Hacía frio
y el viento silbaba. Tenía miedo. Vio el cañón del arma, brillando a unos pocos
centímetros de sus ojos, amenazante. Escuchó una potente detonación. Sintió una
ligera quemazón y después nada.
Despertó.
No sabía quién era ni dónde estaba. Miró a su alrededor. Se encontraba dentro
de una estrecha urna de cristal de la que emergían montones de cables. Un
pensamiento empezó a surgir en su mente, indicándole que sabía qué era ese
lugar; pero antes de que terminara de formarse un hombre conectó un dispositivo
a uno de los cables y dejó de estar ahí.
Ahora la
escena era diferente. Era una niña con dos coletas que estaba columpiándose
tranquilamente. Saltó al suelo y cogió una flor, olía a lavanda. Corrió riendo
por la hierba húmeda hasta llegar a un mantel perfectamente estirado que tenía
encima un bocata envuelto en papel de aluminio. Lo desenvolvió; era de chorizo.
Fue a morderlo y entonces volvió a despertar.
Estaba en
el mismo lugar que antes, y esta vez sí le dio tiempo a pensar, lo que resultó
aterrador ya supo que era aquel sitio. Era una cámara de recuerdos, el lugar
donde aquellos que se lo podían permitir volvían a vivir los momentos de su
vida que preferían con la ayuda de una persona que hacía de receptor, en ese
caso ella. Ahí dentro estaba condenada a sentir los recuerdos que otras
personas querían evocar.
¿Por qué?
¿¡Por qué!? ¿Quién era y cómo había acabado así? Se repitió una y mil veces
estas preguntas en la cabeza, conociendo de antemano que nunca obtendría una
respuesta; como sabía, parte del proceso consistía en que la mente receptora no
tuviera datos previos, que no conociera quién era. Y ahí estaba ella, atrapada,
desconocida para sí misma.
Debía salir
de ahí, recuperar la vida que una vez tuvo, pero ¿Cómo? Golpeó insistentemente
la urna con sus manos, no se movió ¿Qué esperaba, que se rompiera sin más?
Necesitaba una idea mejor, pero tampoco podía hacerse ilusiones; no era la
primera persona que se despertaba desorientada en una cámara de ese tipo, ni la
primera en intentar salir. Miles de manos habrían golpeado antes ese mismo
cristal esperando que se rompiera, cientos de voces habrían gritado pidiendo
salir de aquella urna, decenas de pies habían chocado con la placa metálica del
fondo intentando abrir una escapatoria. Lo más probable, lo único lógico, era
que no lo consiguiese; pero aun así tenía que intentar salir. Dio mil vueltas
en su pequeña celda de cristal, esperando ver un agujero, una raja, algo… Como
era de esperar no encontró ningún defecto en el vidrio, era tan liso como
debería ser. Pero aun así encontró algo, no en la urna que como ya se ha dicho
era perfecta, sino que el hallazgo lo hizo en su ropa. Al moverse un pequeño
papelito se había caído del interior del dobladillo de su pantalón. Estaba
plegado tantas veces para que ocupara poco que casi parecía un cubo. Lo abrió
con cuidado y leyó lo que alguien había escrito en una letra diminuta.
Ahora te estarás preguntando quién eres y
qué haces aquí; en este momento eso no importa. ¡Debes salir ya! A tus pies hay
una placa de metal. No intentes alcanzarla con las manos, no vas a llegar.
Apoya con cuidado los pies en ella y empuja suavemente (si haces demasiada
presión no funcionará, así que modera tus fuerzas). A continuación, manteniendo
la presión desliza la lámina hacia abajo; así conseguirás que se abra un
agujero por el que podrás deslizarte hasta el exterior. Adiós.
PD: Estoy convencida de que encontrarás la
respuesta a quién fuiste, quién soy; por tu cuenta. Suerte.
No era lo
que esperaba, pero era una salida. Solo tenía que comprobar que funcionaba. Y
funcionó. Se encontraba fuera de la urna. ¿Ahora qué? Había tenido la estúpida idea
de que al salir recuperaría la memoria, no había sido así; pero debía avanzar, marcharse
de ahí como decía la carta. Salió de la habitación en la que se encontraba sin
ningún problema y se encontró en un pasillo lleno de puertas idénticas a la que
acababa de dejar atrás. Al mirar a su alrededor sintió escalofríos. En todas
esas habitaciones había personas encerradas, mucha de esa gente había dado su
consentimiento, quizá todos; pero una vez dentro de la urna ¿Cómo podían
saberlo? ¿Cómo podían estar seguros de que habían aceptado si ni siquiera sabían
quiénes eran?
Miró a su
alrededor respirando profundamente. En ese momento ella podía marcharse
corriendo, tener una nueva vida o recuperar la vieja; pero no podía dejarlos ahí. Se
dirigió rápidamente a la puerta que tenía enfrente, No estaba cerrada con llave
¿Por qué iba a estarlo? Así que entró. En el centro de la habitación estaba la cámara,
idéntica a la que había abandonado. En su interior se retorcía un cuerpo de
forma nerviosa. Se acercó con cautela y miró a través del cristal. Era un
hombre de unos treinta años que fijó los ojos en ella en cuanto se asomó a su cárcel
de vidrio. Aquellos ojos profundos que destilaban terror le obligaron a seguir
mirando. Se quedó hipnotizada observando a aquel desconocido tan asustado como
ella. Se concentró por completo en imaginar quién era; pensando que si no podía
conocerse a sí misma quizá si pudiera conocerle a él. Se concentró tanto que no
oyó los pasos que se acercaban por el pasillo. Se concentró tanto que no vio al
guardia de seguridad hasta que fue demasiado tarde.
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