¡Despierta!
¡Despierta! Era su propia voz. Se estaba gritando, pero desgraciadamente no
podía hacerse caso. Ojalá pudiera, pensó. Todo sería mucho más fácil si
despertara de la pesadilla. Lo malo era que no estaba soñando, todo era real,
auténtico. Por más que se gritara a si mismo que despertara no podía hacerlo,
porque no se puede escapar de la realidad, te ata con sus redes y jamás te
sueltas. Prefería los sueños, podías ser cualquiera, podías tener tu final
feliz; por eso se había pasado meses escondido en una cama, durmiendo. Ahora ya
no podía, la realidad llamaba y no podía huir, no podía esconderse; estaba ahí.
Respiró hondo y
abrió los ojos, no valía la pena cerrarlos. Estaba en un edificio a medio
construir, se había quedado abandonado hacía muchos años. Solo estaban
colocados la mitad de los tabiques y en lugar de habitaciones se formaba un
laberinto de muros que le escondía. Aún así no duraría mucho tiempo. Oía las
voces gritando, eran muchos y le buscaban a él. No podría ocultarse más tiempo,
sus perseguidores solo tenían que seguir su sangre para dar con su paradero.
Cada vez los charcos eran mayores. Se levantó la camiseta y miró la herida,
tenía mala pinta. Se había intentado vendar el costado con un rollo de celo,
pero no había dado resultado, la cinta adhesiva se despegaba por el flujo de
sangre y la herida seguía chorreando; quizá ya le habían matado y aquella
cacería no tenía sentido. Se sentó en el suelo, estaba muy cansado, ya no había
escapatoria. Recordó como había llegado ahí.
Recordó el
piano, nunca le había gustado la música, pero ella le había citado en ese
lugar. Era un pequeño local con música en vivo y camareros con pajarita. Aunque
la iluminación era muy tenue enseguida la vio, sentada al fondo de la sala,
destacando del resto de clientes con su sudadera universitaria y su aire
desaliñado. Hacía años que no la veía, desde que se marchó de casa, pero era su
hermana pequeña y si necesitaba su ayuda acudiría; muchas veces él había
necesitado de la ayuda de ella. Fiel a la tradición familiar era ladrona, como
sus padres y como él. Pero a diferencia de él, ella tenía una verdadera
habilidad. Era pequeña y muy ágil, eso le permitía meterse por cualquier lugar;
una vez vio como entraba a robar una casa por la gatera ¡Por la gatera! Él
nunca había podido ser tan bueno, era torpe y en los atracos siempre dejaba
rastros. Lo suyo eran las cerraduras y las cajas fuertes, no se resistían a sus
manos, y por eso ella lo llamó. En cuanto se vieron empezó a explicarle la
situación, sin ni siquiera preguntarle donde había estado todos esos años; si
lo hubiera hecho habría descubierto que lo había dejado, se había vuelto un
hombre legal. Su hermana necesitaba ayuda para dar un golpe, uno gordo. Iba a
robar a una mafia ¿A quién se le ocurría? Y él tenía que abrir la caja. Una vez
acabó la explicación, su hermana le arrastró directamente a la casa donde iba a
tener lugar el robo. Era un edificio de dos plantas en un barrio fantasma. La
única luz de la calle salía de la segunda planta, donde estaban dando una
fiesta; por lo que podían trabajar sin llamar mucho la atención.
Al principio
todo había ido bien, estaban dentro y habían alcanzado la caja fuerte. Estaba
concentrado en averiguar la combinación y no se dio cuenta cuando su estetoscopio
resbaló y cayó al suelo. Retumbó un ruido por toda la habitación, tan fuerte que
arriba los dueños del dinero también pudieron oírlo; como no, había vuelto a
meter la pata. ¿Por qué siempre le tenía que pasar a él?
A partir de ese
momento la situación se volvió caótica. En menos de un minuto el piso de abajo
estaba lleno de hombres armados apuntándoles. Corrieron a la puerta. Ya en la
calle se separaron. Un momento estaban juntos y al siguiente estaba solo.
Siguió corriendo. Torció cada vez que se encontraba una esquina. Llegó un
momento en el que no sabía dónde estaba. Se paró. Ese fue su mayor error de la
noche. Supuso que le habían perdido la pista. No había sido así. Enseguida vio
llegar a un grupo de hombres armados. Volvió a correr pero era tarde. Le dispararon.
De ahí la herida. A pesar de estar sangrando corrió. Enseguida vio el edificio vacío.
Tendría unas diez plantas y una magnifica escalera de emergencia delante de sus
ojos. Entró en la primera planta, donde se paró a vendarse la herida con un
rollo de celo que los obreros habían olvidado. No pasó mucho tiempo hasta que
sus perseguidores llegaran y tuviera que huir por todo el edificio, sin
descanso, hasta que hacía un momento se había parado.
Ahora ¿Qué podía
hacer? Se acercaban, los oía cada vez más próximos, recortando metros; pero eso
ya no le importaba. La herida cada vez le dolía más. Miró el suelo a su alrededor,
se había formado un gran charco rojo. No le podía quedar mucho tiempo, cada vez
le costaba más mantener los ojos abiertos, notaba una enorme sensación de
cansancio y cuando miraba alrededor veía manchas negras. Se concentró en seguir
despierto con las pocas fuerzas que le quedaban, pero no pudo. Los ruidos de
alrededor parecieron desaparecer y el mundo se volvió negro, ya no notaba dolor
en la herida, solo un poco de calor. Justo antes de perder el conocimiento,
cuando ya no recordaba donde estaba o quién era, creyó sentir como unas manos
pequeñas le levantaban del suelo con delicadeza; y en el último momento oyó, o
eso creyó él, la voz de su hermana diciendo: “tranquilo, te pondrás bien” y entonces todo se volvió negro.
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