La pequeña Smile se giró por última vez, negándose
a aceptar que no volvería nunca más. Apretando con fuerza su viejo peluche
contra el pecho contempló la Tierra una vez más. Poco quedaba ya del hogar que
sus padres habían soñado para ella. Hacía tiempo que el cielo había abandonado
su color azul por un siniestro gris cobrizo; las plantas habían desaparecido,
dejando solo charcos rojizos en una tierra grisácea, y las grandes ciudades
siempre iluminadas ahora no eran más que oscuras ruinas.
Su madre le apoyó la mano en el
hombro, era la hora de irse. Iba a echar de menos ese lugar. Quizá no fuera el
paraíso en el que crecieron sus padres, pero era el único hogar que había
tenido. Ella no había conocido el mundo anterior. Aún no había nacido cuando
llegaron las naves mineras y se apropiaron de la Tierra y por ello era de los
pocos que no los culpaba por ese motivo; los culpaba por su padre, los culpaba
por su hermano; los culpaba por todo aquello que le habían arrebatado a lo
largo de su corta vida.
Ambas avanzaron juntas hacia el
gran armazón de acero que dominaba todo el páramo. Era su destino y su salida;
pero subir a él no iba a ser tarea fácil. La nave estaba vigilada por varios
matones ruenai, totalmente amenazadores con sus cuerpos anchos de casi tres metros
y sus rojizas pieles escamosas, sujetando firmemente sus potentes armas
disuasorias.
A la pequeña Smile le aterraban, sobre todo por lo
que sabía que eran capaces de hacer. Por lo que había oído de boca de los
adultos, cuando esos lagartos engreídos aterrizaron por primera vez sus
vehículos espaciales en la superficie del planeta algunos humanos ingenuos los
habían recibido con las manos abiertas, dispuestos a establecer una amistad
duradera con sus visitantes extraterrestres, evidentemente superiores
tecnológicamente. Pero a los visitantes no les interesaba ninguna amistad, solo
les interesaba el planeta, y no dudaron en arrebatárselo por la fuerza a los
humanos y desde entonces mantenían un control absoluto sobre todo el
territorio. Y ese control era lo que había vivido la pobre niña al ver morir a
su familia, y por ese control su madre lo intentaba todo para que abandonara el
planeta.
Era el momento de separarse. Smile tenía que entrar en un
pequeño túnel que le llevaría directamente a la bodega de carga, mientras que
su madre iría por la superficie y acabarían encontrándose las dos en el
interior de la nave; o eso era lo que le habían dicho a la pequeña. Todavía
sujetando el peluche con una mano, la niña empezó a gatear por el estrecho
conducto mientras se despedía con la mano de su madre, que no podía evitar
recordar que no iba a volver a ver la bonita sonrisa que le daba nombre a su
hija.
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