Cerraron el diario. La historia
acababa ahí, tras la muerte del capitán. Nunca descubrirían cómo sobrevivió el
marinero Crocket. Miraron por última vez la cubierta del barco; donde aún se
podían ver las cenizas congeladas del último cigarrillo que se fumó el capitán
antes de tirarse. Se dispusieron a marcharse de aquel lugar, dejando la
historia a medias, permitiendo que el final fuera un misterio.
Pero no debe ser un misterio para
todos, he aquí lo que fue del último marinero del North King. Cuando el catorce
de agosto de mil novecientos catorce Boby Crocket se levantó supo que algo
había pasado. Fue a buscar al capitán, pero no lo encontró: No estaba en su
camarote ni en el comedor, recorrió todos los pasillos y todas las salas sin
éxito; subió a la cubierta y lo único que vio fue un cigarrillo apoyado en la
barandilla.
Estaba solo, los demás no habían
soportado la presión, pero él no se rendiría tan fácilmente. No pensaba dejarse
morir como los otros, tenía que hacer algo, luchar por su vida. No podía marcharse
en el barco, hacían falta casi cuarenta hombres para manejarlo en condiciones y
una veintena para hacer que se moviera. Había oído que personas en su situación
habían logrado sobrevivir subiéndose a un trozo de hielo y dejando que la marea
los arrastrase, estaba convencido de que era una patraña, se habrían congelado
mucho antes de alcanzar tierra firme. Tenía que haber otra forma.
Miró el North King cubierto de
nieve, parecía majestuoso, solo y en silencio, la imponente nave de guerra que
debió ser. Observando el costado del barco descubrió cómo iba a salir de ahí.
¡Impaciente! Ya descubrirás cuál fue esa idea más adelante, no quieras saberlo
todo ya. Bueno, después de esta interrupción ¡Gracias!, continuemos con nuestro
marinero. Como iba diciendo, Crocket había descubierto cómo salir de ahí, así
que corrió a prepararlo. Subió al barco y corrió por sus pasillos interiores.
Visto por dentro el North King había perdido toda la clase que se apreciaba en
el exterior, convirtiéndose en una madriguera apestosa. Crocket estaba tan
ansioso por llevar a cabo su plan que se perdió un par de veces por los
pasillos. Cuando por fin logró tranquilizarse y llegó a la puerta de la
despensa se dio cuenta de que la llave la tenía el capitán. Se había tirado al
agua con el único acceso que tenía a la comida. ¡El único! Era irónico, estaba
en un barco lleno de comida y se iba a morir de hambre. Golpeó la puerta
furioso ¿Cómo había podido hacerle eso? Le dio un último puñetazo a la puerta,
desesperado, y entonces oyó como algo caía al suelo. Era un sobre en el que el
capitán había puesto ‹‹Llave de la
alacena››. Ni siquiera una despedida, solo información útil, muy típico del
capitán. Lo abrió, efectivamente dentro del sobre estaba la llave, no iba a
morir.
Crocket ya podía realizar su
plan. Entró en la despensa y cogió todas las cajas de madera que había
disponibles. Llenó la mitad de alimentos no perecederos y las llevó todas a
cubierta. Salió corriendo, iba a necesitar muchas cosas. Arrancó varios paneles
metálicos de las paredes, reunió todos los cabos que pudo encontrar, sacó la
caldera pequeña de la cocina y arrastró como pudo uno de los hornos, cogió
prestado el alambique del marinero Argin y acaparó todas las herramientas y
piezas de recambio que pudo encontrar. Cuando hubo colocado todos estos
materiales en la cubierta soltó tres de los seis botes salvavidas y los bajó
con cuidado. Esperaba que no nevara mientras estaba llevando a cabo su plan,
porque si no iba a ver todas sus esperanzas enterradas bajo un gélido manto
blanco.
