Están cerca, los oigo. Ahora
estoy oculto, pero no podré permanecer así mucho más tiempo; están cerca. Sé
que cuando me encuentren todo se acabará, pero no pienso rendirme, nunca; por
eso estoy escribiendo esto. Estas líneas son la historia de mi vida, la
explicación de porqué huyo; de porque me temen. Cuando me cojan; no soy
estúpido, sé que lo harán; será demasiado tarde, mis palabras ya estarán
corriendo por la red y habré ganado.
La gente me llama Breakout
desde que era un niño, pero mi verdadera designación es: James Edman f3
propiedad de automóviles Angry Star. Mis padres eran trabajadores de la
compañía y yo nací dentro de su programa pionero de natalidad y cualificación
profesional a largo plazo. Como muchos otros niños estudié en los centros de la
empresa hasta que alcancé la edad mínima para trabajar, los diez años, momento
en el que me incorporé a la cadena de montaje.
Un año después me concedieron
mi primer periodo recreacional: un permiso de dos días ¡En el exterior de la
fábrica! Estaba ilusionado, nunca antes había salido. Unos días después de que
me concedieran las vacaciones yo estaba pisando por primera vez la ciudad con
un empleado de la fábrica y otros dos chicos de mi edad. El hombre nos llevó a
recorrer un barrio, nos enseñó los comercios y los transportes públicos para
que cuando fuéramos mayores y tuviéramos que vivir ahí supiéramos manejarnos.
La visita fue bastante más aburrida de lo que habíamos imaginado; pero el
último día decidí saltarme un poquito las normas, la primera vez que lo hice,
pero no la última; y salir sin permiso del hostal en el que nos alojábamos. No fui
muy lejos, solo hasta un puesto ambulante que había en la misma manzana donde
vendían juguetes de segunda mano. No llevaba dinero, así que me quede
observando la mercancía. Recuerdo que el vendedor se me quedó mirando con pena
y sacó un objeto de debajo del mostrador: «Esto era de mi abuelo, cuídalo y
disfrútalo» me dijo al dármelo. Me lo guardé y ya en el hostal vi que era un
antiguo aparato electrónico, un juego llamado Breakout.
Los años pasaron y no volví a
saltarme las normas. Me pasaba el día trabajando en la cadena y por las noches
jugaba al Breakout. Mis compañeros se enteraron pronto de mi nuevo tesoro y
decidieron ponerme el apodo que me ha acompañado todos estos años. Aparte de
eso mi vida era igual a la de cualquier otro empleado de la fábrica; la misma
rutina todos los días, el mismo día todas las semanas. Pero no escribo esto
para contar lo que puede contar cualquier otro; escribo esto para contar lo que
nadie sabe de mi vida.
Cuando cumplí los dieciocho
años la empresa me dio mi primer sueldo, que tuve que invertir prácticamente
integro en el alquiler de una habitación en un barrio cercano a la fábrica. En
cuanto me mudé ahí descubrí que la vida real no era como habían querido
explicarme y me empecé a meter en problemas.
Todo comenzó cuando después de
una semana viviendo en el piso necesité comprar comida el día que el
supermercado del barrio estaba cerrado. Lo normal habría sido que hubiera
esperado al día siguiente para abastecerme, pero decidí comprar en otro barrio.
Como no me podía permitir un coche me dirigí al distrito céntrico, el único
lugar al que era posible llegar andando. Una vez ahí entré en la primera tienda
que vi. Lo primero que me sorprendió fue la variedad de productos que no había
visto nunca, con toda normalidad ignoré aquello que no conocía y cogí lo que
andaba buscando: huevos, pan, pasta; ese tipo de cosas. Cuando me dirigí a
pagar el cajero me pidió la tarjeta de residencia, y al ver que no era de ahí
me dijo que solo podían atender a la gente de ese distrito, cuando ya me
marchaba algo confuso y sin mi comida oí como una señora decía: «No entiendo
como permiten que esta chusma entre en los barrios de la gente de bien, no
valen para nada, son imbéciles»
No lo entendía, ¿porque esa
gente parecía tener más derechos que yo? ¿Qué habían hecho para merecérselo? En
la escuela de la fábrica había sacado las notas más altas de mi promoción,
obtenía siempre la mejor productividad, nunca había tenido ninguna oportunidad
para mejorar mi situación y mudarme a un buen barrio. ¿Cómo lo habían
conseguido ellos? ¿Qué méritos habían logrado para poder permitirse comprar
ternera o usar un coche? ¿Qué podía hacer yo para lograr esos privilegios?
