumía. Su metamorfosis le había costado un alto
precio, antes era bonita, con su silueta curvada y su superficie brillante;
pero en ese momento a la estructura original le colgaba un contenedor metálico
bastante oxidado, lleno de añadidos esenciales parar su nueva vida.
La nave salía rápidamente del sistema solar, con un rumbo nuevo. Sus
habitantes no tenían ningún objetivo. Sabían que eran los últimos humanos que
llegarían a existir. No tenía ningún sentido buscar un nuevo planeta en el que
establecerse, o esconderse en una cueva recóndita para salvar la especie. Solo
querían viajar lejos, tan lejos como pudieran, hasta que no quedara nada que
pudiera recordarles al hogar perdido.
***
Un año después la nave seguía cruzando un espacio prácticamente vacío
con dos hombres desaliñados en su interior que en aquel momento estaban
bastante desesperados. Habían calculado que tendrían aire para unos mil años,
siglo arriba o abajo; pero en ese momento solo quedaban reservas para unas
semanas. Estaban solos perdidos y abandonados a su suerte, pero por el momento
no querían morir de anoxia y buscaban incansablemente cualquier milagro que
pudiera salvar sus vidas.
Unos días antes de percatarse del problema habían pasado cerca de una
luna con una atmosfera que podría llegar a servir para rellenar sus depuradores
de aire pese a su mala calidad. Lástima que al ritmo que se gastaban sus
reservas llegarían cinco días después de morir asfixiados.
Por muy tentadora que pareciera la idea de navegar hasta la pequeña
luna sabían que no era una opción. Por eso los dos hombres estaban discutiendo
su situación en la estrecha sala de control.
–Esta es tu nave, yo soy un simple invitado –decía uno –Si me marcho
el aire te durará el doble y podrás llegar a la luna.
– ¡No! No pienso permitir que acabes con
tu vida de una forma tan estúpida. Te mereces vivir tanto como yo.
–No lo entiendes, para mí no habrá diferencia. Si no abandono la nave
moriré, pero si me quedo también moriré. Estoy en mi derecho de elegir como
quiero que sean mis últimos momentos.
–Tiene que haber otra salida.
–No, no la hay. Vamos a morir. Acabaremos nuestros días solos en este
inmenso contenedor de basura.
– ¡Eh! La Star Wanderer es el resultado de la aplicación de los
últimos y más novedosos avances de la tecnología humana. Es una joya.
–Una joya construida por muertos, y si no quieres ser un muerto dentro
de la joya dejarás que decida mi propio destino.
–Existe otra solución.
–Por favor, regresa a la realidad, sabes que no la hay.
– ¡No! Lo digo en serio, hay otra solución.
– ¿Cuál? –Preguntó el hombre melancólico, incrédulo y esperanzado por
un momento. Acaso Era capaz de imaginar una forma de hacer que apareciese aire
de repente en unos tanques totalmente vacíos.
–Escucha George, desde que descubrimos el problema he revisado todos
los cálculos que hicimos y no hay ningún error, el aire que introdujimos en los
tanques al decir adiós a la Tierra debería habernos durado para siempre.
–Pero no ha sido así.
–Ya lo sé. Eso significa que el contenedor está mal sellado. Hay
alguna fuga por la que se escapa nuestro aire.
– ¿Tu solución es buscarla y sellarla?
–Sí
George se planteó un momento si eso serviría de algo. No eliminaría el
problema de quedarse sin aire, pero al menos el poco que tenían duraría algo
más, quizá hasta llegar a la luna donde podrían rellenar los tanques.
–Entonces tendremos que darnos prisa si queremos conservar aire para
los dos.
***
Les quedaban menos de dos días de vida y todavía no habían sido
capaces de encontrar la fuga. Habían recorrido cada centímetro cuadrado de la ampliación
buscando una corriente de aire que indicara el punto exacto en el que el
recubrimiento estaba agujereado.
Nada. Esa era la palabra más pronunciada en la nave durante esos días.
Porque eso era todo lo que encontraban, nada. Solo les quedaba por mirar la
nave original, aunque no creían que el problema estuviese en ella.
A media tarde el dueño de la nave llamó a gritos a su compañero. Por
fin había encontrado el agujero en la cubierta, y tenía la sensación de que lo
había provocado él al aterrizar. Estaba en la estructura original de la nave,
justo al lado de la junta de unión de los anclajes de los soportes de
aterrizaje. No era gran cosa, solo un arañazo en la superficie que había tenido
la profundidad suficiente como para que las bajas presiones del exterior
expandieran el material y lo abriesen.
