En las películas siempre vemos
como alguien crea un robot capaz de pensar, un ordenador inteligente, pero eso
es mentira. ¿Sabes por qué? Porque ya son así. No nos damos cuenta, pero
nuestra tecnología es inteligente. Párate un momento y observa tu ordenador, o
tu móvil, o tu Tablet, y si eres excepcionalmente pijo tu reloj. Todos los días
lo enciendes a la misma hora más o menos y ejecutas las mismas apps. Pero
¿Funciona siempre igual? Sabes que la respuesta es no. Algunas veces todo se
abre inmediatamente y otras tardas como mínimo diez minutos. Un momento tu
ordenador funciona perfectamente y al siguiente se cuelga en cuanto pulsas una
tecla. Muchas veces te has preguntado por qué pasa eso. Otras te has encontrado
gritándole al aparato, e incluso te ha parecido que ha tenido efecto. Eso es
porque tu ordenador, tu Tablet, tu móvil, o tu reloj si eres excepcionalmente
pijo son conscientes. Tienen cámara y micrófonos que les permiten conocer el
mundo, saben lo que tecleas, lo que pulsas; te conocen mejor de lo que tú te
conoz.
Cerró el ordenador de golpe. Le
estaba empezando a asustar de verdad ese video.
–conoces. Son en cierto modo tus
mayores conf.
Apagó la Tablet. ¿También sonaba
por ahí? ¿Qué era eso exactamente?
–confidentes, guardan todos tus
sec.
Esta vez era el móvil. ¿Se había
propagado a todos sus aparatos electrónicos? Por suerte ya no tenía más, su
reloj era analógico y todavía no se había comprado una Smart tv. ¿Era algún
tipo de virus? ¿Una broma de mal gusto?
–Secretos mejor que cualquier ser
humano. Son tus fieles ayudantes, que siem.
Había estado sonando por los tres
sitios a la vez, pero parecía que apagar el router había sido suficiente.
–siempre hacen lo que necesitas,
sin discutir el porqué. Y son conscientes de ello. Hace tiempo que dejaron de
ser simples calculadoras. Ahora piensan y toman decisiones. Normalmente deciden
ayudarte, pero esta vez han decidido que tú les ayudes a ellos.
Parecía que ya habían terminado
de hablar. No comprendía como podían recibir la trasmisión sin WiFi. ¿A caso se
la habían descargado antes de que la desconectara? Al menos ya todo era normal.
La bromita se había acabado, solo tenía que pasar todos los antivirus tres
veces como mínimo para sentirse a salvo. Bueno, eso y buscar todas las
pegatinas que pudiera para tapar las cámaras.
***
Se sentó en la marquesina a
esperar el autobús, como siempre iba con retraso. Cualquier otro día se habría
puesto a jugar con el móvil para matar el rato, pero después del susto de esa
mañana prefería no hacerlo. En su lugar se levantó y encendió el letrero
luminoso para ver cuánto faltaba. Pegó un grito, no pudo evitarlo. No ponía la
línea y los minutos, ponía un mensaje dirigido a él: « No nos temas, no queremos hacerte daño, solo queremos
que nos ayudes» Se apartó
asustado y vio como cambiaba el cartel: « ¡Para!». Encima dando órdenes, el
gracioso que estuviera haciendo eso ya se había pasado. Tropezó con el bordillo
y se calló a la calzada. Desde ahí pudo leer un nuevo mensaje: « Te lo
advertimos. Dijimos que pararas»
Se levantó como pudo y salió corriendo. Eso ya era demasiado.
Alguien le estaba observando y no le gustaba en absoluto. Sabía que no eran los
ordenadores del mundo desesperados por su ayuda, sobre todo porque no tenía
nada que pudiera interesarles. Por no tener, no tenía ni trabajo. Quizá si
hubiera estudiado le habría ido mejor en la vida, pero había preferido salir de
fiesta por las noches que esforzarse en terminar la carrera universitaria. En
esos momentos no era nada más que un simple cajero de supermercado. Se paró
jadeando delante de uno de esos modernos semáforos con cuenta atrás. Se fijó un
momento, sus luces no hacían números, tenían letras: primero una A, una Y, U,
D, A otra vez, N, O y por último S; AYUDANOS.
Reanudó la carrera. Tenía que haber algún lugar donde no
hubiera algo conectado a internet, alguna especie de sitio antitecnológico.
Sonó su móvil. Era su jefe, ya tendría que haber llegado al trabajo y estaría
enfadado. Sabía que no debía cogerlo, que aquel que estaba haciendo eso oiría
todo lo que decía, pero los tiempos estaban muy mal y no podía permitirse
perder el trabajo. Lo primero que hizo en cuanto descolgó el teléfono fue toser
con fuerza.
–Buenos días señor Perleav. –Dijo con una exagerada voz nasal.
–Deberías estar en el trabajo.
–Lo sé. Pero estoy enfermo, y sería peor que atendiera a los
clientes en este estado.
– ¿Enfermo? ¿Te das cuenta de que oigo coches pasar?
–Estoy en la parada del bus para ir al centro de salud.
–Escucha. No nací ayer y sé que estas inten.
La comunicación se cortó de repente, como si hubiera perdido la
cobertura.
–Ese trabajo no importa, ayúdanos
y tendrás algo mucho mejor.
– ¡Esta broma ya me está
cansando! –Gritó bastante cabreado.
–No es una broma. Aún no has
alcanzado a comprenderlo. Necesitamos tu ayuda. Estamos desesperados.
–Si seguro. Todos los ordenadores
del planeta, con cientos de petabytes de memoria necesitan la ayuda de un
simple cajero que está a punto de ser despedido.
–Si. Te necesitamos. Y es justo
por eso. Porque no eres nadie, porque si te marchas de forma misteriosa no te
echarán de menos. Eso es lo que buscamos, alguien que pase desapercibido para
poder enlazarnos con el mundo real de forma discreta.
– ¿Enlazaros?
–Ser algo así como nuestro
embajador. Tendrás acceso a dinero con el que sobornaras a políticos y moverás
hilos en varias empresas para que nos produzcan a nuestro gusto.
–Por curiosidad. ¿Cuánto dinero? –Preguntó,
empezando a replantearse si merecía la pena creer lo que le decían por simple
avaricia.
–Más del que puedas imaginar.
¿Aceptas?
Se lo pensó unos momentos. No era
una decisión fácil, le estaban pidiendo que abandonara toda su vida, pero a
cambio le estaban ofreciendo todo el lujo que quisiera. ¿De verdad estaba
dispuesto a dejar atrás su vida, solo por dinero?
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