Tenía los nervios de punta, no
era una situación agradable, aunque tenía el consuelo de pensar que todo el
mundo estaba pasando por lo mismo. Se lo repitió mentalmente varias veces,
recordándose que toda la gente tenía que enfrentarse al día de elecciones.
Salió de su casa con paso firme,
ocultando su ansiedad. En la calle reinaba un silencio incómodo, la gente
caminaba en solitario vigilada atentamente por decenas de policías que velaban
por su seguridad. La tensión y el miedo se notaban en el ambiente, pero aun así
era patente el alivio que generaban los carteles que indicaban: “votar es solo
un día, después regresa la calma”.
Su camino, como el de muchos
otros le condujo ante las puertas del colegio del barrio. Preparándose para la
ocasión ya habían colocado una pancarta institucional con la famosa frase: “Las
urnas son peligrosas, toma precauciones”. Una vez dentro se dirigió al terminal
informático de voto y comprobó como iban los sondeos y que debía escoger. Sabía
de gente que había pulsado un botón equivocado y había acabado varios años en
la cárcel. El problema era evidente, el sistema era muy arriesgado. Cualquiera
tenía derecho a presentarse como candidato, pero ciertos candidatos, los más
nuevos o los que eran considerados más radicales, tenían un techo de votos
establecido por ley y aquellos ciudadanos que los apoyaban una vez alcanzado
ese techo incurrían en un delito penado con entre cuatro y doce años de cárcel.
Recordaba cuando aún no votaba y
sus padres le dejaban con el abuelo el día electoral. Él le contaba historias
de su época joven en la que el voto era secreto y sin limitaciones, uno no
tenía que agachar la cabeza cada vez que se cruzaba con un policía y cuando las
medidas de un gobierno no gustaban la gente podía salir a la calle a protestar.
En esos momentos siempre se reía, pensando que el yayo intentaba tomarle el
pelo y que lo único que le faltaba era decirle que en los montes vivían
dragones, osos, unicornios y demás criaturas fantásticas. Ahora empezaba a
dudar que fuese mentira. El otro día había encontrado un sistema de
almacenamiento de información obsoleto y en vez de tirarlo, como habría sido lo
normal, lo había reproducido. Eran varios informativos televisivos, el primero
hablaba de unas elecciones sin nombrar para nada los techos de voto ni dar
cifras de infractores detenidos, como si todos los participantes tuvieran las
mismas oportunidades. Los demás no dejaban de ser sorprendentes, algunos
incluían manifestaciones o imágenes de políticos detenidos; uno incluso hablaba
de los osos y los linces como si fueran reales. ¿Podía ser que el mundo no
hubiera sido siempre como le habían enseñado? ¿Existía otra forma de hacer las
cosas? Todas esas preguntas y más se habían agolpado en su cabeza cuando había
visto los videos, pero al poco se había dado cuenta de que eran pensamientos
peligrosos e irresponsables, impropios de un buen ciudadano.
Pero en ese momento eso daba
igual, lo que tenía que hacer era votar. Introdujo su AEI (Acreditación estatal
de identidad) y le aparecieron delante todas las posibles opciones y una frase
brillante que decía: “Su deber es votar con seriedad y responsabilidad,
recuerdelo”. Eligió como siempre una candidatura con un techo bajito, sabía que
no servía para nada, pero no quería apoyar a los que le obligaban a apoyar;
aunque le hubieran echado ya de algún trabajo por sus ideas electorales.
Se alejó del monitor alegre por
haber terminado cuando un agente de policía se le acercó. No le dio tiempo ni
siquiera a agachar la cabeza antes de que este dijera:
–El
ciudadano con AEI 584864752 T queda detenido por tenencia ilícita de documentos
antiguos e información sensible. Debe acompañarme, si se resiste estaré en mi
derecho de usar todos los medios a mi disposición.
–No.
–Contestó, sabiendo lo que ocurriría después.
Cerró los ojos y soñó con un
mundo que probablemente nunca existió en el que decir no puedo quejarme era
algo bueno.
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