Rápidamente empezaron a trabajar en las reparaciones, que básicamente
consistieron en soldar varias chapas de acero una sobre otra encima de la
brecha. Parecía una chapuza, y era una chapuza, pero por lo menos funcionaba.
Nada más terminar el apaño la velocidad de consumo del aire se redujo, dándoles
más tiempo; pero no suficiente.
Según lo que indicaban los sensores el oxígeno les duraría cuatro días
once horas veintitrés minutos y catorce segundos. Dos días y medio menos de los
necesarios. ¿Por qué no podían salvarse y ya está? ¿No habían sufrido ya
bastante? ¿De verdad no podían tener un viaje tranquilo?
–Volvemos al principio– suspiró George
–Había que intentarlo. Si hubiera funcionado...
–Pero no ha sido así. Tardamos demasiado.
–Podríamos intentar extender el poco aire que nos queda. Quizá
consigamos los dos días que necesitamos.
–¿Cómo?
–Dejando de hablar. Durmiendo todo lo que podamos. Evitando los
esfuerzos físicos. Lo básico.
–Vale capitán, pero si después de tres días no hemos ahorrado lo
suficiente usaremos mi plan.
El "capitán" se alejó andando, desesperado porque sabía que
por mucho que intentara impedirlo al final su compañero llevaría a cabo su
plan. Se fue rápidamente a su habitación, intentando alejar de su mente el
resultado inevitable de su problema, dispuesto a dormir varios días con ayuda
de patillas.
***
George abrió los ojos. Debería seguir durmiendo, pero era incapaz,
sabía que si esperaba al momento acordado la cabezonería de su amigo impediría
que hiciese lo que tenía que hacer para mantener viva la especie humana. La
cuestión no era si él vivía o no; era si lo hacía su compañero.
Se acercó a la sala de control para comprobar el estado del mantenimiento
de vida. Cuando ya casi había llegado vio que salía luz por la puerta.
Recordaba perfectamente haberla apagado. Solo había un motivo para que
estuviera así, y era que su compañero se había adelantado a su plan. Pensó en
volverse a su cama y volver a probar suerte más adelante, pero la puerta se
abrió en un decepcionante silencio.
Le estaba mirando con cara de reproche. Entró, esperando recibir un
grito, pero ni siquiera recibió unas palabras de enfado, solo un mal gesto. Caminó
con cautela hasta la consola, el cálculo ya estaba hecho en la pantalla. Si
seguían ahorrando aire llegarían justos a la luna, pero si se despertaban para
rellenar los tanques no tendrían suficiente. Pese a todo su solución seguía
siendo la única valida. Por mucho que quisiera seguir viviendo no tenía salida.
Fue a irse, pero justo antes se dio cuenta de que había un segundo cálculo
realizado en el ordenador. Era muy arriesgado, un poco estúpido pero quizá podría
funcionar; una pequeña esperanza de futuro.
***
Era el momento. Los dos hombres se acababan de levantar para vivir la
que quizá fuera su última hora. No habían hablado en voz alta de lo que
pensaban hacer, no hacía falta, cada uno tenía claro su parte del plan.
El dueño de la nave se dirigió al sistema de almacenamiento de aire.
Desde ahí se encargaría de llenar los tanques lo más rápido posible. Seguía
repasando mentalmente el funcionamiento de los aparatos, mientras deseaba en
silencio que su idea fuera eficaz.
George en cambio se encaminó a la escotilla principal. Él se pondría
un traje espacial y permanecería en el exterior manteniéndose vivo con las
bombonas. Sin duda era la parte más difícil de todo el procedimiento, ya que si
no salía en el momento perfecto todo se desmoronaría. Si salía demasiado pronto
se agotaría su aire y moriría solo, abandonado en el espacio; pero si salía
demasiado tarde su compañero no tendría tiempo suficiente para llenar los
tanques y moriría dentro de esa lata metálica. La sincronización era la clave,
ojalá supiera tenerla.
La luna se acercaba lentamente a la nave. No era gran cosa,
simplemente una roca grisácea llena de cicatrices.
Ambos hombres miraron los relojes que tenían enfrente, confiando en
que estuvieran perfectamente sincronizados. A pesar de ser simples pantallas
con números brillantes resultaban intimidantes, no tanto como podría ser un
segundero balanceándose pesadamente, pero lo suficiente como para que los dos
seres vivos a bordo de la Star Wanderer fueran incapaces de apartarles la
mirada.
Cambio la cifra. Ahora o nunca, pensó George al entrar en la sala de
descompresión. Se colocó el caco y vio como se cerraba la compuerta. Cerró los
ojos y dio un paso hacia el espacio.
Paso una hora hasta que los volvió a abrir en el momento en el que su
amigo le ayudaba a retirarse el casco. Lo habían conseguido.
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