Hace tres meses nuestra amada ciudad se
encontraba sumida en las sombras y el caos. Salir a la calle suponía un gran
riesgo. Los ladrones campaban a sus anchas, atacando a personas inocentes para
quitarles el dinero que tanto les había costado ganar. Las bandas asesinaban
ancianitas para hacerse con sus casas. Y la policía miraba impotente desde sus
comisarías de mármol. Pero todo eso tuvo su final cuando llegó él. Cuando llegó
Hearingman.
–¿Hearingman? No me gusta nada.
–¿Y tú que nombre escogerías?
–Superoído.
–¿Superoído? Es ridículo, suena a personaje
de dibujos animados: Hoy presentamos
superoído y el misterioso caso del sándwich desaparecido.
–Y Hearingman suena a nombre de noble inglés:
Sir Hearingman su majestad ya puede
recibirle.
–Yo soy el que se pone las mallas, así que yo
decido el nombre.
–Vale, ya tenemos un nombre; aunque sea
ridículo. Ahora necesitamos un pasado trágico. Lo más típico es que mataran a
tus padres cuando eras pequeño.
–Sabes perfectamente que no tengo ningún
pasado trágico, y no pienso decir que asesinaron a mis padres cuando viven
tranquilamente en Florida. Seguro que nos podemos saltar ese paso, además ese
pasado trágico suele permanecer oculto junto con la identidad del superhéroe.
–En eso tienes razón. Pasemos al siguiente
punto de la lista, el look. Aquí hay que tomar varias decisiones: color,
calzoncillos por dentro o por fuera, máscara o antifaz, capa sí o no…
–Amarillo, calzoncillos por dentro, antifaz,
sí a la capa.
–El amarillo llamará un poco la atención de
noche, mejor dorado si no te importa.
–No me importa, pero creía que lo que
queríamos era llamar la atención.
–Sí. Pero dentro de unos límites. Ahora solo
falta fabricar el traje y buscar un malo al que enfrentarnos.
–Y en unos meses seremos famosos.
–Y salvaremos la ciudad, no lo olvides.
–Claro que no lo olvido.
Los dos hombres abandonaron la sala, apagando
la luz. El futuro superhéroe se colocó un casco de Chupa-chups y se montó en su
vespa blanca. Condujo tranquilamente, con cuidado de no cometer ninguna
infracción hasta su casa donde le esperaba su compañero de piso.
–¡Menudas horas de llegar! Y yo que creía que
no te gustaba salir de fiesta ¿Dónde era?
No contestó. Se metió directamente en su
cuarto. No era que se llevase mal con su compañero; simplemente sabía que no
comprendería lo que planeaba hacer, igual que no comprendía que no tuvieran las
mismas aficiones. Nunca hacía un esfuerzo en intentar aceptar que era
diferente, no paraba de pedirle que le acompañara a fiestas con sus amigos ¿Acaso
no comprendía que con su oído esos sitios eran terribles para él? Parecía que
no, que no había asimilado que era capaz de escuchar el vuelo de una mosca tres
pisos más arriba; así que no vería normal que se convirtiera en un superhéroe.
Si se lo contaba lo primero que le preguntaría sería algo así como: “¿Para qué
haces esa chorrada?” y lo malo era que no tenía respuesta, simplemente lo hacía
porque sabía que era lo correcto, porque sabía que alguien tenía que hacerlo y
si no era él no sería nadie. ¿Cómo le iba a explicar todo eso a una persona
cuya mayor inquietud era no poder salir porque al día siguiente tenía examen?
Lo que había dicho su amigo antes era cierto, todos los superhéroes tienen un
pasado trágico que les motiva a hacer lo que hacen, él no; él solo tenía ganas
por mejorar lo que le rodeaba, mejorar su ciudad para sentirse orgulloso de
ella; quizás fuera ridículo, pero ¿Qué otra cosa podía hacer para aprovechar su
audición superior? Pero no era cuestión de darle vueltas a todas las implicaciones
psicológicas de sus actos, estaba demasiado cansado para hacer estupideces. Ya
lo haría la semana siguiente cuando su socio y él se reunieran para ultimar los
detalles finales.
El futuro Hearingman abrió la puerta del
local. Su socio ya estaba esperándole con una caja enorme.
–¿Esperas derrotar a los malos de
aburrimento? –le preguntó este en cuanto entró. –La justicia debe ser puntual.
–Había un poco de atasco. Cuando luche contra
el mal seré más puntual, pero por ahora llegaré a la hora que me de la gana.
¿Qué hay dentro de la caja? ¿No será mi traje, verdad?
–Pues si lo es. Mi abuela se ha pasado toda
la semana cosiéndolo, espero que te guste.
–Tu abuela? ¿Has metido a tu abuela en esto?
–¿Querías que lo cosiera yo? Se habría roto
en cuanto te lo hubieras intentado poner. Pero te aseguro que mi yaya guardará
nuestro secreto.
–Eso espero. Almenos será impresionante.
–Más de lo que te imaginas.
