El guardia miró al hombre que
tenía enfrente. Llevaba mucho tiempo en ese trabajo y había visto a muchas
personas detrás de los barrotes de su calabozo, había de varias clases: Podían
ser borrachos, agresivos, pasotas; ese era de los que daban pena. Se notaba que
no estaba acostumbrado a un sitio así, estaba inquieto, incapaz de quedarse
quieto; incluso diría que estaba pálido. No se comportaba como los delincuentes
habituales que sabían que habían cometido un delito pero no querían que los
demás lo supiesen; tampoco se comportaba como los ricos que se creían
superiores por muchos crímenes que llevasen a sus espaldas; se comportaba como
alguien no supiese que pintaba detrás de los barrotes.
–¿Qué haces aquí? –no debería
preguntárselo, pero tenía demasiada curiosidad.
–Soy periodista.
No era una respuesta, aunque
quizá esa frase fuese lo más parecido a una respuesta que el pobre hombre
pudiera darle.
–Malos tiempos para semejante
trabajo si se hace bien. ¿A quién investigaste?
–Un ministro, no creo que quiera oír
nombres, por su seguridad.
–Claro que no –tuvo que hacer
muchos esfuerzos para no reírse en su cara, ¿Un ministro? ¿Cómo podía haber
sido ese tipo tan imbécil como para no saber que eso acabaría mal?–. ¿Por qué?
–¿Por qué lo investigue? Fácil,
si usted o yo hubiéramos hecho lo mismo que él estaríamos detrás de estos
barrotes.
–Usted ya está entre estos
barrotes –estaba siendo algo cruel, pero era la realidad.
–Tenía que intentarlo, no podemos
vivir en la ignorancia, no es vida.
–Sí podemos vivir así, hace
muchos años que lo haces y tampoco ha pasado nada –quizá cuando era más joven
él también había pensado así, había querido aquel mundo que vivieron sus padres
a principios del siglo XXI donde se podía hablar, pero eso ya había quedado muy
atrás en la historia.
–¿Seguro? ¿Lo sabría si hubiese
pasado algo, si nuestra actual ignorancia hubiera conducido a algún desastre o
habrían encerrado aquí mismo a todos los que tuvieran alguna idea de ello?
–lo sabría –estaba mintiendo pero
no podía decir otra cosa, esas ideas, esa forma de pensar por muy correcta que
le pareciese solo conducía a un lugar y él prefería su lado de los barrotes.
–¿Cómo?
–Existen periódicos,
televisiones, webs…
–Lo sé, yo he trabajado en varios
y mire a dónde me ha conducido mi trabajo.
–Mucha gente trabaja en medios de comunicación y no acaba
así –por mucho que le doliese tenía que hacer su papel de abogado del demonio
como representante de la autoridad.
–Mucha gente escribe los relatos que le ordenan sin
preguntarse cuantas mentiras hay en sus palabras, unos pocos buscamos la verdad
–Unos pocos acabáis aquí, desperdiciando vuestras vidas –no
estaba pensando solo en aquel joven idealista, pensaba más bien en algunos amigos
que había visto desaparecer por culpa de esas ideas llenas de justicia e
igualdad– ¿Merece la pena? Por mucha razón que tengas, ¿Merece la pena tirar tu
vida por unas palabras que quizá nadie esté dispuesto a leer?
–Sí. Claro que merece la pena.
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