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Cogió el papel
con cuidado. Parecía un simple folio, pero sabía que no lo era. No ponía nada,
solo la hora de impresión y sin embargo tenía toda la información que buscaba.
Había costado mucho conseguirlo, había muerto gente por él; pero ahora lo tenía
en sus manos. Quizá eso había resultado difícil, pero ahora necesitaba
descifrarlo. Al mirarlo se le planteaba una pregunta ¿Dónde estaba la
información? Su fuente le había asegurado que estaba ahí, y lo creía; era él el
que había arriesgado su vida por ese maldito folio en blanco; tenía que estar,
pero no lo veía. Hacía más de una semana que el folio estaba en su mesa y desde
ese momento había hecho casi todas las pruebas posibles a la frase y no había
logrado nada. ¿Qué podía sacar de: pág.
1/1 19:35? Todas las letras tenían la forma adecuada con respecto a la
fuente estándar, ninguna era más grande de lo normal; hasta había comprobado
que la separación entre los símbolos era constante. No podía estar ahí, no
cabían todos los datos que buscaba; no en catorce caracteres. Debería estar en
el cuerpo de la página, pero la hoja no presentaba ninguna marca, ningún surco
que indicara que se había escrito encima y no había rastros de tintas
invisibles (había usado su vieja lámpara de ultravioletas)
Miró encima de
su mesa, hay estaba el bote. Su informador se lo había traído junto con el
folio porque creía que podía ser útil. Era un recipiente de vidrio tintado de
morado con un tapón de plástico blanco que con el tiempo se había vuelto
amarillento; olía levemente a mar y tenía pegada con celo una etiqueta escrita
a mano que ponía “USAME”. ¿Era una pista o una broma? No podía usar su
contenido, que por la confidencialidad de su búsqueda no había querido mandar a
analizar. Estaba lleno de unas bolitas pequeñas y oscuras que tenían el mismo
aroma a mar que el bote, pero tan intenso que mareaban en cuanto este se
destapaba. Lo abrió con cuidado de no olerlo y sacó un puñado de bolitas a su
mano, las agitó con cuidado y escuchó el ruido que hacían al chocar. Abrió el
puño y devolvió las perlitas a su recipiente. Toda la palma se le había puesto
amarilla. ¡Las malditas bolitas manchaban! Fue al baño y se lavó las manos
hasta conseguir que se fuera el color que parecía querer quedarse en su piel.
Cuando volvió a su despacho se dio cuenta, o mejor dicho olió, que se había
dejado el bote abierto. Al acercarse a cerrarlo se fijó que en el poster que
había justo encima del recipiente estaba empezando a aparecer una tonalidad
amarillenta en ciertas zonas; y al mirarlo de cerca se podían ver las espirales
características de las huellas dactilares. Eso era, ¡Eso era! Las bolitas
liberaban algún tipo de vapor que tiznaba ciertas sustancias, por fin tenía una
forma de seguir.
Cogió el taper
más grande que tenía, echo un buen puñado de bolitas en el fondo, metió el
folio y lo tapó. Dejó que pasara un tiempo para que se impregnara y sacó el
papel. Se veían varias huellas dactilares marcadas en amarillo, pero eso no era
lo importante, había aparecido texto. ¡Texto! Se podían ver varios renglones de
letras marrones que parecían escritas a ordenador. ¿Sería la información que
buscaba? Se puso a leerlo: “Si usted está
leyendo esto, sepa que no es la información que buscaba” Ahí tenía su
respuesta “pero ha dado un primer paso
para localizarla. Los datos están en mis palabras, descúbrelos y hazlo ahora
porque el tiempo nunca perdona. Aquí acaban mis pistas.” A partir de ese
punto había treinta y cuatro líneas provenientes de un libro. Los datos se
encuentran en mis palabras… Al menos tenía una pista, o algo parecido.
Midió todos los parámetros
que se le ocurrieron y por fin parecía que las cosas funcionaban. La distancia
entre las letras oscilaba en tres valores, ahí había información escondida en
un código de tres símbolos ¿Conocía alguno?… ¡Claro! ¡Qué clásico! Era morse.
La distancia más corta era el punto, la intermedia era la raya y la larga el
espacio. Probó. Había zonas donde la combinación no creaba ninguna letra ¿Y si
no era el orden correcto? Simplemente tenía que hacer cinco traducciones más.
Las hizo en un momento, dedicándose a descifrar códigos se sabía el morse de
memoria. Tres de los resultados no tenían ningún sentido, pero dos de ellas
parecían ser listas de números; lástima que no pudiera saber cuál era la
correcta. ¿A quién se le había ocurrido que los números fueran simétricos?
Bueno, mejor dos mensajes que ninguno.
Apuntó las dos
listas en un papel, los números oscilaban mucho, desde un solitario uno hasta
millón y medio. ¿Qué serían? No coincidían con ninguna serie matemática conocida
y no eran múltiplos de ningún número concreto. Tuvo una idea ¿Podía ser? Sacó
el DNI y lo miró con una sonrisa en los labios. Recordó cómo cuando estudiaba
en el instituto y su profesor de informática les había explicado cómo
inventarse un número de identidad creíble: “Dividir
por veintiséis el número y quedaros con el resto…” Se puso a dividir, pero
cuando iba por mitad de la primera lista paró. ¡No! Había olvidado por completo
la referencia al tiempo. No tenía que usar el veintiséis, tenía que usar el
veinticuatro y considerar que no aparecían tres letras: v, w y k.
¿Cómo no lo
había visto? Era su código, el del reloj; el que había inventado hacía más de
veinte años. Tenía delante su propia creación y no se había percatado. ¡Maldita
edad! Ahora ya no tenía dudas de cómo seguir. Abrió un cajón de su mesa y sacó
su viejo reloj de 24h. Movió con delicadeza las agujas hasta que puso las 19:35
y colocó encima la plantilla de cartón con las letras del abecedario, haciendo
coincidir la A con el minutero; ya solo le faltaba girar los números hasta que
el uno coincidiera con la aguja de las horas. Por fin lo había resuelto.
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