Abrió la caja y alzó un traje de cuero. El
color más que dorado era un amarillo oscuro salpicado de unas pocas motas
brillantes. Al principio le había asustado que con esos tonos fuera a parecer
un adorno navideño, pero a la vista del resultado su temor no estaba
justificado. El traje estaba dividido en dos partes: La primera consistía en
unos pantalones ajustados con un brillo mate y unas costuras laterales en forma
de cruz hechas con un hilo ocre y grueso. La otra parte era una guerrera con
las mangas tan largas que necesitaban un agujero para que pudiera sacar los
pulgares; pero lo más espectacular era la capa que llevaba cosida a la espalda.
Era de una tela fina y brillante que ondeaba en cuanto se agitaba un poco,
lanzando pequeños destellos dorados; pero lo que más le gustó fue ver que
llevaba una especie de escudo con una H bordado.
–¿El símbolo? –preguntó a su compañero.
–Vi que lo habías dibujado en uno de tus
cuadernos y supuse que te gustaría. Hay que reconocer que queda bien.
–¡Es perfecto! Dale las gracias a tu
abuelita. ¿Y el antifaz?
–Está aquí –contestó lanzándole una pequeña
tira de cuero –El diseño es un poco básico, pero no está mal
–Ahora lo que falta es dar a conocer a
Hearingman al mundo.
–He investigado fichas de delincuentes
reincidentes en la base de datos de la policía y he encontrado un par que
podrían ser interesantes.
–Veamos… Harry Maybourne ladrón de coches y…
James Combs prestamista. Me quedo con el primero; es menos violento, y tenemos
que recordar que esta es nuestra primera vez.
–Por aquí hay alguien que no cree haber ido
lo suficiente al gimnasio…
– ¡Claro que he ido! Tenemos que organizar el
golpe. Aquí pone que este individuo acostumbra a robar siempre por las mismas
calles. Que listo, así la policía le tiene que pillar siempre.
–No te creas, nunca patrullan por esas zonas;
solo lo cazan cuando lo localizan en un coche robado, normalmente a más de
120km/h. Por eso lo elegí, porque nadie parece tener intención de detenerlo.
–Para eso estamos nosotros, el viernes lo
detendremos.
– ¿Sabes que hoy es lunes? ¿Piensas esperar
toda una semana?
–Más tiempo para prepararse, además el jueves
tengo parcial de bioquímica y tendré que estudiar.
–Hearingman: Superhéroe a tiempo parcial.
El aludido dio un empujoncito a su compañero
y los dos se pusieron a ultimar los detalles del plan.
Parecía que ese viernes la noche había
decidido adelantarse, oscureciendo el cielo de forma prematura. No eran
siquiera las seis y media de la tarde y Hearingman ya era incapaz de ver nada.
Estaba escondido en una esquina asustado, embozado en su capa y cubierto por su
antifaz. Durante la última semana había estado cuestionandose su gran plan.
¿Realmente pensaba saltar disfrazado delante de un delincuente y soltarle un
eslogan para que dejara de dedicarse al mal? Evidentemente no era la mejor idea
del mundo, eso sin tener en cuenta que todavía no tenía el eslogan.
Respiro nervioso, quizá hubiera suerte y no
trabajaba esa noche. Escuchó. No había tenido suerte. Había ruido de pasos a
unos diez metros, de un adulto de unos 70 kilos 1,89 de altura; su objetivo. Se
concentró en su oído, ese hombre llevaba algo en la mano… metálico seguramente.
Ya no avanzaba. Detectó un ruido nuevo, una fricción entre plástico y metal;
estaba intentando forzar un coche. Era el momento de que Hearingman actuara.
Sacó su pequeña taser. No parecía el arma de un superhéroe típico, capaz de
detener a los criminales solo con la lucha cuerpo a cuerpo, pero conocía sus
propias habilidades y sabía que necesitaba una pequeña ayudita para ganar.
Salió de su escondite. Apuntando al ladrón y
forzando la voz para que fuera más grave dijo:
–Tengo la sensación de que ese coche no es
suyo. Aléjese.
–Y yo creía que el carnaval ya había
terminado. ¿De qué se supone que vas? ¿De estrella de navidad?
– ¡Soy Hearingman!
–Te voy a contar un secreto. Los superhéroes solo
existen en los cómics, en la vida real solo son locos vestidos de colorines.
– ¡Aléjate de ese coche! No pienso permitir
ningún delito en mi ciudad.
El ladrón se separó despacio del vehículo,
con una sonrisa en la cara, y soltó la vara metálica que estaba utilizando para
forzar el vehículo.
–Yo robo coches, no me meto en peleas, así
que me voy a marchar tranquilamente y voy a ser honrado, al menos esta noche;
pero si me permites antes quiero darte un consejo. Olvídate de Hearingman, hay
gente muy peligrosa en esta ciudad que te haría picadillo antes de que tu
capita dorada se agitase un poco. ¿Me entiendes?
Salió corriendo, alejándose de aquel lugar y dejando
al superhéroe recién estrenado confuso y descolocado, con su capa moviéndose insistentemente
a su espalda. Había conseguido evitar el robo de un coche, pero aun así no se
sentía satisfecho; sentía que el traje de héroe le quedaba grande, que era
demasiado para él.
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