Era noche
cerrada y sin embargo la luz lo inundaba todo; no se veía ni la luna ni las
estrellas, solo una claridad naranja, como un ocaso eterno. En el terreno,
desértico por naturaleza, había crecido un círculo de hierba verde y la arena
se había amontonado formando dunas concéntricas. Aquel momento único rezumaba
magia, con solo respirar se podía saber que algo extraordinario había pasado en
aquel lugar. De repente un hombre se materializó en el centro del círculo. Iba
vestido con una larga túnica negra que arrastraba por el suelo y una capa cuya
superficie ondulaba por todos los tonos de oscuridad. Empezó a caminar
decidido, convenciendo a la realidad de que era su dueño. Mientras avanzaba,
bajo sus pies la hierba recién nacida se marchitó y los montones de arena se
deshicieron.
Alcanzó
enseguida su objetivo. Estaba cubierto por una lona vieja de color ocre. Se
agachó y levantó delicadamente la tela tirando de una de sus esquinas. Apareció
un brillo metálico cuando la luz anaranjada incidió sobre el objeto. Terminó de
retirar el tejido y miró orgulloso el todoterreno que había debajo. Abrió el
maletero y se puso la ropa que estaba ahí guardada. Cuando terminó tenía un
aspecto totalmente distinto con los pantalones vaqueros y la camiseta de Star
Wars; otro mundo, otra ropa. Ya estaba listo para subir al vehículo y conducir
hasta la ciudad.
Cuando llegó ya
estaba amaneciendo y las calles estaban atascadas. A él le daba igual, no iba a
necesitar más el todoterreno. Miró a su alrededor en busca de un sitio para
aparcar, no había nada así que entró en una bocacalle. Era el lugar que
necesitaba su vehículo: poco transitado, llano y preparado para aparcar en
línea; lástima que estuviera ocupado. ¿O no? Se concentró introduciéndose en su
mente y movió su mano como si estuviera girando una llave en el contacto del
coche, se escuchó el ruido de un motor poniéndose en marcha, sin duda era el
mejor; a continuación manejó un volante imaginario y uno de los coches
aparcados comenzó a rodar sin conductor hacia la avenida principal. Ya tenía
sitio. Aparcó, se bajó del coche y comenzó a alejarse andando ¡Puuum! Quizá no
debería haber dejado el coche en marcha y sin conductor; bueno, ya estaba
hecho, no podía preocuparse más, sobre todo porque todavía tenía muchas cosas
pendientes.
Ya en el centro
de la ciudad se preparó para buscar el dinero que necesitaba. Observó a todas
las personas que pasaban a su alrededor hasta que descubrió a las víctimas
perfectas. Era un grupo de turistas jóvenes que le hacían fotos a todo lo que
encontraban delante, ingenuos y emocionables ¿Podía encontrar algo mejor?
--¿Os gustaría
ver un truco de magia? –les preguntó mientras utilizaba todo su poder en
colocarse un sobrero que estaba en una tienda cercana sobre la cabeza
Se sorprendió
del esfuerzo que le había costado un gesto tan simple aunque ya sabía que en
ese mundo la magia era mucho más cara. Sacó una baraja de cartas que ya llevaba
preparada en el pantalón y se dispuso a sorprender a los jóvenes. Empezó con un
repertorio de trucos de cartas, nada de magia, solo movimientos de manos e
ilusiones ópticas; pero cuando vio que empezaba a rodearle cada vez más gente
decidió sacar la artillería pesada.
--Los trucos no están mal, pero ahora verán
magia de verdad –exclamó mientras hacía una reverencia. --¿Ven esta baraja? Ya
no la necesitaré así que dejemos que vuele.
Quemó en secreto
las cartas mientras las lanzaba al aire, un pequeño truquito siempre era bienvenido.
Se concentró en el humo que había salido, siempre era fácil de manipular, y
dibujó con él un dragón al que hizo dar un par de vueltas alrededor de su
público antes de dejar que se desvaneciese. Como magia era muy simple, pero
resultaba muy bien.
--Hay magia bajo
vuestros pies aunque no la veáis, sentirla dejar que fluya, que crezca con
vosotros. ¡Que crezca!
Se volvió a
concentrar, esta vez lo que tenía en mente requería gran parte de su poder. Las
baldosas empezaron a levantarse y bajo los pies de los sorprendidos
espectadores brotaron diversas plantas florales. Por las caras de la gente supo
que había triunfado. Se quitó el sombrero robado y lo mostró al público, quería
que el efecto del último hechizo estuviera bien fresco en su memoria. El cuenco
improvisado enseguida se llenó de monedas, pero por desgracia la mayoría de
ellas eran de pequeño valor. ¿Cómo podían ser tan tacaños después de lo que les
había mostrado? Iban a darle el dinero que necesitaba quisieran o no.
Utilizando todas las fuerzas que le quedaban después del espectáculo sacó el
dinero de las carteras de todos los espectadores. Ya tenía suficiente, el
problema era que alguno se diese cuenta de que le habían robado.
--Damas y
caballeros, niños y niñas; el espectáculo ha terminado.