Tenía muchas dudas y ninguna respuesta, y sospechaba que mis jefes no querían
ayudarme, así que decidí buscar la verdad por mi cuenta. Y la encontré, y por
eso ahora huyo, porque encontré mis respuestas y quise hacerlas públicas.
No me resultó excepcionalmente
difícil encontrar esas respuestas, sospecho que esperaban haber matado mi
curiosidad cuando era niño, afortunadamente no fue así. Hice algunas preguntas,
miré algunas hemerotecas, me colé en algunos lugares y en menos de un mes toda
la información que andaba buscando estaba en mis manos. Con cada dato que
alcanzaba a conocer me sentía indignado y traicionado y cada vez más y más.
Había descubierto que la
sociedad había sufrido un cambio unos pocos años antes de que yo naciera. Durante
años desde las instituciones se habían encargado de que resultara prácticamente
imposible acceder a la educación a las familias con menos recursos retirando
colegios de sus barrios e instaurando un copago educativo. Después de eso
realizaron varios estudios de los resultados académicos que casualmente
concluyeron que los alumnos con un nivel socioeconómico bajo tenían capacidades
intelectuales inferiores. Por ello idearon un sistema de “adecuación educativa”
para supuestamente alcanzar a todos los niños; pero cuyo verdadero objetivo era
conseguir una consolidación de la brecha social que tanto les estaba costando
crear. Un tiempo después, cuando los programas de cualificación profesional a
largo plazo funcionaban a plena potencia empezaron a surgir leyes que
diferenciaban los derechos de los habitantes de cada barrio para blindar a “la
gente de bien”, como había dicho la mujer de la tienda.
Como cualquier otro que tenga
acceso a estos datos estaba totalmente furioso. Estaba obligado a dedicar mi
vida a construir coches solo porque era lo que hacían mis padres. Nunca iba a
poder hacer algo más con mi vida y ¿Por qué? Porque unos pocos querían ser más
y para eso los demás debíamos ser menos. No tardé mucho en divulgar esto en
internet, en colgar carteles en todos los edificios, y el mensaje fue pasando.
Empecé yo solo, pero al mes ya éramos una decena los que nos quejábamos, en dos
meses superábamos el centenar y hacíamos el ruido suficiente como para cabrear
a muchas personas.
Las represalias no tardaron en
llegar. Aunque nunca utilicé mi verdadero nombre enseguida fueron capaces de
relacionarme con el apodo. Lo primero que hicieron fue echarme de la fábrica,
impidiendo así que pudiera obtener ingresos. Me costó un poco pero me
acostumbré: me colé en una casa abandonada en la zona más exclusiva de la
ciudad. Nunca se les ocurriría que me escondía entre los suyos. Reconozco que
la época que pasé ahí fue divertida, salir a la calle y oír a la gente comentar
como era que nadie pillaba a ese misterioso Breakout. Nada es eterno, y mi escondite
perfecto mucho menos.
Llegó un momento en el que
mucha gente había oído mis palabras, a pesar de que estaba totalmente prohibido
leerlas, y yo me convertí en el objetivo principal de las fuerzas de seguridad.
Rastrearon mi dirección IP y un día se presentaron en mi casa. Los vi de lejos,
tuve suerte, y pude correr lejos. Pero desde entonces me siguen y cada vez
están más cerca. He recorrido varias ciudades, he caminado por mil caminos y he
corrido por decenas de carreteras. He dormido en cunetas, he descansado en sótanos
y he soñado en campos. Llevo meses en movimiento, parando solo para comer, si
es que puedo. Llevo mil noches sin dormir por miedo a que me pillen. Segundo a
segundo pendiente de mí entorno, pendiente de su llegada, temiendo un momento.
Y ese momento es ahora. Hoy los he visto, no sé cuánto llevan detrás de mí. He
entrado en un viejo almacén, en este viejo almacén, y aquí he empezado a
escribir. Estas son las últimas líneas de mi historia y con ellas van los datos
que encontré, los datos que tanto temen. Los gritos resuenan en las paredes. Adiós.
James Edman
(Breakout)
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