Miró por la ventana una vez más. Nada, no
percibía ningún cambio; solo estrellas y más estrellas pasando a su lado. No
era lo que se esperaba, sin duda no era lo que esperaba. Llevaba muchos meses
recorriendo el espacio en esa vieja nave y no había encontrado nada
interesante. Se sentía decepcionado, como si el universo conspirase contra él
volviéndose aburrido de repente.
Había creído que al enrolarse en ese viaje
iba a encontrar grandes civilizaciones extraterrestres y fenómenos astronómicos
únicos; pero hasta el momento todo lo que había encontrado era silencio y
estrellas. Los primeros días el viaje había resultado relajante: alejarse de
las multitudes, del ruido, de la contaminación, de las prisas; pero en ese
momento daría cualquier cosa por estar subido a un metro en hora punta llegando
tarde al trabajo. Aunque parecía raro se había dado cuenta de que necesitaba el
estrés, necesitaba esa sensación de no llegar para poder sentirse vivo, porque
en ese momento se sentía como una estatua viendo pasar un día de lluvia.
Se recostó cómodamente en su butaca. Las
horas pasaban y ya no sabía cómo llenarlas; al principio había leído todos los
manuales de la nave, pero evidentemente se había aburrido como una ostra; había
pasado a jugar al solitario del ordenador de abordo; cuando se cansó de eso
redecoró la nave; después nombró todas las estrellas que pasaba, hizo
ganchillo, jugó al curling; pero ya no sabía que más hacer. Al menos ya se
estaba acercando a la mitad de la misión, en una semana habría desperdiciado dos
años de su vida contemplando estrellitas y podría dar la vuelta para
desperdiciar otros dos años en volver a casa.
No hacer nada le había adormilado y fue
cerrando lentamente los ojos hasta que sus ronquidos llenaron toda la estancia,
enmascarando el suave pitido que alertaba de la presencia de un sistema
planetario.
Se despertó con un mal humor que no tenía
desde que estaba en la nave y no oía la música de la discoteca de debajo de su
casa. Algo estaba pasando, tenía esa sensación y el hecho de que escuchara una
alarma constante no hacía nada más que acrecentarla. Unos diez segundos
después, cuando ya se había despejado un poco se apresuró a encender el
ordenador para comprobar que ocurría, pero no lo necesitó. Al llegar enfrente
del gran ventanal vio que la nave estaba dirigiéndose rápidamente hacia un sol,
lo que por desgracia no era la primera vez que le pasaba. Después de retirar la
nave del influjo gravitacional la alarma siguió perforando sus oídos. Contempló
lo que le rodeaba y se dio cuenta de que por fin había algo distinto: planetas.
Había encontrado planetas.
Tras unos momentos de incredulidad en los que
chequeó todos los sistemas posibles para asegurarse de que no era una ilusión
empezó a hacerse la idea de que al final su viaje había sido provechoso. Lo
siguiente que tenía que hacer era investigar ese lugar, trabajar por primera
vez en su viaje. No pudo evitar sentir una enorme pereza por mucho que un
instante antes habría dado cualquier cosa por estar en esa situación. Solo
había tres planetas, de los cuales dos eran gaseosos, lo que significaba que
solo le quedaba una roca que explorar; tendría que ir preparándose.
Se acercó a los pañoles y sacó el traje
presurizado. Después de diez minutos de desesperación en los que la
indumentaria parecía viva consiguió ponerselo. Subió a la lanzadera y cogió los
mandos. La entrada en la atmósfera presentó algunas turbulencias pero consiguió
aterrizar en la superficie sin ninguna dificultad.
Miró a su alrededor, el lugar era sin duda
bastante seco con su tierra rojiza y sus dos o tres plantas espinosas. Desde el
espacio no había notado la presencia de vida inteligente, pero eso no
significaba que no se pudiera encontrar con alguna sorpresa desagradable en
forma de animal salvaje.
Caminó con cuidado, levantando polvo con sus
suelas metálicas. Los micrófonos de su casco no captaban ningún sonido, solo el
rumor del viento, aunque esto era un gran avance respecto al agobiante silencio
absoluto del espacio.
Fue a apoyar la bota en el suelo cuando de
repente noto que no había ninguna superficie donde pudiera apoyarlo. Perdió el
equilibrio y se precipitó hacia abajo, rodando rápidamente por lo que parecían
unas escaleras.
Cuando por fin detuvo su caída pudo comprobar
que efectivamente se trataba de unas escaleras talladas en la piedra con algún
tipo de herramienta. A pesar de estar dolorido y quizá con una costilla rota no
pudo evitar emocionarse. No solo había encontrado un planeta entre millones de
millones de kilómetros cuadrados vacíos, además había tenido vida en algún
momento de su historia.
Examinó el lugar en el que se encontraba, era
una especie de ciudad subterránea. El suelo estaba adoquinado con piedra pulida
de colores que resplandecía con la luz que entraba por pequeñas chimeneas en el
techo. Formando una espiral había una fila de edificaciones cilíndricas
repletas de tallas que tiempo atrás habían estado pintadas de colores vivos,
todas ellas con grandes ventanales redondos.
Cerró los ojos y contempló otra vez aquel
lugar, vio como fue años atrás, cuando estaba lleno de vida y los pebeteros que
estaban distribuidos regularmente ardían con fuerza. Imaginó como todas las
luces se juntaban para formar dibujos únicos y efímeros, imaginó el sonido de
cientos de conversaciones rebotando en la piedra. Se sentó en el suelo y
sonrió. Supo que en un tiempo aquel había sido un lugar maravilloso y que solo
con haberlo visto todo su viaje tenía sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario