Martes por la mañana
Le dolía la cabeza. Intentó
moverse. No pudo. Alguien le había atado las manos, el que hubiera sido iba a
acabar mal, había pocas cosas que odiase más que estar atado y una de ellas era
que le apuntasen con un arma. Abrió los ojos y vio un hombre que sostenía una
pistola delante de su cara.
– He de suponer que usted asesinó
a esas cuatro personas
–Muy listo el señor. Claro que lo
hice yo
Era un joven de pelo oscuro,
bajito y delgado; poca cosa para cometer un asesinato, la víctima más débil
podría con él; recordaba más a un oficinista que a un monstruo capaz de cortar
una persona en pedacitos.
–¿Por qué? ¿Por qué lo hizo?
–¿Realmente importa el motivo? Están
muertos, es lo único importante, ¿O necesita saberlo antes de morir?
–Reconozco que me sentiría más
tranquilo si lo supiese, porque sé que tenía un motivo, una razón para odiar
tanto a esas cuatro personas como para descuartizarlas y coserlas entre sí;
pero sobre todo porque sé reconocer a un verdadero artista, y lo que hizo usted
fue una obra de arte del crimen: preciso, original, perfecto.
–¿De verdad cree que alagarme le
va a salvar la vida?
–No, no lo creo –claro que no lo
creía, no era estúpido, pero si conseguía que hablase un buen rato podría
soltarse; para algo tenía que servir llevar un pequeño cuchillo cosido en el
interior de la manga, su as particular –solo quiero saberlo, considérelo el
último deseo del condenado.
–Si es lo que quiere así será,
pero esperaba un último deseo del estilo de: déjeme decirle adiós a mi familia,
no me haga daño o incluso déjeme fumar.
–Usted no tiene idea de cómo soy
–Nadie puede llegar a conocer a
otra persona y nadie puede llegar a conocerse a sí mismo, no he intentado
comprenderle, sinceramente usted no me importa nada.
–Gracias por su sinceridad
–A lo que íbamos ¿Por qué lo
hice? Mi historia empezó hace tres años. Entonces yo era un joven informático
recién salido de la universidad. Siempre me habían gustado los juegos así que
decidí programar uno. Me pasé un año, TODO un año, trabajando en él; hice
cientos de dibujos a mano y a ordenador, escribí miles de líneas de código,
grabé las voces de los personajes; y todo eso SOLO, pasando noches sin dormir,
comiendo con el ordenador, y ese esfuerzo ¿Para qué? Cuando por fin lo terminé
era precioso, uno de los mejores juegos que se habían hecho nunca, o eso pensé.
Yo no tenía medios para distribuirlo, así que recurrí a un banco para que me
diera financiación. Me pidieron una copia del juego para ver su calidad, y a la
semana me lo devolvieron diciéndome que no podían ayudarme porque no era lo
suficientemente bueno, que no cumplía sus expectativas.
–¿Mató a cuatro personas por que
no te financiaron un proyecto? Los bancos casi nunca sueltan su dinero y menos
por un juego, por muy bueno que sea.
–No, no fue por eso; aún no había
terminado mi historia. Por favor no vuelva a interrumpirme –dijo agitando el
arma como amenaza –¿Por dónde iba? Me dijeron que no cumplía sus expectativas,
y me sentó mal; lo reconozco. Pero la cosa no acabó ahí. Visto que no tenía
futuro como programador de videojuegos me busqué un trabajo mediocre como informático
en una cadena de supermercados.
–¿Ahí conoció al señor Cruz?
–Había estado a punto de decir el señor palma, por suerte se había contenido en
el último segundo
–¡Deje de interrumpir! –gritó,
realmente enfadado el presunto asesino –Sí, ahí conocí a Edgar. Pero nunca tuve
problemas con él. Era un buen compañero, me caía bien. Un día salió a la venta
un juego nuevo, con muy buena crítica, un éxito de venta asegurado. Yo, como un
tonto, hice cola para comprarlo y cuando lo probé en casa ¿Sabe qué descubrí?
¿Lo sabe? ¡Era mi juego! Ese que me había costado tanto hacer y que me habían
rechazado por “no cumplir las expectativas”. Intenté demandar al banco, me
pusieron trabas en todas partes, tuve que dar mil vueltas, pedí un préstamo
para pagar al abogado y cuando casi había conseguido llegar a juicio la fiscal
se negó a acusar al banco “es un pilar de la sociedad” me dijo, “no voy a
acusarle por los deseos de un solo hombre”. Todo mi esfuerzo para nada porque
una fiscal no se atrevía a hacer su trabajo.
–¿Era Alice Nightingale?
–preguntó por pura intuición
–Sí. –Confirmó –Ella fue mi
primera víctima. Estaba tan enfadado que tomé la decisión de matarla, me costó
mucho, un día era capaz y al siguiente me parecía una atrocidad, pero al final
me convencí de que lo haría. La seguí durante semanas, anotando sus horarios,
buscando un momento en el que pudiera acabar con ella. Lo encontré. Todos los
viernes salía con sus amigas por la tarde y volvía a casa atravesando un
parque. Un viernes me puse una sudadera, me tapé con la capucha y esperé en el
parque con un cuchillo jamonero en la mano. Cuando Alice pasó por el camino de
tierra. Salté enfrente de ella con el cuchillo en alto. Estaba oscuro, pero
podía distinguir que llevaba un abrigo blanco y unos zapatitos rojos con tacón.
“Por favor no me mates” me suplicó “llevo dinero te lo daré” y recuerdo que en
aquel momento sacó un fajo de billetes enorme. Me planteé llevarme el dinero
como un vulgar ladrón y dejarla con vida, pero entonces me dijo de donde lo
había sacado.
–Yo diría que era un pago por no
haber llevado tu caso a juicio
–No, era otro caso, ya no me
acuerdo cual. Lo importante es que ganaba dinero por impedir que ciertos casos
prosperaran ¿Qué clase de empleada pública era? No trabajaba por el beneficio
de la sociedad, solo trabajaba para su propio beneficio. Cuando me enteré no
pensé en nada, solo clavé mi cuchillo en su pecho, diez veces, aún recuerdo
cuántas fueron, la resistencia de abrigo de paño, la fuerza necesaria para
atravesar la carne. Cuando la hube matado me encontré con un gran problema ¿Qué
podía hacer con el cadáver? Lo primero era esconderlo, y conocía un sitio
perfecto para hacerlo, el almacén del supermercado. Después de varios intentos
conseguí meter el cadáver en mi coche y llevarlo hasta mi trabajo. Lo coloqué
detrás de unas cajas que sabía que no se iban a usar y estaba marchándome,
contento de haber conseguido ocultarlo cuando me di cuenta de que no estaba
solo.
–Edgar Cruz le había visto
–Edgar Cruz me había visto. Me
prometió que no se lo diría a nadie. No lo creí, pero estaba tan cansado que lo
deje pasar. A la mañana siguiente nadie había venido a detenerme, así que
supuse que Edgar había cumplido su palabra. Con el dinero de la fiscal compre
una heladería abandonada, este local, donde trasladé el cuerpo, esta vez sin
que me viera nadie.
–Así que aquí es donde congeló
los cadáveres
–Sí, lo hice aquí.
–¿Por qué mató a los demás?
–A eso iba. Para estar a punto de
morir mira que es impaciente.
Mientras decía esto la brida de
plástico que ataba las muñecas de nuestro investigador había cedido al cuchillo
que llevaba oculto en la manga, por cierto muy desafilado para tardar todo el
monólogo del asesino que le apuntaba con una pistola.
–Mi siguiente víctima fue Horacio
Gloom, el hombre que supuestamente había programado mi juego. No fue un
asesinato premeditado como el de Alice, fue algo espontáneo. Era verano y yo
estaba en un festival de videojuegos, a pesar de lo que me había pasado yo
seguía yendo a esos sitios, y un día, el último que tenía previsto estar
apareció el señor Gloom saludando como una estrella. Me pasé toda la mañana
observándole de reojo y cuando se marchó de la macro carpa del festival lo
intercepté. Le dije que estaba llevándose el mérito de algo que no era suyo y
me contestó “Y qué” encogiéndose de hombros. No lo soporté y le golpeé con mi
mochila, donde llevaba mi portátil y una Tablet. Al recibir el golpe se
tambaleó y yo aproveche para golpearle una y otra vez, hasta que se cayó al
suelo y entonces seguí golpeando hasta que aquel hombre con tanta cara como
para apropiarse de mis cosas ya no tuvo cara. Después de eso cogí el cadáver,
lo metí en mi coche y conduje con más cuidado que nunca hasta que pude meterlo
en el congelador junto a Alice.
–¿Entonces fue cuando los cortó?
¿Para que cupieran en el congelador?
–No, era una heladería, caben dos
cuerpos en el congelador, incluso tres porque no tuve problemas para meter a
Vicent Shackle, empleado de banca. Como ya se habrá imaginado mi tercera
víctima fue el hombre que rechazó mi juego, el señor Shackle. Este crimen se me
dio mejor que los anteriores a pesar de que mientras lo preparaba parecía
imposible. Después de obtener mucha documentación descubrí que no seguía ni una
rutina fija, sus horarios eran flexibles y su vida privada era todo un caos.
Así que decidí darle un enfoque menos directo al crimen, veneno. ¿Cómo hacer
que lo recibiera? No había ningún problema, mi estúpida víctima escondía una
llave de repuesto en una piedra de plástico que no engañaba a nadie. Por lo que
un día compré matarratas, esperé a que saliera de casa y envenené toda la
comida del frigorífico. Esperé fuera, perfectamente escondido hasta que pude
comprobar como oía simplemente escuchando sus estertores.
–Ya tenía su venganza. ¿Por qué
una cuarta víctima?
–Porque ya tenía mi venganza.
Podía continuar con mi vida, pero había un testigo.
– Por eso mató a su compañero de
trabajo.
–Sí, pero me costó. Nunca me dijo
donde vivía, no encontré su dirección en los archivos de la empresa; así que le
seguí casi todos los días, pero siempre me daba esquinazo. Por lo que me
encontraba con un dilema, no podía matarle al salir del trabajo porque
cualquiera podía verme, usted ya ha estado ahí, siempre hay gente alrededor;
pero no podía cargármelo en su casa porque no sabía dónde estaba.
–Y para solucionar el problema
montó un negocio falso de filatelia, usted ya sabía que era su afición, para
atraerlo a su local. Lo que no entiendo es ¿Por qué lo llevó hasta su casa?
–Le había cogido cariño a este
local, y además los demás crímenes los cometí en lugares que frecuentaban mis
víctimas, si no lo hacía con Edgar era como traicionarme a mí mismo. Aunque
reconozco que podré hacer una excepción con usted.
–Gracias, resulta muy halagador
Si quería actuar ese era el
momento. Aquel hombre ya no tenía mucho más que decir y en cuanto terminara de
hablar le iba a pegar un tiro; y lo haría, después de esa historia no tenía
ninguna duda. Nadie le habría considerado un hombre fuerte, pero comparado con
su contrincante era un forzudo. Se lanzó rápidamente sobre el asesino y antes
de que este reaccionara le había cogido la pistola y le estaba apuntando con
ella
–Solo hay una cosa que odio más
que despertarme atado, y es que me apunten con una pistola –dijo mientras
disfrutaba de recuperar el control de la situación.
–¿Qué va hacer? ¿Dispararme?
Estoy desarmado, usted es un buen poli y no puede hacerlo.
–¿Quién ha dicho que sea policía?
Soy un asesino en serie rehabilitado, más o menos. Sabían que había cometido
varios asesinatos, pero no pudieron demostrarlo, así que me hicieron una oferta
que no podía rechazar como asesor; pero ya me he cansado de este trabajo.
Apretó el gatillo, dejando solo
un asesino en la habitación; quizá el que siempre fue más peligroso de los dos.
Salió tranquilamente del local, desapareciendo en la niebla.
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