Se puso a trabajar. Ató dos de
los botes en paralelo y el tercero lo amarró delante, en el centro de los dos
anteriores. Una vez unidos los tres botes colocó una tubería arrancada de la
sala de máquinas en la proa y la popa de cada uno de ellos. Las tuberías
servirían de postes para colocar las lonas que defenderían su embarcación de la
nieve y el viento. Se paró un momento a contemplar su obra, tenía un aspecto
raro, pero su vía de escape iba tomando forma. Rellenó los botes traseros con
las cajas de alimentos y con las cajas vacías en las que metió todo el carbón
que pudo; iba a necesitar todo el combustible posible si conseguía que su idea
funcionara. Respiró hondo, había llegado el momento más complejo de su plan:
montar un motor de vapor con un horno y un alambique. No voy a describir aquí
las más de doce horas que Crocket se pasó soldando, cortando y empalmando; lo
único que diré es que después de ese tiempo consiguió poner un motor a su barco
improvisado. Quizá no fuese el más rápido o el más eficiente, pero funcionaba,
que era lo importante. Para completar su embarcación Crocket le añadió la
caldera pequeña al bote de delante para no pasar frío. Ya lo tenía todo listo,
era el momento de marcharse de aquel maldito infierno de hielo.
Empujó el bote dentro del agua y
encendió el motor casero. La enorme hélice fabricada con tableros de mesas
empezó a girar, al principio lentamente, pero fue cogiendo velocidad y el barco
comenzó a alejarse de la orilla. El marinero Crocket miró por última vez el
North King. Se alzaba perfectamente vertical en el hielo, dispuesto a
adentrarse en las frías aguas que lo rodeaban; enmarcado por su nítido reflejo,
un hermano gemelo prisionero en el agua congelada, y en las difusas luces del
norte de colores cambiantes que se deshacían en el día eterno el barco fue
desapareciendo a los ojos del hombre.
Nuestro marinero enseguida se vio
completamente rodeado por agua, solo. El tiempo pasó, simplemente pasó. Al
principio Crocket intentó seguir la cuenta de los días, pero se perdió, todo
era igual, la misma luz, las mismas olas. Con el tiempo dejó de intentarlo,
dormía cuando tenía sueño y comía cuando tenía hambre. Así fue navegando, con
ayuda de su pequeño ingenio, mientras se agotaban lentamente las provisiones. Nunca
llegó a saber cuánto tiempo llevaba en altamar cuando un día se le gastó el
carbón. Su motor era casero y se notaba, gastaba tanto combustible como una
fábrica, o eso le pareció a Crocket la mañana que descubrió que ya no quedaba
qué quemar. Entre nosotros, el marinero había gastado gran parte de su
provisión en calentar su hogar y no pasar frío. A lo que íbamos, una mañana
Crocket descubrió que no le quedaba carbón. Estaba a la deriva en mitad del
océano ¿Para qué se había esforzado? ¿Para qué había construido un motor? ¿Para
qué? Nada había tenido sentido, al final iba a morir en mitad del mar, y lo
peor era que ya no tenía opciones, no podía construir un motor que no
necesitara combustible, únicamente podía dejarse morir como el doctor, como el
capitán.
El barco improvisado navegó a la
deriva durante semanas. Crocket había perdido toda esperanza, se pasaba todo el
tiempo en un estado de duermevela, temblando por el frío y recordando a todos
los hombres que había visto morir. Cuando se apuntó a la expedición nunca
esperó que acabara así, únicamente quería conseguir un poco de dinero para que
su padre pudiera abandonar la fábrica. Pero las cosas nunca salen como uno
desea, aunque ¿Quién desea morir en un barco a la deriva?
Los días seguían pasando. La
comida se agotó. Sin alimento Crocket perdía el conocimiento durante jornadas
enteras. Ya no sabía quién era o dónde estaba, la muerte le rondaba cada vez
más cerca. Hasta que un día el barco encalló en una playa del norte de Francia.
Era una imagen deplorable: El aspa inútil sobresalía sobre todo el conjunto,
las lonas estaban rotas por varios sitios y los jirones se movían por la brisa
como restos de bruma. Las cajas vacías estaban volcadas formando un castillete
de maderas viejas y presidiendo la embarcación Crocket estaba tendido, inconsciente,
con una barba enmarañada donde podía vivir un mochuelo y respirando con
dificultad bajo unas enormes prendas embarradas. Parecía un loco, alguien que
se había subido a una embarcación que no debería flotar y se había perdido en
el mar
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