Se alejó
corriendo, llevándose consigo todas las ganancias y dejando a un grupo de
personas sorprendidas sobre unas plantas que empezaban a marchitarse.
Caminó despacio,
había desperdiciado la mayor parte de su magia y estaba muy cansado; y sin
embargo no podía permitirse descansar. Se paró delante de un adosado blanco con
tejado negro, parecía adorable por fuera pero él sabía que por dentro era un
lugar horrible.
Llamó con los
nudillos porque sabía que el timbre estaba desconectado. La puerta se abrió
sola, invitándole a entrar. Pasó dentro, sabía que le estaban esperando. Todo
estaba oscuro, aun así avanzó como pudo hasta la sala principal, donde debería
estar él.
--Por lo que veo
el mago ha vuelto de su mundo de cuento—dijo una voz que parecía no provenir de
ningún sitio en concreto --¿Has traído el dinero que faltaba?
Dejó el sombrero
lleno de dinero en mitad del suelo y enseguida una mano lo cogió.
--Ya veo, ya
veo. Parece que está todo aunque sea calderilla. Muchas gracias.
--¿Y lo mío?
–Preguntó asustado ¿pensaba quedarse con el dinero y no darle nada a cambio?
–Hicimos un trato. Dámelo.
--Hicimos un
trato. –Le imitó la voz. –A veces los tratos se pueden romper, ¿No es lo que hizo
cuando no trajo todo el dinero?
--Ya te he
traído el resto.
--No sé si lo
sabe, pero en este mundo existen unas cosas llamadas intereses de demora, ahora
quiero más dinero.
--¿Más dinero?
Ya le he dado más de lo que tenía.
--Vale lo
entiendo, no quiere recuperar el resto de su magia.
--¡Claro que
quiero recuperarla! –Gritó enfurecido –Pero de dónde quiere que saque el
dinero.
--He investigado
por qué en su mundo decidieron quitarle su poder; me ha dejado algo muy claro,
si se lo propone usted es capaz.
--¡Lo de mi
mundo fue un error! ¡Yo no fui el responsable!
--No me importa
lo que hiciera o no. Yo estoy en esto para forrarme. Si no se cree capaz de
conseguir el dinero siempre puede pagarme en especias.
--¿Qué es lo que
quiere?
--Algo muy
sencillo. Quiero que vayas a tu mundo y me traigas una caja de oro de enanos.
¿Oro de los
enanos? Tuvo la sensación de que ese había sido su objetivo desde el primer
momento. Un oro vivo que no paraba de crecer si lo cuidabas adecuadamente.
¿Quién no quería algo así?
--Las granjas de
minerales son los lugares más protegidos de mi mundo. Con la magia que tengo
ahora no podría entrar en una. Necesitaría más poder.
--JA JAAA JA –La
risa resonó por toda la habitación --¿Quiere que le devuelva toda su magia y
pagarme después? Los negocios no funcionan así, necesito tener algo para
asegurarme de que pagará. Y Ahora márchese y no vuelva sin mi oro. Entonces
quizá tenga esto.
Su interlocutor
salió de entre las sombras. Era un hombre corpulento de mirada torva. En la
mano llevaba una botella de cristal. No pudo verla bien, pero sintió que
llevaba su magia. ¿Cómo podía burlarse así de él? No pudo soportarlo. Quizá no
tenía todo su poder, quizá no estuviera en el mejor sitio para usarlo; pero
nadie se reía así de un mago. La furia se convirtió en fuerza y una pared de
aire empujó al hombre contra el techo. Se acercó despacio al lugar donde había
estado y recogió la botella.
--Nadie se ríe
de un mago –le espetó al hombre del techo
Salió de la casa
más seguro de sí mismo de lo que se había sentido nunca. Cuando se hubo alejado
lo suficiente miró la botella que tenía en la mano. El cristal era verde
oscuro, pero dejaba pasar un curioso resplandor dorado; ¡Era su magia! Destapó
la botella y se bebió el contenido de un sorbo. Tenía un sabor amargo, casi
doloroso al pasar por la garganta, con un toque ácido y un fino regusto dulce
en el paladar. No le sorprendió, se conocía a sí mismo.
Ya podía volver
a casa, ya estaba completo. Volvió con su todoterreno al desierto y esperó a
que oscureciera. Tenía que esperar a que fuera el momento propicio.
Miró a su
alrededor, no quería que nadie contemplase lo que iba a hacer. Se sentó en el
suelo con las piernas cruzadas. Cerró los ojos. El aire empezó a arremolinarse
a su alrededor, el cielo se iluminó de repente y a sus pies creció vegetación;
todo marchaba. Se centró aún más en su hechizo y empezó a sentir su objetivo,
su mundo. Dio un pequeño empujón, un chorro de magia perfectamente controlado y
ya no estaba ahí.
Era noche
cerrada y sin embargo la luz lo inundaba todo; no se veía ni la luna ni las
estrellas, solo una claridad naranja, como un ocaso eterno. En el terreno,
desértico por naturaleza, había crecido un círculo de hierba verde y la arena
se había amontonado formando dunas concéntricas. Aquel momento único rezumaba
magia, con solo respirar se podía saber que algo extraordinario había pasado en
aquel lugar.
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